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viernes, 26 de junio de 2020

Empieza el motín de Esquilache

El 23 de marzo de 1766 el pueblo de Madrid inició una revuelta violenta en la plaza de Antón Martín que, si bien iba dirigida contra el marqués de Esquilache y su norma para dictar la ropa que podían o no podían usar los madrileños, era el resultado de un descontento popular acumulado tras años de hambrunas, sequías y subidas de impuestos.

Carlos III de Borbón asumió la corona de España en 1759, tras la muerte sin descendencia de su hermano Fernando VI, y desde un principio intentó llevar a cabo en el país profundas reformas que lo acercasen a la situación de otros países europeos. El padre del despotismo ilustrado en España, conocido popularmente como “el mejor alcalde de Madrid” basó su gobierno en ministros extranjeros que él tenía en alta estima pero que el pueblo rechazaba en general. La década de los 60 del siglo XVIII trajo malas cosechas y hambrunas severas que la constante subida de impuestos y el alza de los precios no ayudaban a paliar, haciendo que el pueblo llano se viera al borde del precipicio mientras que la nobleza y la burguesía seguían en su palacios de cristal sin ser conscientes de la tormenta que se les venía encima.

El 20 de marzo de 1766 el marqués de Esquilache, secretario de Hacienda, emitió una nueva norma que prohibía a los madrileños portar sombreros de ala ancha que tapasen el rostro y capas largas bajo las que pudieran ocultarse armas. La medida fue rechazada por los madrileños y, tal vez por intentar controlar algo tan personal como la forma de vestir, fue tomada como la gota que colmaba un vaso que llevaba mucho tiempo rebosando. Los sublevados fueron reuniéndose por toda la ciudad, provocando destrozos en el mobiliario público y saqueando el palacio de Esquilache, a quien culpaban de todos los males que les afectaban. El marqués, por su parte, había conseguido refugiarse en el palacio Real junto a Carlos III.

Cuando la multitud rodeó el palacio exigiendo la cabeza de Esquilache un sacerdote, el padre Cuenca decidió ejercer de intermediario y transmitió al rey las exigencias de los protestantes entre las que se encontraban el destierro de Esquilache, la destitución de todos los ministros extranjeros, la bajada de los precios de alimentos de primera necesidad como el pan (que había doblado su precio en los últimos años) y el levantamiento de la prohibición de llevar sombrero de ala ancha y capa larga. Carlos III aceptó pero, temiendo que esto no calmara a la plebe, decidió huir a Aranjuez.
  
La situación se resolvió el 26 de marzo cuando el rey volvió a Madrid, reafirmó la aceptación de las medidas y publicó un indulto real para los alborotadores. La gente volvió a sus casas gritando “¡Viva el rey!

Día Internacional de la Poesía

Necesitamos la poesía para vivir”, dijo el escritor Félix Grande Lara el recoger el Premio Nacional de las Letras Españolas con el que fue galardonado en el año 2005. “La poesía sirve para participar de la magia y del susurro de lo que no se acaba, para ser momentáneamente inmortales". 

En un mundo cada vez más productivista y en el que las disciplinas pertenecientes a las ramas del arte y las humanidades tienen cada vez menos peso en la educación formal, cabe preguntarse si efectivamente necesitamos la poesía. 

Pues bien, más allá del mero disfrute, diversos estudios demuestran que leer poesía es muy bueno para nuestro cerebro. Por ejemplo, un artículo publicado en la revista científica Córtex en el año 2015 concluía que la poesía aumenta la flexibilidad mental y las habilidades cognitivas de los lectores, debido fundamentalmente al mayor esfuerzo mental que muchas veces se debe hacer para comprender sus giros y su particular forma de usar el lenguaje. En los niños, la relación con la poesía es innata: ellos aprenden con ritmos y versos con muchísima facilidad, les ayudan a crecer y a expresarse.   

