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sábado, 11 de abril de 2020

Isabel II de Inglaterra

(Isabel Alejandra María Windsor; Londres, 1926) Actual reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el trono desde 1952. Coronada tras el fallecimiento de su padre, el rey Jorge VI, Isabel II de Inglaterra ha protagonizado el más dilatado reinado de la historia del país: en 2016 alcanzó y sobrepasó los 64 años de la «era victoriana» de su tatarabuela, la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901).

Isabel II de Inglaterra
Primogénita de los duques de York y tercera nieta del rey Jorge V de Inglaterra, Isabel Alejandra María Windsor se convirtió en la heredera del trono cuando su padre fue coronado en 1936 con el nombre de Jorge VI, tras la abdicación del hermano de éste, Eduardo VIII. En marzo de 1945, poco antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, ingresó en el Servicio Auxiliar de Transporte.
Dos años más tarde, en 1947, Isabel contrajo matrimonio con el teniente Felipe de Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, más conocido a raíz de este enlace como Felipe de Edimburgo; Felipe e Isabel recibieron el título de duques de Edimburgo. Fruto de esta unión serían sus cuatro hijos: Carlos, príncipe de Gales y heredero del trono, nacido en 1948; la princesa Ana, nacida en 1950; Andrés, duque de York, nacido en 1960; y Eduardo, conde de Wessex, en 1964. Isabel fue consciente de su papel desde muy joven, y asumió con responsabilidad sus obligaciones de princesa heredera.

Isabel II de Inglaterra
A principios de 1952 falleció el rey Jorge VI; Isabel recibió la noticia del óbito de su padre en Kenia, entonces colonia británica convulsionada por las acciones terroristas de los Mau Mau. El 2 de junio de 1953, Isabel II fue coronada reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en la antigua abadía de Westminster, en una fastuosa ceremonia a la que asistieron jefes de Estado y representantes de las casas reales europeas y que miles de personas pudieron seguir por primera vez a través de la televisión.
A pesar del reducido papel político al que se vio reducida la monarquía británica tras la Segunda Guerra Mundial, esencialmente simbólico, y de los cambios que se produjeron en la relación con las antiguas colonias, Isabel II procuró preservar el carácter unificador de la Corona en el espacio político del antiguo imperio británico, convertido en la Commonwealth tras el proceso de descolonización iniciado en los años 60. Con este objeto viajó por todo el mundo como no lo había hecho ningún otro monarca británico, estrechando vínculos con súbditos de las más diversas razas, creencias y culturas. Incluso en Australia instauró la costumbre de los paseos más o menos espontáneos, para mezclarse y saludar sin protocolo a la gente de la calle. En otro orden de cosas, en 1960 dispuso que los miembros de la familia real que no fuesen príncipes o altezas reales llevasen el apellido Mountbatten-Windsor.

Con Felipe de Edimburgo
No obstante la popularidad y el respeto que le dispensaban sus súbditos, Isabel II no pudo evitar que los escándalos familiares denotasen la existencia de cierto anquilosamiento en las estructuras de la monarquía. El año 1992 (que la misma soberana calificó de annus horribilis) fue un punto de inflexión al divulgarse las desavenencias conyugales de sus hijos: el príncipe Andrés se separó de Sarah Ferguson, las tensiones entre Carlos de Inglaterra y la popular «Lady Di» (Diana de Gales) pasaron al dominio público, y se consumó el divorcio de la princesa Ana, separada tres años antes de Mark Phillips.
Por si fuera poco, un incendió que causó cuantiosos daños materiales en el Palacio de Windsor, residencia de la reina, originó ese mismo año una agria polémica; el gobierno anunció precipitadamente que correría con los gastos de las reparaciones, sin tomar en cuenta ni el fabuloso patrimonio ni las exenciones fiscales de que disfrutaba la monarquía. El resultado de todo ello fue un fuerte descenso de la popularidad de la institución. La crisis se recrudeció con el divorcio del príncipe Carlos (1996) y muy especialmente tras el fallecimiento en un accidente automovilístico (agosto de 1997) de su ex esposa, la princesa Diana de Gales, en quien el pueblo vio una víctima tanto del comportamiento adúltero del príncipe Carlos como de la insensibilidad de la familia real.

Con el príncipe Carlos y Diana de Gales
Las repercusiones que tales hechos tuvieron en la opinión pública indujeron a Isabel II a buscar nuevos caminos de acercamiento al pueblo, y dedicó desde entonces múltiples esfuerzos a ofrecer una imagen menos fría y protocolaria de la corona. Tal propósito se hizo explícito en la celebración de las bodas de oro de su matrimonio con el duque de Edimburgo (20 de noviembre de 1997): en un discurso pronunciado en el banquete ofrecido por el primer ministro con tal motivo, la reina prometió abrir la monarquía a los ciudadanos.
En este sentido cabe interpretar decisiones tan dispares como la de pagar impuestos sobre sus bienes e ingresos, dar un tono popular y familiar a las celebraciones de la corona o visitar a las víctimas de actos terroristas, gestos que dieron lentamente sus frutos hasta relegar al olvido los delicados años 90. Los pocos que la conocen (casi nunca ha concedido entrevistas) señalan el alto sentido del deber y el apego a la tradición como los principales rasgos de su carácter; es ordenada y práctica, gusta de los juegos de salón y de los rompecabezas, y siente pasión por los caballos y los perros.

