El 5 de enero de 1875, tras casi 15 años de construcción, se inauguró oficialmente el Palacio de la Ópera Garnier de París, impresionante edificio de estilo neobarroco que junto a la Ópera de la Bastilla conforma la Ópera Nacional de París.
El París del siglo XIX era centro neurálgico del panorama cultural francés y el teatro y la ópera eran dos de las actividades más seguidas por las clases pudientes. En un intento de renovar la ciudad y mostrar su esplendor, Napoleón III ordenó una serie de reformas entre las que se encontraba un nuevo sistema de alcantarillado, la instalación de iluminación por gas, la construcción de grandes avenidas (grands boulevards) rectilíneas y de un nuevo Palacio de la Ópera para el que se convocó un concurso público con el que elegir al arquitecto que se encargaría del proyecto. De los 171 arquitectos que participaron se eligió a un joven y desconocido Charles Garnier que, además de un proyecto sólido y atractivo, puso especial atención en la posibilidad de acomodar a grandes audiencias.
Garnier optó por un estilo neobarroco para su obra, situado al final de una inmensa avenida que conectaba directamente con el Palacio del Louvre y en la que en su momento no se plantó ningún árbol para que la vista de la magnífica fachada fuese el foco de todas las miradas y un símbolo del poder imperial. Las obras se alargaron por problemas en el terreno, la guerra contra Prusia de 1870 y la posterior Comuna de 1871 (tiempo en el que el edificio fue utilizado como prisión política). Estos retrasos hicieron que Napoleón III no viera terminado el proyecto que encargó, ya que murió en 1873.
Con sus cerca de 2.000 asientos, su patio de butacas y palcos en forma de herradura al estilo italiano y la espléndida decoración tanto en su fachada como en sus salones y estancias, el Palacio de la Ópera Garnier es uno de los edificios más admirados de París e inspiró al escritor Gastón Leroux para escribir su novela El fantasma de la Ópera.