En la madrugada del día 5 de agosto de 1939, fuerzas policiales del recién establecido régimen franquista fusilaron a trece jóvenes de entre 18 y 29 en la tapia del cementerio de la Almudena, en Madrid. Con el tiempo pasarían a ser conocidas como las Trece Rosas.
El martirio de estas mujeres había comenzado meses antes, cuando fueron arrestadas y trasladadas al centro penitenciario de mujeres de Ventas. A estas modistas, costureras y secretarias se las acusaba de pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas (por entonces organización clandestina y perseguida) y por adhesión a la rebelión al haber defendido la legitimidad del gobierno de la Segunda República tras el fin de la guerra civil. A pesar de que solo se pudo confirmar que tres de ellas pertenecían a la JSU, todas fueron encerradas y torturadas con el fin de que revelaran información de interés para el régimen.
El 29 de julio de ese mismo año, tres miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas asesinaron al comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón y, en represalia, las autoridades decidieron condenar a todos los miembros o sospechosos de ser miembros de dicha organización que ya tuvieran apresados. El juicio de las Trece Rosas se acercó más a un simple formalismo que a un proceso real ya que tanto el veredicto como la condena estaban claras antes de empezar siquiera: de las catorce acusadas de “adhesión a la rebelión”, trece fueron condenadas a muerte y solo una se salvó. 48 horas después del juicio, las Trece Rosas fueron trasladadas en un camión hasta la tapia del cementerio de la Almudena, alineadas frente a ella y ejecutadas por un pelotón de fusilamiento. En ese mismo lugar morirían otras 2600 personas durante la primera etapa del franquismo.
La historia de estas mujeres (Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina Lopez Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente) se mantuvo perdida durante muchos años, oculta bajo esa capa de falsa realidad que pretendía cubrir las faltas del régimen y con el temeroso silencio de familiares y conocidos. En la década de los 80, ya en democracia, el periodista Carlos Fonseca publicó un libro en el que utilizaba documentos oficiales de la época y los testimonios de las familias de las Trece Rosas para contar su historia. Así, de un año para otro, este grupo de jóvenes mujeres fue sacado del olvido y convertido en símbolo y recordatorio de todos los muertos que dejaron esos años oscuros de posguerra y represión.
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