Stalin

(Iosif o Jossif Vissariónovich Dzhugashvili, también llamado Josef o Joseph Stalin; Gori, Georgia, 1879 - Moscú, 1953) Dirigente soviético que gobernó férreamente la URSS desde 1929 (año en que se erigió como sucesor de Lenin tras el exilio de Trotsky) hasta su fallecimiento en 1953. Al precio de una represión sanguinaria y de inmensos sacrificios impuestos a la población, Stalin logró convertir la Rusia semifeudal en una potencia económica y militar capaz de contribuir decisivamente a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Stalin
En el nuevo orden de la posguerra, los Estados Unidos y la URSS se repartieron áreas de influencia; Stalin extendió su poder instaurando regímenes comunistas en la Europa del Este y alentándolos en otros países. El choque de intereses e ideologías dio lugar a la «guerra fría» entre ambas superpotencias, que continuó tras la muerte de Stalin; de hecho, el clima de tensión entre los bloques capitalista y comunista definiría el escenario internacional hasta la disolución de la URSS en 1991.
Biografía
Iosif Dzhugashvili era hijo de un zapatero pobre y alcohólico de la región caucásica de Georgia, sometida a la Rusia de los zares. Quedó huérfano muy temprano y estudió en un seminario eclesiástico, de donde fue expulsado por sus ideas revolucionarias (1899). Se unió entonces a la lucha clandestina de los socialistas rusos contra el régimen zarista; cuando en 1903 se escindió el Partido Socialdemócrata, siguió a la facción bolchevique que encabezaba Lenin.
Fue un militante activo y perseguido hasta el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917, época de la que procede su sobrenombre de Stalin («hombre de acero»). La lealtad a Lenin y la falta de ideas propias le permitieron ascender en la burocracia del partido (rebautizado como Partido Comunista), hasta llegar a secretario general en 1922.
Stalin emprendió entonces una pugna con Trotsky por la sucesión de Lenin, que, ya muy enfermo, moriría en 1924. Aunque el líder de la Revolución había indicado su preferencia por Trotsky (pues consideraba a Stalin «demasiado cruel»), Stalin maniobró aprovechando su control sobre la información y sobre el aparato del Partido, aliándose con Zinoviev y Kámenev hasta imponerse a Trotsky. La lucha por el poder se disfrazó de argumentos ideológicos, defendiendo cada bando una estrategia para consolidar el régimen comunista: la construcción del socialismo en un solo país (Stalin) contra la revolución permanente a escala mundial (Trotsky).

Lenin y Stalin (Gorki, 1922)
Pero el verdadero móvil de Stalin era la ambición de poder: una vez apartado Trotsky (al que mandó al exilio en 1929 y luego hizo asesinar en 1940), se desembarazó también del ala «izquierda» del partido (Zinoviev y Kámenev, ejecutados en 1936) y del ala «derecha» (Bujarin y Rikov, ejecutados en 1938) e instauró una sangrienta dictadura personal, apropiándose de las ideas políticas que habían sostenido sus rivales.
La URSS bajo Stalin
Stalin gobernó la Unión Soviética de forma tiránica desde los años treinta hasta su muerte, implantando el régimen más totalitario que haya existido jamás; pero también hay que atribuirle a él la realización del proyecto socioeconómico comunista en Rusia, la extensión de su modelo a otros países vecinos y la conversión de la URSS en una gran potencia.
Radicalizando las tendencias autoritarias presentes entre los bolcheviques desde la Revolución, acabó de eliminar del proyecto marxista-leninista todo rastro de ideas democráticas o emancipadoras: anuló todas las libertades, negó el más mínimo pluralismo y aterrorizó a la población instaurando un régimen policial. Dispuesto a eliminar no sólo a los discrepantes o sospechosos, sino a todo aquel que pudiera poseer algún prestigio o influencia propia, lanzó contra sus compañeros comunistas sucesivas purgas que diezmaron el partido, eliminando a la plana mayor de la Revolución.
Con la misma violencia impuso la colectivización forzosa de la agricultura, hizo exterminar o trasladar a pueblos enteros como castigo o para solucionar problemas de minorías nacionales, y sometió todo el sistema productivo a la estricta disciplina de una planificación central obligatoria. Con inmensas pérdidas humanas consiguió, sin embargo, un crecimiento económico espectacular, mediante los planes quinquenales: en ellos se daba prioridad a una industrialización acelerada, basada en el desarrollo de los sectores energéticos y la industria pesada, a costa de sacrificar el bienestar de la población, sometida a durísimas condiciones de trabajo y a grandes privaciones en materia de consumo.
La represión impedía que se expresara el malestar de la masa trabajadora, apenas compensada con la mejora de los servicios estatales de transporte, sanidad y educación. A este precio conseguiría Stalin convertir a la Unión Soviética en una gran potencia, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y de compartir la hegemonía con los Estados Unidos en el orden bipolar posterior.
De la Segunda Guerra Mundial a la «guerra fría»
Stalin fue un político ambicioso y realista, movido por consideraciones de poder y no por ideales revolucionarios. Este maquiavelismo fue más palpable en su política exterior, donde la causa del socialismo quedó sistemáticamente postergada a los intereses nacionales de Rusia (convirtiendo a los partidos comunistas extranjeros en meros instrumentos de la política exterior soviética). En los días previos a la Segunda Guerra Mundial, no tuvo reparos en firmar un pacto de no agresión con la Alemania nazi para asegurarse la tranquilidad en sus fronteras, el reparto de Polonia y la anexión de Estonia, Letonia y Lituania (Pacto Germano-Soviético de 1939).
A pesar de todo, Adolf Hitler invadió la URSS, arrastrando a Stalin a la guerra en 1941. Stalin movilizó eficazmente las energías del país apelando a sus sentimientos nacionalistas (proclamó la Gran Guerra Patriótica): organizó la evacuación de la industria de las regiones occidentales hacia los Urales, adoptando una estrategia de «tierra quemada». Con ayuda del clima, de las grandes distancias y de la lucha guerrillera de los partisanos, debilitó a los alemanes hasta recuperarse y pasar a la contraofensiva a partir de la batalla de Stalingrado (1942-1943). Después el avance ruso sería arrollador hasta llegar más allá de Berlín.

