(Venecia, Italia, h. 1430 - 1516) Pintor italiano. En la pintura italiana de la segunda mitad del siglo XV alcanzó especial renombre Giovanni Bellini, impulsor de la escuela veneciana y famoso pintor de madonnas, que creó un lenguaje pictórico basado en la fusión de la figura humana con el paisaje, dando gran importancia a la luz y al colorido.
Detalle de un Autorretrato de Bellini
También llamado Giambellino, nació en el seno de una familia de pintores; su padre, Jacopo, dibujante y discípulo del florentino Gentile da Fabriano, desempeñó un importante papel como introductor de la estética renacentista en Venecia. Su hermano Gentile Bellini fue un importante retratista que colaboró con él en la decoración del palacio ducal e incluso viajó a Constantinopla a retratar a su sultán.
Las primeras obras de Bellini, realizadas con la técnica del temple, salieron del taller paterno, lugar de aprendizaje, trabajo y formación hasta que marchó a Padua, hacia 1460. Allí conoció al pintor Andrea Mantegna, su futuro cuñado, de quien aprendió a dominar el dibujo, como puede verse en Oración del huerto de los olivos, y a quien a su vez enseñó la luz de la escuela veneciana. Bellini era por entonces un gran paisajista, virtud que transmitió años después a los discípulos de su taller. Hacia mediados de la década de 1470 pintó el famoso políptico dedicado al dominico español San Vicente Ferrer, en la iglesia de los Santos Juan y Pablo de Venecia. En esos años murió su padre, cuyo taller dirigió desde entonces Giovanni.
La llegada a Venecia del pintor siciliano Antonello da Messina, conocedor de la técnica del óleo utilizada en Flandes por Jan van Eyck, permitió a Bellini profundizar en aquélla y desarrollar mayores virtuosismos que con la utilización del temple, como en su Transfiguración del museo napolitano de Capodimonte. A principios del XVI, su relación con discípulos como Tiziano lo hizo suavizar su pintura, perdiendo los rasgos angulosos de Mantegna (Madonna de Brera, en Milán). Murió en 1516, en su ciudad natal, dejando en marcha la escuela veneciana, de amplia resonancia durante todo el Cinquecento.
La obra de Giovanni Bellini
Sin duda, el más brillante astro de la pintura veneciana del siglo XV es Giovanni Bellini, cuya evolución artística se caracterizó por un continuo renovarse debido a las diversas experiencias artísticas que su permeable personalidad fue asimilando en el curso de una vida bastante dilatada, en la que se mantuvo permanentemente activo. Alumno de su padre Jacopo, también él experimentó en el primer período de su carrera una fuerte atracción por la pintura de su cuñado Mantegna y por la escultura de Donatello, de quienes supo traducir los valores de plasticidad a través de la enérgica definición gráfica de los planos del modelado, aunque los dulcificó con una nueva sensibilidad lumínica que no oculta la firmeza de la materia pictórica.
De esta etapa inicial, que se prolonga hasta 1480, son los cuatro trípticos para la iglesia de la Caridad (Galería de la Academia, Venecia), de manifiesto espíritu mantegnesco pero suavizado por unos contornos de dibujo más flexible y un mesurado tratamiento de la perspectiva, a los que Bellini añade unas exquisitas figuras que con sus miradas y actitudes aportan una gracia melancólica y una sensibilidad expresiva que será contribución fundamental de su arte.
Estos rasgos se perpetúan en el políptico de San Vicente Ferrer de la iglesia veneciana de Santi Giovanni e Paolo, donde además se advierte un eco de la amplitud espacial de Piero della Francesca; en el Cristo bendiciendo (Museo del Louvre, París), con un rostro que desprende humanidad y nobleza; y por último en la innovadora Piedad (Pinacoteca de Brera, Milán), realizada hacia 1470, en la que la conjunción entre el escultórico modelado de Mantegna y la contenida emoción belliniana alcanza su punto álgido, de forma que el lamento ante el cuerpo de Jesucristo se transforma en una sacra conversazione de un patetismo sabiamente contenido.
