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jueves, 6 de agosto de 2020

Las Trece Rosas son fusiladas en Madrid

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En la madrugada del día 5 de agosto de 1939, fuerzas policiales del recién establecido régimen franquista fusilaron a trece jóvenes de entre 18 y 29 en la tapia del cementerio de la Almudena, en Madrid. Con el tiempo pasarían a ser conocidas como las Trece Rosas.

El martirio de estas mujeres había comenzado meses antes, cuando fueron arrestadas y trasladadas al centro penitenciario de mujeres de Ventas. A estas modistas, costureras y secretarias se las acusaba de pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas (por entonces organización clandestina y perseguida) y por adhesión a la rebelión al haber defendido la legitimidad del gobierno de la Segunda República tras el fin de la guerra civil. A pesar de que solo se pudo confirmar que tres de ellas pertenecían a la JSU, todas fueron encerradas y torturadas con el fin de que revelaran información de interés para el régimen.
  
El 29 de julio de ese mismo año, tres miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas asesinaron al comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón y, en represalia, las autoridades decidieron condenar a todos los miembros o sospechosos de ser miembros de dicha organización que ya tuvieran apresados. El juicio de las Trece Rosas se acercó más a un simple formalismo que a un proceso real ya que tanto el veredicto como la condena estaban claras antes de empezar siquiera: de las catorce acusadas de “adhesión a la rebelión”, trece fueron condenadas a muerte y solo una se salvó. 48 horas después del juicio, las Trece Rosas fueron trasladadas en un camión hasta la tapia del cementerio de la Almudena, alineadas frente a ella y ejecutadas por un pelotón de fusilamiento. En ese mismo lugar morirían otras 2600 personas durante la primera etapa del franquismo.

La historia de estas mujeres (Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina Lopez Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente) se mantuvo perdida durante muchos años, oculta bajo esa capa de falsa realidad que pretendía cubrir las faltas del régimen y con el temeroso silencio de familiares y conocidos. En la década de los 80, ya en democracia, el periodista Carlos Fonseca publicó un libro en el que utilizaba documentos oficiales de la época y los testimonios de las familias de las Trece Rosas para contar su historia. Así, de un año para otro, este grupo de jóvenes mujeres fue sacado del olvido y convertido en símbolo y recordatorio de todos los muertos que dejaron esos años oscuros de posguerra y represión.

Es encontrada la estatua de la Dama de Elche

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El 4 de agosto de 1897 fue encontrada en la Alcudia, un terreno pedregoso cercano a la ciudad de Elche, la que probablemente sea la pieza escultórica más representativa de la cultura íbera: la Dama de Elche.

 La figura data de entre el siglo V a.C. y el siglo IV a.C. Se trata de un busto de unos 56 centímetros de altura y 65 kilogramos de peso esculpido en piedra arenisca de la cantera local Peligro. En la parte posterior, más tosca, se encuentra una cavidad de unos 18 centímetros cuyo propósito es desconocido aunque se ha especulado que podría tratarse de un relicario o de una caja de resonancia para la estatua. Parece ser que la figura, que no se sabe si pertenecía a una estatua de cuerpo entero o fue concebida como busto, contaba con color ya que se encontraron restos de pintura roja, azul y blanca en el momento del hallazgo. Se trata de una figura muy rica en detalles y ornamentación que bien podría representar a una diosa, a una sacerdotisa o a una dama de alta alcurnia.

El descubrimiento de la Dama de Elche cuenta con una versión que se ha convertido en “oficial” con el paso del tiempo pero que diversos estudios (La Dama de Elche como lugar de Memoria, de Sonia Gutiérrez Lloret) parecen desmentir. La historia más difundida cuenta que la estatua fue hallada por Manuel Campello, Manolico, un joven de 14 años que trabajaba con su padre en la finca y que la encontró por accidente al levantar una piedra. Según su partida de nacimiento, para 1897 Campello debía tener 18 y no 14 como afirmaba y esta no fue la única pieza fuera de su sitio: otros testigos afirman que fueron los trabajadores de Antonio Galiano Sánchez quienes la encontraron en un punto a 50 metros más al norte de donde decía Manuel Campello.