Stalin, Roosevelt y Churchill en la Conferencia de Teherán (1943)
En la Conferencia de Teherán (1943), pactó con el primer ministro británico Winston Churchill y con el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt la estrategia de la guerra. Reforzado por la victoria, Stalin negoció con Estados Unidos y Gran Bretaña el orden internacional de la posguerra (Conferencias de Yalta y Postdam, 1945), obteniendo el reconocimiento de la URSS como gran potencia (con derecho de veto en la ONU, por ejemplo). Los aliados tuvieron que aceptar la influencia soviética en la Europa oriental, donde Stalin estableció un cordón de «Repúblicas populares» con regímenes comunistas satélites de la URSS.
Stalin mantuvo la inercia de la guerra, retrasando la desmovilización de su ejército hasta el momento en que pudo disponer de armas atómicas (1951) y fomentando la extensión del comunismo a países en los que existieran movimientos revolucionarios autóctonos (como Grecia, Turquía, China y Corea). La resistencia norteamericana a sus planes dio lugar a la «guerra fría», clima de tensión bipolar a escala mundial entre un bloque comunista y un bloque occidental capitalista.
Formalmente, la fase más aguda de la guerra fría terminó con la muerte de Stalin; su sucesor, Nikita Jruschov (1953-1964), impulsó la doctrina de la «coexistencia pacífica» de las dos grandes potencias, que resultó ser una ficción retórica: los conflictos abiertos o subterráneos a través de terceros países continuaron, y la guerra fría perduraría hasta la caída del muro de Berlín (1989) y la disolución de la URSS (1991). En el XX Congreso del PCUS (1956), Jruschov denunció las desviaciones ideológicas y los crímenes del periodo anterior, dando inicio, con la expulsión de los estalinistas del partido, al proceso de desestalinización del Estado.

Franklin Delano Roosevelt

(Nueva York, 1882 - Warm Springs, Georgia, 1945) Trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América (1933-1945). Era primo lejano del también presidente Theodore Roosevelt, y, como su pariente, había estudiado en Harvard (también en la Universidad de Columbia) y había sido subsecretario de Marina (1913-1920); pero, a diferencia de su predecesor, Franklin se alineó con el Partido Demócrata. Aunque llegó a ejercer la abogacía, abandonó muy joven la profesión para dedicarse a la política. Fue elegido senador (1911) y gobernador del Estado de Nueva York (1928), destacando su política de lucha contra la pobreza.