Piedad (c. 1470)
Se trata en todo caso de un repertorio de posibilidades expresivas y plásticas que el artista desarrolló y graduó en sus representaciones de la Virgen María y el Niño, tan numerosas y logradas que le convirtieron en el madonnieri (pintor de vírgenes) veneciano por excelencia. En todas ellas, desde las más antiguas, Giovanni Bellini exploró una sorprendente variedad de soluciones iconográficas, erigiéndose en sutil y delicado indagador de la íntima relación afectuosa entre Madre e Hijo, representados frecuentemente de medio cuerpo. Cabe mencionar entre las de la primera época a la Madonna Potenziani (Col. Lehman, Nueva York) y la Virgen entronizada con el Niño dormido (Galería de la Academia, Venecia) que, como otras muchas, revelan un directo influjo de Antonello da Messina en características como los tonos azules del manto de la Virgen.
Un giro fundamental en los progresos del artista lo constituye la gran pala con la Coronación de la Virgen (Museo Cívico, Pesaro), pintada en torno a 1474 tras una estancia en Las Marcas durante la cual pudo estudiar el arte de Piero della Francesca. Desde luego, la grandiosa concepción espacial y la plenitud formal de esta obra refleja un preciso conocimiento de Piero y de la pintura de Urbino, aunque Giovanni Bellini ha sabido impregnarla de un sentimiento nuevo, de una dulzura no menos imponente pero extraña a la impasibilidad un tanto esquemática de aquél.
En el Llanto por Cristo muerto (Museos Vaticanos), que constituía la parte superior del altar de Pesaro, sutiles efectos luminosos consiguen una modelación cálida y una calma estática y solemne, que también se despliega en la amplia disposición en perspectiva de la Transfiguración (hacia 1474, Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles), con personajes en los que late un clima de sacro idilio del cual se hace gozosa partícipe a la naturaleza entera. En esta última obra es clara la armónica fusión de las figuras humanas con un paisaje doméstico inspirado en las colinas vénetas, dulcemente modulado bajo la desbordante luminosidad del cielo, que hizo del menor de los Bellini el iniciador del paisajismo veneciano y uno de los máximos pintores de este género.
Transfiguración (c. 1474)
En torno a 1475 aparece en escena Antonello da Messina, que a través de la desmembrada pala de San Casiano introduce en Venecia el preciosismo flamenco y una serie de novedades compositivas e iconográficas que van a enriquecer el lenguaje pictórico de Bellini. Al parecer, en una obra desaparecida casi contemporánea a la de Antonello, situaba ya los personajes en un ambiente espacial unificado y definido.
En todo caso, este esquema será el elegido por Bellini para la ejecución de las más solemnes y grandiosas decoraciones de altar del Quattrocento veneciano: la pala de San Job (Galería de la Academia, Venecia), realizada para la iglesia de San Giobbe y fechable en torno a 1480, en la que retoma el tratamiento de la sacra conversazione con la Virgen María rodeada de santos y sentada en un elevado trono dispuesto ante un ábside, y la pala de San Zacarías, concluida en 1505 para la iglesia homónima, donde los contornos siguen suavizándose, los colores se impregnan de vapor y la atmósfera pictórica se hace más envolvente y matizada, de forma que las figuras quedan sumergidas en un ambiente rico en mórbidas penumbras y difuminados y en arquitecturas renacentistas. Se trata de valores en los que ya es perceptible la conquista de la que ha sido denominada "pintura tonal", que triunfará con los grandes maestros del Cinquecento veneciano.
En sus postreros y no menos prodigiosos años de actividad, el maestro continuó ampliando y modulando sus paisajes en dulces cadencias de colinas iluminadas por una cálida luz meridiana, como puede verse en la gran pala con el Bautismo de Cristo de la iglesia de la Santa Corona en Vicenza, datable en el primer decenio del siglo XVI.
