Tristán e Isolda es la trágica historia de dos amantes condenados a vivir un amor prohibido pero imperecedero. Los estudiosos de la mitología sitúan esta leyenda medieval en la zona francesa de Bretaña. Con el paso del tiempo se asoció con las leyendas del rey Arturo y entró a formar parte de la mitología europea medieval, relatada en varias versiones e idiomas.
Cuenta la leyenda que Tristán era un joven valiente y honorable, sobrino del rey Mark de Cornualles. Otras interpretaciones apuntan a que tocaba el arpa. Las versiones más detalladas apuntan a que el rey de Irlanda envió a un hombre fuerte, Morholt, para exigir un tributo a Cornualles. Tristán se enfrentó a Morholt y lo derrotó, dejándole un trozo roto de su espada en la herida que le causó la muerte. Morholt también había herido a Tristán, de hecho, su herida no acababa de curarse. Por esta razón, Tristán marchó a Irlanda disfrazado, en busca de una princesa irlandesa llamada Isolda a la que se le daba bien curar.
Tras ser curado por Isolda, Tristán se quedó un tiempo en la corte irlandesa y a su regreso a Cornualles, alabó tanto a la princesa que el rey Mark decidió casarse con ella. Tristán aceptó volver a Irlanda para pedir la mano de la joven para su tío. Sin embargo, por el camino, el caballero descubrió que un dragón estaba aterrorizando el país. Se enfrentó a él y lo mató. Mientras Isolda volvía a cuidarle tras luchar contra el dragón, descubrió que la espalda de Tristán estaba rota, ató cabos y se dio cuenta de que este había acabado con la vida de su tío, Morholt. La princesa pensó primero en vengar la muerte de Morholt pero le perdonó por haber matado al dragón que atemorizó Irlanda. También aceptó casarse con el rey Mark.
A estas alturas, muchas versiones de la leyenda afirman que Tristán e Isolda ya se gustaban pero que su sentido del honor había impedido que llegaran a más. Lo que los jóvenes no sabían es que la poción que la madre de Isolda había preparado y que la princesa llevaba encima era mágica y estaba destinada a Isolda y Mark, para que se amaran siempre. En el viaje a Cornualles, Tristán e Isolda bebieron la poción y se enamoraron.
Aunque la princesa amaba a Tristán, siguió adelante con su matrimonio, manteniendo la pasión que sentía por el joven caballero en secreto. Sin embargo, al final se descubrió. Algunos relatos de la historia contienen episodios de intriga y suspenso en los que el rey Mark o varios caballeros intentan atrapar a los amantes y obtener pruebas de su culpabilidad. Al final, Tristán, desesperado, huye de Cornualles.
En el siglo XII, la leyenda de Tristán e Isolda se había entrelazado con las leyendas artúricas. Tristán se había convertido en un noble caballero y aparecía en algunas de las historias sobre Arturo, Lancelot y los Caballeros de la Mesa Redonda. Para entonces, los narradores también habían empezado a retratar al Rey Mark como cruel o cobarde, quizás para crear un contraste más fuerte entre Mark y Tristán, aunque en versiones anteriores de la leyenda Mark era un hombre honorable.
Tristán finalmente se estableció en Bretaña, donde se casó con otra Isolda, conocida como Isolda de las Manos Blancas. Sin embargo, su amor por Isolda de Cornualles nunca murió.
Con el tiempo, Tristán fue herido en la batalla y su esposa no pudo curarlo. Mandó llamar a Isolda de Cornualles, con la esperanza de que ella pudiera volver a curarlo. Pidió que el barco que volvía de Cornualles tuviera velas blancas si llevaba a Isolda y negras si no. Tristán se acostó en su lecho de enfermo y esperó. Finalmente, el barco apareció en el horizonte con velas blancas. Demasiado enfermo para sentarse, Tristán preguntó por el color de las velas. Celosa de su pasión por la primera Isolda, su esposa mintió y dijo que eran negras. Tristán cayó en la desesperación, creyendo que Isolda se había negado a ayudarle, y murió. Cuando Isolda llegó y se enteró de su muerte, ella también murió de pena.
Los dos fueron enterrados en Cornualles. De la tumba de Isolda creció un rosal, y de la de Tristán una vid que se envolvió alrededor del árbol. Cada vez que la vid era cortada, volvía a crecer, señal de que los dos amantes no podían separarse, ni siquiera en la muerte.
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