Franklin D. Roosevelt
La crisis bursátil de 1929 y la honda depresión económica que provocó le dieron el espaldarazo definitivo para vencer a Herbert Hoover en las elecciones presidenciales de 1932, las primeras que ganaban los demócratas desde los tiempos de Woodrow Wilson. Rompiendo con el principio impuesto por Washington de que los presidentes renunciaran a ser reelegidos para más de dos mandatos, Roosevelt volvió a presentarse con éxito en las elecciones de 1936, 1940 y 1944; él mismo propuso poco antes de morir la enmienda constitucional que prohibía una tercera reelección presidencial (en vigor desde 1951), por lo que fue el único presidente norteamericano en gobernar durante cuatro mandatos seguidos (1933-1945), si bien la muerte le impidió completar el último.
Frente al reto de la «gran depresión», Roosevelt impulsó un programa político conocido como New Deal (nuevo acuerdo). Aconsejado por un entorno de intelectuales y técnicos progresistas, este programa aplicó de forma intuitiva las recetas de política económica que por los mismos años teorizó John M. Keynes. Promovió la intervención del Estado para sacar a la economía del estancamiento y para paliar los efectos sociales de la crisis, aunque fuera a costa de acrecentar el déficit público y romper con el tabú de la libertad de mercado. Acabó así con la edad dorada del ultraliberalismo americano, abriendo la del Estado de bienestar.
Entre sus medidas iniciales (1933) cabe destacar la reforma agraria, la Ley de Reconstrucción Industrial y la creación de la Autoridad del Valle del Tennessee (que suponía un ambicioso programa de obras públicas, arrogándose por primera vez el Estado una función planificadora). Durante una segunda fase (1935-1936) reguló las relaciones laborales a favor de los trabajadores, garantizó la libertad sindical, creó pensiones de paro, jubilación e invalidez, e instauró la semana laboral de cuarenta horas y el salario mínimo.
Este intervencionismo público y la propia popularidad del presidente le hicieron acumular un gran poder, que sus adversarios intentaron frenar; algunas de sus medidas fueron declaradas anticonstitucionales por el Tribunal Supremo. Roosevelt consiguió crear un sistema de seguridad social y reformar el capitalismo americano en un sentido moderno, que evitó estallidos sociales y permitió al país recuperar la confianza; pero en el terreno estrictamente económico, no consiguió relanzar el crecimiento hasta que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) puso en marcha el rearme norteamericano.
Efectivamente, después de la superación de la crisis económica, el gran reto de Roosevelt fue la lucha por la supremacía a escala mundial. Estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética e instauró una política de buena vecindad con los países tradicionalmente sometidos (renunciando al control de Cuba, Filipinas y Haití). Pero, ante la agresividad demostrada por la Alemania nazi desde la llegada de Hitler al poder (1933), Roosevelt hizo frente al aislacionismo dominante en el Congreso, puso en marcha el rearme (1938) y alineó a Estados Unidos con el bando aliado en defensa de las libertades (Ley de Crédito y Arriendo y Carta Atlántica, ambas de 1941).
Preparó así la intervención norteamericana en la guerra, que se produjo después del ataque japonés a Pearl Harbour (1941). Instauró una economía de guerra regulada por el gobierno federal, gracias a la cual movilizó todos los recursos del país y acabó imponiendo su superioridad demográfica e industrial sobre Alemania y Japón. Vencidas las potencias del Eje, Roosevelt negoció con sus aliados Churchill y Stalin la organización del mundo de la posguerra en las Conferencias de Teherán (1943), Dumbarton Oaks (1944) y Yalta (1945).
Conforme a sus ideas de entendimiento pacífico entre las naciones, Roosevelt sacó adelante su proyecto de creación de una Organización de las Naciones Unidas (ONU) y se mostró conciliador hacia Stalin; pero no pudo evitar que éste adoptara una posición de fuerza, consolidando la potencia mundial de la Unión Soviética y determinando la bipolarización de la inmediata «guerra fría». Sostenido hasta el final por su esposa Eleanor (que le auxilió como una estrecha colaboradora política), Roosevelt murió de una hemorragia cerebral en plena negociación, sucediéndole su vicepresidente, Harry S. Truman.

Sir Henry Campbell-Bannerman

(Glasgow, 1836 - Londres, 1908) Político británico. Miembro del partido liberal, ostentó el cargo de ministro de la Guerra desde 1892, durante el gabinete dirigido por William Gladstone, hasta 1895, y mantuvo también dicho cargo durante el gabinete de gobierno de Archibald Philip Primrose, quinto conde de Rosebery. Ocupó el puesto de Primer Ministro desde el 5 de diciembre de 1905 hasta el 5 de abril de 1908, diecisiete días antes de su muerte.

Henry Campbell-Bannerman
Cursó estudios en el Trinity College de Cambridge y, una vez finalizados, fue elegido miembro de la Cámara de los Comunes por el distrito escocés de Stirling, en 1868. A partir de entonces su carrera política fue en ascenso, hasta llegar a la cumbre en 1905. En un primer momento actuó como secretario financiero para el ministerio de la Guerra, en dos ocasiones: desde 1871 hasta 1874 y desde 1880 hasta 1882. En los dos años siguientes realizó dichas funciones para el Almirantazgo, para convertirse en 1886 en secretario de Estado para la Guerra, puesto que volvió a ocupar desde 1892 hasta 1895.
La principal medida que adoptó en ese cargo fue provocar la retirada del Duque de Cambridge, primo de la Reina, como Comandante en jefe de las fuerzas armadas, cargo que había ocupado durante treinta y nueve años, durante los cuales se opuso por sistema a cualquier reforma del ejército. El gabinete del quinto conde de Rosebery cayó ante el giro conservador de la Cámara, que aprovechó la falta de asistencia de los representantes liberales para provocar la caída del gobierno.
Este hecho provocó el nombramiento de Campbell como líder del partido liberal el 6 de febrero de 1899. El partido se enfrentó durante estos años a una de las más profundas crisis de identidad y de unidad de su larga historia. El enfrentamiento se originó a raíz de la guerra en Sudáfrica: una rama del partido defendía posturas totalmente imperialistas en cuanto a la política colonial, mientras que la otra era contraria a la guerra y mantenía ciertas actitudes a favor de los boers. Las amenazas de secesión estallaron cuando Campbell denunció la barbarie de los británicos en la Guerra de los Boers.
Tras la renuncia como Primer Ministro del conservador Arthur James Balfour en 1905, el rey Eduardo VII ofreció el cargo a Henry Campbell, quien lo aceptó motivado, en gran parte, por su profundo respeto hacia el rey y por la mutua amistad que los unía. Su gobierno fue pionero en muchos aspectos, pero sobre todo destacó por ser el primer gabinete en el que se incluyó a un miembro procedente de la clase obrera, John Elliot Quema. El gabinete incluía también a dos futuros primeros ministros: Herbert Henry Asquith y David LLoyd George.
En las elecciones generales celebradas en 1906, Campbell y su partido obtuvieron una importante victoria. Sin embargo, la actividad gubernamental se vio frenada en todo momento por la Cámara de los Lores. Por este motivo no consiguió sacar adelante la aprobación del estatuto de autonomía (Home Rule) para Irlanda. Su política colonial consiguió pequeñas reformas, como por ejemplo cierta dosis de autonomía, mediante patentes de privilegio, para las colonias conflictivas de Transvaal, en 1906, y Orange, en 1907, temas en los que la Cámara de los Lores no tenía control. Sus problemas de salud le impidieron continuar con una labor legislativa agotadora. Renunció a su cargo unas semanas antes de su muerte, en 1908, y fue sucedido en el poder por el que fuera miembro de su gabinete, Herbert Henry Asquith.

