El deterioro de las relaciones entre el zar Alejandro I y Napoleón llevó al emperador francés a invadir Rusia en una campaña que resultaría nefasta para él.
El 24 de junio de 1812 el emperador francés Napoleón Bonaparte cruzó el río Niemen (en la actual Lituania), que servía como frontera entre el Imperio Francés y el Imperio Ruso, con el objetivo de hacerse con el territorio del zar Alejandro I. Comenzaba así una campaña que tendría consecuencias desastrosas para el corso.
En los años previos a la invasión, Napoleón había alcanzado la cúspide de su poder y dominaba casi la totalidad de Europa. Francia y Rusia mantenían una relación cordial pero las exigencias de Bonaparte empezaban a cansar a la aristocracia rusa, que presionó al zar para que cortara todo trato con Napoleón y le plantara cara. Ante la negativa de Alejandro I a volver a la situación previa y satisfacer las exigencias del francés, Napoleón reunió a la Grande Armée y partió hacia Rusia a la cabeza de casi 700 000 soldados, el mayor ejército que se había congregado en la historia moderna.
A principios de septiembre, las poderosas fuerzas de Napoleón lograron una importante victoria en Borodino que les abrió el camino hacia Moscú, ciudad cuya conquista esperaban que forzara a Rusia a firmar una nueva paz con Francia. Napoleón envió un nuevo acuerdo a Alejandro I en San Petersburgo pero nunca recibió respuesta y decidió tomar la capital rusa (la capital real era San Petersburgo), pero no contaba con los planes orquestados por sus rivales. Al llegar a la ciudad moscovita, Napoleón se encontró que Kutúzov, general al mando del ejército ruso, había ordenado desalojar la ciudad días antes de que llegaran los franceses, desabastecerla y prenderle fuego para que no pudieran aprovechar nada. Napoleón quedó atrapado en una ciudad fantasma, sin recursos, alejado de sus campamentos base y con el invierno acechando.
Tras cinco semanas, las condiciones climatológicas empeoraron y la Grande Armée empezó a sufrir bajas a un ritmo preocupante. Napoleón, sin opciones, tomó la decisión de retirarse y dar por perdida la campaña de Rusia. Kutúzov aprovechó la situación y hostigó al fallido conquistador, destacándose la batalla de Krasnoi donde los franceses, desorganizados y habiendo tenido que abandonar parte de su equipo y artillería, sufrieron una nueva derrota. Napoleón volvió a Francia con un 20% de las tropas con las que había partido.
Curiosamente, Napoleón achacó todos sus problemas y posteriores derrotas no a la campaña de Rusia y el desastre que supuso, sino a la guerra que había emprendido en España al intentar llevarse a la familia real y colocar a su hermano José Bonaparte en el trono. Napoleón escribió que la toma de España no le costaría más de 12.000 hombres pero, para cuando terminó el conflicto, había perdido a más de 100.000 y Europa entera había comprendido que el corso no era invencible.