Alegoría sacra (c. 1500)
Una perfecta y a la vez insólita conjunción entre espacio y juego tonal la encontramos, por ejemplo, en la admirable Alegoría sacra (hacia 1500, Galería de los Uffizi, Florencia) inspirada sin duda por los humanistas venecianos. El significado de esta pintura no ha sido aún completamente identificado; la lectura temática se ve dificultada por la complejidad de figuras diversas de tipo religioso, mitológico y paisajístico. El conjunto está rodeado de una atmósfera luminosa, que tanto amará Giorgione. Las figuras están inmersas en el aire suave de un atardecer estival, y encajan serenamente en el escenario de los montes, las aguas limpias y el cielo transparente que se refleja en el agua, en contraste con el ajedrezado suelo del primer plano. Se anuncia, sin duda alguna, la riqueza tonal de Giorgione y Lotto y el misterioso clima poético de las composiciones mitológicas venecianas.
En otras obras, el paisaje aparece enriquecido con edificios copiados de la realidad o con episodios geórgicos, especialmente en las sacra conversazione y en las últimas vírgenes con el Niño, para las cuales Bellini adoptó cada vez con mayor frecuencia un formato apaisado con objeto de dejar más espacio para el paisaje y, de este modo, expresar con total comodidad en sus representaciones el encuentro y la íntima comunión entre las criaturas celestes y la realidad terrena. Véase a este respecto, sobre todo, la Madonna del prado (hacia 1500-1505, National Gallery, Londres), y la Virgen con Niño bendiciendo (1510, Pinacoteca de Brera, Milán), en las cuales se advierten ecos de Giorgione.
Madonna del prado (c. 1500-1505)
En la Madonna del prado, una de las mejores madonnas pintadas por el artista veneciano, es posible observar, como era habitual en las obras que abordan esta temática, un complejo simbolismo referido a la lucha entre el bien y el mal (representada en segundo término, a la izquierda, por un pequeño airón y una serpiente), y a la muerte, simbolizada por el cuervo negro posado sobre un árbol seco. Pero lo que más llama la atención es la calidad de la representación paisajística que enmarca a María y Jesús, y el tierno encanto que desprenden ambas figuras. La Virgen no es ya la reina entronizada del período medieval, sino una joven madre que vela el sueño de su hijo. En cuanto al paisaje, de un poderoso realismo, denota el interés de la escuela veneciana por la representación del entorno, más allá del fondo abstracto gótico. El color es el gran protagonista de la composición: los ropajes de María, por ejemplo, son de una singular riqueza. En sus cálidos tonos se funden los contornos del dibujo, en un presagio de lo que, pocas décadas más tarde, será la pintura del gran Tiziano.
La personalidad de Giovanni Bellini, siempre poderosa aunque siempre cambiante, fue capaz de concentrar en sus manos y legar a la pintura véneta todo un repertorio de recursos técnicos y expresivos que nunca antes se habían dado reunidos en un mismo pintor. Por ello, su estilo se impondría en la ciudad de la laguna y marcaría la evolución de numerosos autores, entre los que cabe mencionar a Cima da Conegliano (1459-1517) o a otros como Giovanni Buonconsiglio, Andrea Previtali, Marco Basaiti o Bartolomeo Montagna. Más importantes son los nombres de algunos de sus discípulos directos, como Palma el Viejo o Sebastiano del Piombo y, sobre todo, Giorgione y Tiziano, capaces de profundizar en las enseñanzas de su mentor. Fue precisamente Tiziano el encargado de concluir una de las pocas pinturas de tema profano de Bellini, el Festín de los dioses (National Gallery of Art, Washington), firmada y fechada en 1513. El hecho de que el máximo genio del siglo XVI veneciano pudiese llevar a término la obra de Bellini sin apreciables diferencias de lenguaje constituye una prueba de la modernidad a la que fue capaz de adaptarse gradualmente el viejo maestro en los años finales de su vida.