Winston Churchill

(Sir Winston Leonard Spencer Churchill; Blenheim Palace, Oxfordshire, 1874 - Londres, 1965) Político británico especialmente recordado por su mandato como primer ministro (1940-45) durante la Segunda Guerra Mundial: con su divisa "sangre, sudor y lágrimas", logró elevar la moral de las tropas y de la población civil y sostener la nación hasta la victoria aliada.

Winston Churchill
A lo largo de su brillante carrera, Winston Churchill fue sucesivamente el hombre más popular y el más criticado de Inglaterra, y a veces ambas cosas al mismo tiempo. Considerado el último de los grandes estadistas, siempre será recordado por su rara habilidad para predecir los acontecimientos futuros, lo que en ocasiones se convirtió en una pesada carga para sus compatriotas.
Durante años, Churchill fue algo así como la voz de la conciencia de su país, una voz que sacudía los espíritus y les insuflaba grandes dosis de energía y valor. Su genio polifacético, además de llevarlo a conquistar la inmortalidad en el mundo de la política, lo hizo destacar como historiador, biógrafo, orador, corresponsal de guerra y bebedor de coñac, y en un plano más modesto como pintor, albañil, novelista, aviador, jugador de polo, soldado y propietario de caballerías.
Biografía
Winston Churchill nació el 30 de noviembre de 1874 en el palacio de Blenheim, por aquel entonces propiedad de su abuelo, séptimo duque de Marlborough. Su padre era lord Randolph Churchill y su madre una joven norteamericana de deslumbrante belleza llamada Jennie Jerome. No hay duda de que en sus primeros años conoció la felicidad, pues en su autobiografía evoca con ternura los días pasados bajo la sombra protectora de su madre, que además de hermosa era culta, inteligente y sensible.
Quizás por ello, al ser internado por su padre en un costoso colegio de Ascot, el niño reaccionó con rebeldía; estar lejos del hogar le resultaba insoportable, y Winston expresó su protesta oponiéndose a todo lo que fuese estudiar. Frecuentemente fue castigado y sus notas se contaron siempre entre las peores. Cuando en 1888 ingresó en la famosa escuela de Harrow, el futuro primer ministro fue incluido en la clase de los alumnos más retrasados. Uno de sus maestros diría de él: "No era un muchacho fácil de manejar. Cierto que su inteligencia era brillante, pero sólo estudiaba cuando quería y con los profesores que merecían su aprobación."
Churchill fracasó dos veces consecutivas en los exámenes de ingreso en la Academia Militar de Sandhurst. Sin embargo, una vez entró en la institución, se operó en él un cambio radical. Su proverbial testarudez, su resolución y su espíritu indomable no lo abandonaron, pero la costumbre de disentir caprichosamente de todo comenzó a desaparecer. Trabajaba con empeño, era aplicado y serio en las clases y muy pronto se destacó entre los alumnos de su nivel.
Poco después se incorporó al Cuarto de Húsares, regimiento de caballería reputado como uno de los mejores del ejército. Estuvo, en 1895, en la guerra de Cuba, y combatió en la India (1898) y el Sudán (1899); en los campos de batalla aprendió sobre el arte de la guerra todo cuanto no había encontrado en los libros, especialmente cuestiones prácticas de estrategia que más tarde le servirían para hacer frente a los enemigos de Inglaterra.
Del periodismo a la política
No obstante, la vida militar no tardó en cansarlo. Renunció a ella para dedicarse a la política y se afilió al Partido Conservador en 1898, presentándose a las elecciones un año después. Al no obtener el acta de diputado por escaso margen, Churchill se trasladó a África del Sur como corresponsal del Morning Post en la guerra de los bóers.
Allí fue hecho prisionero y trasladado a Pretoria, pero consiguió escapar y regresó a Londres convertido en un héroe popular: por primera vez, su nombre saltó a las portadas de los periódicos, pues había recorrido en su huida más de cuatrocientos kilómetros, afrontando un sinfín de peligros con extraordinaria sangre fría. No es de extrañar, pues, que consiguiese un escaño como representante conservador de Oldham en la Cámara de los Comunes (1900) y que, recién cumplidos los veintiséis años, pudiese iniciar una fulgurante carrera política.