Sea como fuere, el descubrimiento de la Dama de Elche fue solo el principio de su odisea. Primero se expuso en el balcón del doctor Manuel Campello y Antón (propietario de la finca que no estaba emparentado con Manolico a pesar de tener mismo nombre y apellido)  pero, en agosto de ese mismo año, el arqueólogo francés Pierre Paris le convenció para que se la vendiera por 4000 francos. La Dama de Elche fue propiedad del Museo del Louvre durante cuatro décadas pero, en 1941, el gobierno de Francisco Franco y el gobierno colaboracionista del mariscal Pétain llegaron a un acuerdo para que los galos devolvieran a España una serie de obras de arte y arqueológicas de gran valor, entre ellas la escultura íbera. Se cree que esta decisión en nada beneficiosa para Francia se debió al miedo que sentía Pétain por que Franco entrara en la Segunda Guerra Mundial del lado alemán y amenazara sus posesiones en el norte de África.

La Dama de Elche volvió a su país natal en febrero de 1941. Tras un tiempo expuesta en el Museo del Prado, fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional en 1971, donde todavía permanece. Desde su regreso, el busto ha hecho dos visitas a la ciudad de Elche (1965 y 2006). 

EEUU lanza la bomba atómica ‘Little Boy’ sobre Hiroshima

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El 6 de agosto de 1945 el mundo vio por primera vez el potencial destructivo y aniquilador que era capaz de alcanzar el hombre. Ese día, Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica de la historia sobre la población japonesa de Hiroshima.

Aun cuando Hitler y Mussolini habían muerto y las restantes fuerzas alemanas se habían rendido en mayo de 1945, el Japón del emperador Hirohito se negaba a seguir su ejemplo y planteaba continuar una lucha encarnizada en el Pacífico hasta que no hubiera nadie más para combatir, elevando todavía más el ya monstruoso coste de vidas humanas de la Segunda Guerra Mundial. Japón era la única fuerza del Eje que seguía en pie y estaba planeado que estadounidenses, británicos y soviéticos unieran sus fuerzas contra las islas para poner fin al conflicto lo antes posible, pero el presidente Harry S. Truman encontró un atajo : usar el fruto del Proyecto Manhattan, la bomba atómica, como demostración de fuerza y para causar tal shock a los fanáticos japoneses que no tuvieran más remedio que rendirse.

El 6 de agoto, el avión Enola Gray sobrevoló la ciudad de Hiroshima (con una proporción de 6 civiles por cada militar) y arrojó la bomba de uranio Little Boy sobre ella, desplegando una ola de muerte y destrucción sin precedentes. El artefacto se activó al alcanzar una altura de 590 metros, provocando una reacción atómica en la que se liberaron los 13 kilotones (equivalente a 13 000 kilogramos de TNT) de potencia y se alcanzó una temperatura de un millón de grados centígrados en un área de 256 metros de diámetro. La explosión en Hiroshima provocó la muerte de entre 100 000 y 160 000 personas, de las cuales el 30% murieron en el acto calcinados.  En esta cifra se cuentan también las que murieron por las heridas, secuelas o a causa de la radiación. La ciudad, por supuesto, quedó totalmente destruida.

Aun con todo el despliegue letal del que había hecho gala su bomba, las cosas no salieron como esperaba Truman. El gobierno japonés no terminaba de creerse que los relatos que le llegaban sobre una bomba atómica fueran verdad y se negaba a rendirse ante los estadounidenses. La cabezonería de Hirohito y los suyos terminó por irritar a Truman, que decidió lanzar un segundo ataque, tres días después, sobre la ciudad de Nagasaki