Por todo ello, la poesía no debería ser marginada, y el objetivo de la celebración del Día Internacional de la Poesía, que se conmemora cada 21 de marzo, es precisamente ese: “promover la enseñanza de la poesía; fomentar la tradición oral de los recitales de poéticos; apoyar a las pequeñas editoriales; crear una imagen atractiva de la poesía en los medios de comunicación para que no se considere una forma anticuada de arte, sino una vía de expresión que permite a las comunidades transmitir sus valores y fueros más internos y reafirmarse en su identidad; y restablecer el diálogo entre la poesía y las demás manifestaciones artísticas, como el teatro, la danza, la música y la pintura”, expresa la Asamblea General de las Naciones Unidas, promotora de dicha celebración. 

Día Mundial de la Felicidad

Todos, o muchos de nosotros, estamos familiarizados con el concepto de producto interior bruto, pero el de felicidad interior bruta no es tan conocido. Fue acuñado en uno de los países más peculiares del mundo, Bután, que ha sido pionero por incluir de manera firme en sus políticas estatales la legítima búsqueda de la felicidad.  

Se trata de una filosofía que prima otras cuestiones más allá de tener las necesidades materiales cubiertas y que no da la misma importancia al consumo que los países industrializados. En Bután, un país de mayoría budistala felicidad tiene más dimensiones, y reconoce las necesidades físicas, sociales y espirituales como parte de la misma. El país invierte un alto porcentaje de sus recursos en el sector de la salud, y está prohibido privatizar en él los servicios sanitarios. 

Desde el año 2013, cada 20 de marzo el mundo celebra el Día Mundial de la Felicidad, tras una resolución de la Asamblea General de la ONU que fue inspirada por Bután, país que a su vez fue anfitrión de una reunión titulada "Felicidad y bienestar: definición de un nuevo paradigma económico" durante el sexagésimo sexto período de sesiones de la Asamblea General. 

Nace la ‘Doctrina Truman’

El 12 de marzo de 1947 el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, pidió al Congreso que asignara una ayuda económica a Grecia y Turquía para promover una recuperación de la estabilidad en el país e impedir cualquier avance del bloque comunista en el Viejo Continente.

En su discurso, Truman afirmó lo siguiente: "Creo que debe ser la política de los Estados Unidos apoyar a los pueblos libres que se resisten a los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o por presiones externas".  

En plena Guerra Fría, momento caracterizado por las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, Truman temía que la influencia comunista de esta última llegara a Grecia y Turquía. Europa había quedado muy debilitada tras la Segunda Guerra Mundial y Grecia y Turquía habían dejado de percibir la ayuda económica y militar del Reino Unido. El comunismo se había instalado en la Unión Soviética y la Europa del Este. 

Para el presidente de los Estados Unidos, solo era cuestión de tiempo que los soviéticos se lanzaran a la conquista de Grecia, cuyo gobierno se encontraba luchando contra guerrillas comunistas que, además, habían lograron el apoyo de los regímenes de Yugoslavia, Albania y Bulgaria. Los británicos habían apoyado todo este tiempo la restauración de la monarquía tras la Segunda Guerra Mundial pero ya no podían hacer frente a más gastos. Truman también temía que la Unión Soviética se hiciera con el Estrecho de los Dardanelos, que conectaba el Mar Negro con el Mediterráneo, y que estaba controlado por Turquía. Si los soviéticos lograban tomarlo, justo en una zona rica en petróleo, se podría producir el colapso de la Europa Occidental. 

A la vista de la situación, el 12 de marzo de 1947 Truman pidió al Congreso que aprobara un programa de ayuda militar y económica de 400 millones de dólares para salvar a Grecia y Turquía del comunismo. 

Aunque la medida se topó con una fuerte oposición y tanto el Secretario de Estado George C. Marshall y el asesor del Departamento de Estado George F. Kennan pensaron que el tono anticomunista del mensaje era demasiado severo, finalmente el Congreso aprobó los proyectos de ley de la ayuda griego-turca y los dólares estadounidenses pronto estuvo en camino. 

La Doctrina Truman trajo consigo un gran triunfo americano en la Guerra Fría pero también un miedo cerval al pensamiento de izquierda, que provocaría la persecución de cualquiera sospechoso de ser simpatizante de los comunistas en la caza de brujas conocida como Macartismo