Winston Churchill a los 26 años
En el Parlamento, sus discursos y su buen humor pronto se hicieron famosos. Pero su espíritu independiente, reacio a someterse a disciplinas partidarias, le granjeó importantes enemigos en la cámara, incluso entre sus propios correligionarios. No es de extrañar que cambiara varias veces de partido y que sus intervenciones, a la vez esperadas y temidas por todos, suscitaran siempre tremendas polémicas.
En desacuerdo con el partido respecto a la cuestión sudafricana, Churchill se pasó a los liberales en 1904, y en 1906, a los treinta y un años, alcanzó su primer cargo gubernamental en el gabinete de Henry Campbell-Bannerman, que lo nombró subsecretario de Colonias; desde ese puesto defendió la concesión de autonomía a los bóers. Luego fue ministro de Comercio (1908-1910) y del Interior (1910-1911) en el gobierno de quien sería primer ministro entre 1908 y 1916, Herbert Henry Asquith.
La Primera Guerra Mundial
Churchill previó con extraordinaria exactitud los acontecimientos que desencadenaron la Primera Guerra Mundial y el curso que siguió la contienda en su primera etapa. Sus profecías, consideradas disparatadas por los militares, se convirtieron en realidad y sorprendieron a todos por la clarividencia con que habían sido formuladas.
En 1911, tres años antes de estallar la conflagración, el primer ministro Asquith lo nombró lord del Almirantazgo; Churchill se embarcó inmediatamente en una profunda reorganización del ejército de su país. Primero se propuso hacer de la armada británica la primera del mundo, cambiando el carbón por petróleo como combustible de la flota y ordenando la instalación en todas las unidades de cañones de gran calibre. Luego puso en marcha la creación de un arma aérea y, por último, decidido a contrarrestar el temible poderío alemán, impulsó la construcción de los primeros "acorazados terrestres", consiguiendo que el tanque empezase a ser considerado imprescindible como instrumento bélico.

Churchill en 1919
Ante el fracaso de la batalla de los Dardanelos (1915), se vio obligado a dimitir; se reincorporó al ejército y luchó en el frente occidental como comandante y teniente coronel. En 1916, en plena guerra, cayó el gobierno de Herbert Henry Asquith, que fue substituido por David Lloyd George; el nuevo primer ministro llamó de nuevo a Churchill para integrarlo en su gabinete, primero como ministro de Armamento (1917) y luego para la cartera de Guerra y Aire (1918).
Finalizada la Primera Guerra Mundial, Winston Churchill sufrió las consecuencias de la reacción de la posguerra, y durante un tiempo fue relegado a un papel secundario dentro de la escena política. En 1924 se reconcilió con los conservadores y un año después fue puesto al frente del ministerio de Hacienda en el gobierno de Stanley Baldwin. Era una época de decadencia económica, inquietud, descontento laboral y aparatosas huelgas, y el conservadurismo obstinado de que hacía gala no contentó ni siquiera a sus propios colegas. En una palabra, todo el mundo estaba cansado de él y su popularidad descendió a cotas inimaginables años antes.
Retiro entre dos guerras
Entre 1929 y 1939, Winston Churchill se apartó voluntariamente de la política y se dedicó principalmente a escribir y a cultivar su afición por la pintura bajo el seudónimo de Charles Morin. "Si este hombre fuese pintor de oficio -dijo en una ocasión Picasso-, podría ganarse muy bien la vida."
Churchill siguió perteneciendo al Parlamento, pero durante esos años careció prácticamente de influencia. Recobró protagonismo cuando, al observar la creciente amenaza que constituía Adolf Hitler, proclamó la necesidad urgente de que Inglaterra se rearmase y emprendió una lucha solitaria contra el fascismo emergente. En reiteradas ocasiones, tanto en la cámara como en sus artículos periodísticos, denunció vigorosamente el peligro nazi ante una nación que, una vez más, parecía aquejada de una ceguera que podía acabar en tragedia.
Tras la firma en 1938 del Acuerdo de Munich, en el que Gran Bretaña y Francia cedieron ante el poderío alemán, la gente se dio cuenta nuevamente de que Churchill había tenido razón desde el principio. Hubo una docena de ocasiones en las que hubiera sido posible detener a Hitler sin derramamiento de sangre, según afirmarían después los expertos. En cada una de ellas, Churchill abogó ardorosamente por la acción. Pero a pesar de la energía desplegada, sus avisos habían sido ignorados por el gobierno.
El primer ministro de la Segunda Guerra Mundial
El 1 de septiembre de 1939, el ejército nazi entró con centelleante precisión en Polonia; dos días después, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania y, por la noche, Churchill fue llamado a desempeñar su antiguo cargo en el Almirantazgo por el primer ministro Neville Chamberlain, que hasta entonces había intentado una inútil política de apaciguamiento frente a Alemania. Todas las unidades de la flota recibieron por radio el mismo mensaje: "Winston ha vuelto con nosotros."
Los mismos diputados que una semana antes lo combatían con saña, lo aclamaron puestos en pie cuando hizo su entrada en el Parlamento. Pero aquella era una hora amarga para la historia del Reino. La nación estaba mal preparada para la Segunda Guerra Mundial, tanto material como psicológicamente. Por eso, cuando fue nombrado primer ministro el 10 de mayo de 1940, Churchill pronunció una conmovedora arenga en la que afirmó no poder ofrecer más que "sangre, sudor y lágrimas" a sus conciudadanos.

