El 6 de marzo de 1899 la farmacéutica Bayer inscribió la aspirina, su fórmula de ácido acetilsalicílico, en el registro de patentes de Berlín y con la totalidad de los derechos de comercialización en manos de la empresa germana.
El origen de este medicamento se remonta bastantes años antes del momento de su patente. Los primeros pasos los dieron el británico Edmund Stone y el francés Henri Lerroux, siendo el primero el descubridor del ácido acetilsalicílico y el segundo el primero que obtuvo una versión artificial de este al extraer la salicina de un sauce. Fue el farmacéutico alemán Felix Hoffman quien, en 1897, redescubrió los beneficios del ácido acetilsalicílico y desarrolló la fórmula de la aspirina con la que pretendía aliviar los dolores que su padre padecía por la artritis. La fórmula de Hoffman, que trabajaba para Bayer, fue la primera que no provocaba daños en el estómago y la que más popular se volvió en menos tiempo. Su nombre se debe al árbol Spireaea ulmaria, árbol del que Hoffman extrajo el ácido acetilsalicílico en un primer momento y que siguió siendo empleado por la empresa farmacéutica.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que la aspirina se convirtiera en uno de los medicamentos más populares y utilizados de la época, siendo un remedio efectivo contra el dolor de cabeza o la fiebre y siendo conocido popularmente como los “polvos milagrosos alemanes”. La primera vez que este medicamento apareció como comprimido fue en 1915, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial y convirtiéndose en un imprescindible para los soldados del frente. Es durante el conflicto cuando la patente de Bayer expira y es comprada por la norteamericana Sterling Products Company, haciendo que la aspirina pasase a ser “propiedad de la humanidad” y empezando a ser producida y comercializada por numerosas empresas. En 1994, Bayer recuperó la propiedad de la marca e hizo suyas el nombre y el logo. Se estima que, desde su patente en 1899, se han fabricado más de 350 billones de comprimidos de aspirina.