Churchill en la radio
El pueblo británico aceptó el reto y convirtió tan terrible frase en un verdadero lema popular durante cinco años; su contribución a la victoria iba a ser decisiva. Churchill consiguió mantener la moral en el interior y en el exterior mediante sus discursos, ejerciendo una influencia casi hipnótica en todos los británicos. Formó un gobierno de concentración nacional, que le aseguró la colaboración de sus adversarios políticos, y creó el ministerio de Defensa para una mejor dirección del esfuerzo bélico. Cuando Francia quedó totalmente sometida al dominio de Hitler, y mientras los Estados Unidos seguían proclamando su inamovible neutralidad, Churchill convocó una reunión de su gabinete y con excelente humor dijo: "Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante."
Por supuesto, Churchill hizo todo lo posible para que Estados Unidos y la URSS entrasen en la guerra, lo que consiguió en breve tiempo. Mantuvo estrecho contacto con el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt; en 1941, después del ataque japonés a Pearl Harbour, los norteamericanos declararon la guerra al Japón e incorporaron su valiosísimo potencial militar al bando aliado. También en 1941, el año decisivo de la contienda, Hitler emprendió la invasión de Rusia, poniendo fin a la neutralidad soviética y empujando a Stalin a una frágil alianza con Inglaterra, que Churchill supo conservar, relegando a un segundo plano su visceral anticomunismo y demostrando su pragmatismo.
Como primer ministro, le correspondió participar en las cruciales conferencias de Casablanca (1943), El Cairo (1943), Teherán (1943), Yalta (1945) y Potsdam (1945), en las que se diseñó la estrategia de la guerra y, una vez acabado el conflicto, el mapa político mundial que se mantendría vigente hasta 1989. Durante interminables jornadas dirigió las operaciones militares y diplomáticas trabajando entre dieciséis y dieciocho horas diarias, transmitiendo a todos su vigor y contagiándoles su energía y optimismo.
Por fin, el día de la victoria aliada, se dirigió de nuevo al Parlamento y al entrar fue objeto de la más tumultuosa ovación que registra la historia de la asamblea. Los diputados olvidaron todas las formalidades rituales y se subieron a los escaños, gritando y sacudiendo periódicos. Churchill permaneció en pie a la cabecera del banco ministerial, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y sus manos se aferraban temblorosas a su sombrero.
Los últimos años
A pesar de la enorme popularidad alcanzada durante la guerra, dos meses después el voto de los ingleses lo depuso de su cargo. Churchill continuó en el Parlamento y se erigió en jefe de la oposición. En un discurso pronunciado en marzo de 1946 popularizó el término "telón de acero", y algunos meses después hizo un llamamiento para impulsar la creación de los Estados Unidos de Europa.
Tras el triunfo de los conservadores en 1951 volvió a ser primer ministro, y dos años después fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial. Alegando razones de edad, presentó la dimisión en abril de 1955, después de ser nombrado Caballero de la Jarretera por la reina Isabel II y de rechazar un título nobiliario a fin de permanecer como diputado en la Cámara de los Comunes.
Reelegido en 1959, ya no se presentó a las elecciones de 1964. No obstante, su figura siguió pesando sobre la vida política y sus consejos continuaron orientando a quienes rigieron después de él los destinos del Reino Unido. El pueblo había visto en Churchill la personificación de lo más noble de su historia y de las más hermosas cualidades de su raza; por eso no cesó de aclamarlo como su héroe hasta su muerte, acaecida el 24 de enero de 1965.

Charles De Gaulle

(Charles André Joseph Marie De Gaulle; Lille, 1890 - Colombey-les-Deux-Églises, 1970) Militar y político francés, líder de la «Francia libre» durante la Segunda Guerra Mundial y creador de la Quinta República. Nacido en una familia católica de clase media, siguió la carrera militar entre 1909 y 1912. Combatió en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y luego fue destinado a auxiliar al ejército polaco en su guerra contra la Rusia soviética (1920). Hizo su carrera bajo la protección del general Philippe Pétain, que le promovió a cargos de responsabilidad antes de romper relaciones en 1938 por un asunto de plagio; sin embargo, De Gaulle ascendió con lentitud, pues se hizo notar como un joven ambicioso e indisciplinado, que criticaba las directrices de la defensa nacional y publicaba pretenciosos tratados de estrategia y filosofía militar.

Charles De Gaulle

Cuando en los inicios de la Segunda Guerra Mundial se produjo la invasión alemana de Francia (mayo de 1940), De Gaulle demostró cierta brillantez estratégica al mando de una unidad acorazada, pero no pudo evitar ser derrotado ante el avance arrollador de la «guerra relámpago» alemana. En aquel momento de derrota, sin embargo, obtuvo la doble victoria personal de ascender a general y acceder a un primer cargo en el gobierno (subsecretario de la Guerra) por su amistad con el nuevo primer ministro, Reynaud. Nada pudo hacer en aquel puesto, pues la derrota causó la caída del gobierno Reynaud, y su sucesor, Philippe Pétain, se apresuró a firmar la paz con Hitler y a aceptar la ocupación alemana de la mayor parte de Francia, estableciendo sobre el resto el régimen colaboracionista de Vichy.
De Gaulle se refugió en Londres, lanzando a través de la radio un llamamiento a los franceses para continuar la resistencia contra Alemania. Aunque carecía de apoyos, fue reconocido por Churchill como representante legítimo de la «Francia libre» ante los aliados. Hizo valer su liderazgo sobre los movimientos de resistencia del interior, al tiempo que lograba el control de algunas colonias francesas para contar con territorios y ejércitos propios que justificaran su papel en la guerra. Adoptó una postura intransigente en defensa de la dignidad e independencia de Francia, reclamando ser tratado en pie de igualdad por Gran Bretaña y Estados Unidos; ello dificultó las relaciones con los aliados, sobre todo con el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, que desconfiaba del ambicioso general y de sus tentaciones autoritarias.
Fueron los americanos los que dejaron a De Gaulle al margen del desembarco aliado en el norte de África, sustituyéndole por el general Henri Giraud. Pero De Gaulle se impuso a Giraud como jefe del gobierno francés en el exilio, al reunir a su alrededor a representantes de los antiguos partidos (incluidos los comunistas) con sus promesas de restablecer la democracia e introducir mejoras sociales (1943).
Tras el desembarco de Normandía, De Gaulle se instaló en Francia al frente de un gobierno provisional de concentración (1944) y procedió rápidamente a afirmar el poder central y a depurar a los colaboracionistas. Recogió los frutos de la victoria aliada, consiguiendo para Francia el tratamiento de gran potencia que pretendía, al obtener una zona de ocupación en Alemania, así como un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero hubo de dimitir en 1946, en desacuerdo con la Constitución de la Cuarta República, en la que habría querido introducir un poder ejecutivo más fuerte frente a la insistencia de los demás partidos en la preponderancia democrática del Parlamento.
Desde entonces encabezó un movimiento de oposición que contribuyó a acentuar la inestabilidad política de la que acusaba a la Cuarta República. Al no obtener el triunfo electoral que esperaba, se retiró de la política en 1953, dejando sin embargo que sus partidarios mantuvieran vivo el movimiento «gaullista». La guerra de Argelia le permitió volver al poder: ante el avance del movimiento independentista, los partidarios de mantener la presencia francesa en Argelia dieron en 1958 un golpe de Estado con participación gaullista. Para evitar el establecimiento de una dictadura militar, los dirigentes de la República aceptaron llamar al gobierno al general De Gaulle, como pedían los sublevados. Con la oposición de la izquierda, obtuvo del Parlamento plenos poderes y el encargo de preparar una revisión constitucional.
La resultante Constitución de 1958 dio lugar a la Quinta República, que perdura en Francia hasta nuestros días; sus instituciones fueron hechas a la medida de De Gaulle y reflejan su pensamiento a medio camino entre la tradición republicana y el autoritarismo bonapartista: todo se centra en la figura del presidente, dotado de amplísimos poderes y elegido (por sufragio universal desde 1962) para un largo mandato.
El propio De Gaulle ocupó la presidencia desde 1958 hasta 1969; su labor se centró en recuperar el protagonismo internacional que correspondía a la «grandeza» histórica de Francia; la base para conseguirlo fue la estabilidad política creada por la Constitución del 58 y por su propia permanencia en el poder. Una vez liquidado el espinoso problema de Argelia (a la que concedió la independencia en 1962), intentó emancipar a Francia de la tutela norteamericana rompiendo la lógica bipolar de la «guerra fría»: dotó a Francia de armas nucleares, sacó al país de la estructura militar de la OTAN, vetó el ingreso de Gran Bretaña en la Comunidad Económica Europea y estableció relaciones con la China comunista.
Pero su conservadurismo en materia económica y social llevó al «mayo francés», un estallido de descontento obrero y juvenil que en 1968 amenazó los fundamentos de su régimen; intentó recomponerlo sometiendo a referéndum un proyecto de reforma constitucional, pero al ser derrotado en la consulta dimitió como presidente, dejando el cargo a un fiel colaborador suyo, Georges Pompidou.