Seguidores

martes, 18 de febrero de 2020

Friedrich Engels


(Friedrich o Federico Engels; Barmen, Renania, 1820 - Londres, 1895) Pensador y dirigente socialista alemán. Nació en una familia acomodada, conservadora y religiosa, propietaria de fábricas textiles. Sin embargo, desde su paso por la Universidad de Berlín (1841-42) se interesó por los movimientos revolucionarios de la época: se relacionó con los hegelianos de izquierda y con el movimiento de la Joven Alemania.
Enviado a Inglaterra al frente de los negocios familiares, conoció las míseras condiciones de vida de los trabajadores en la cuna de la Revolución Industrial; más tarde plasmaría sus observaciones en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).
En 1844 se adhirió definitivamente al socialismo y entabló una duradera amistad con Karl Marx. En lo sucesivo, ambos pensadores colaborarían estrechamente, publicando juntos obras como La Sagrada Familia (1844), La ideología alemana (1844-46) y el Manifiesto Comunista (1848).
Aunque corresponde a Marx la primacía en el liderazgo socialista, Engels ejerció una gran influencia sobre él: le acercó al conocimiento del movimiento obrero inglés y atrajo su atención hacia la crítica de la teoría económica clásica. Fue también Engels quien, gracias a la desahogada situación económica de la que disfrutaba como empresario, aportó a Marx la ayuda económica necesaria para mantenerse y escribir El Capitale incluso publicó los dos últimos tomos de la obra después de la muerte de su amigo.
Pero Engels tuvo también un protagonismo propio como teórico y activista del socialismo, a pesar de lo contradictoria que resultaba su doble condición de empresario y revolucionario: participó personalmente en la revolución alemana de 1848-50; fue secretario de la primera Internacional obrera (la AIT) desde 1870; y publicó escritos tan relevantes como Socialismo utópico y socialismo científico (1882), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) o Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888).
Tras la muerte de Marx en 1883, Engels se convirtió en el líder indiscutido de la socialdemocracia alemana, de la segunda Internacional y del socialismo mundial, salvaguardando lo esencial del marxismo, al que él mismo había aportado matices relativos a la desaparición futura del Estado, a la dialéctica y a las complejas relaciones entre la infraestructura económica y las superestructuras políticas, jurídicas y culturales.

Karl Marx


El paulatino y ya casi evidente fracaso de las supuestas aplicaciones prácticas de sus ideas políticas y económicas no debe ensombrecer la talla como pensador revolucionario de Karl Marx, cuya obra significó en las ciencias socioeconómicas un vuelco similar al producido por Freud en la psicología o Einstein en la física. Marx desenmascaró los dogmas de la economía clásica y reveló desde una perspectiva eminentemente científica las injusticias inherentes al sistema capitalista; con él, la doctrina económica dejaba de ser una velada defensa de intereses particulares, y la ética política una especie de una ciencia infusa. Achacar a Marx alguna responsabilidad en el establecimiento de regímenes comunistas es olvidar que falleció en 1883, y que la praxis revolucionaria de la centuria siguiente se basó en derivaciones de sus ideas que él nunca hubiera avalado.
Karl Marx nació en la Renania prusiana (actual Alemania), en la ciudad de Trier (antes Trèves, en español Tréveris) el 5 de mayo de 1818. Fue uno de los siete hijos del abogado judío Heinrich Marx y de su esposa holandesa Henrietta Pressburg. El padre era un hombre inclinado a la Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto de Kant y de Voltaire. El pequeño Karl tuvo una infancia habitual en la burguesía culta de su tiempo, y asistió a la escuela y cursó el bachillerato en su ciudad natal.
En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en los cursos de humanidades de la Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en el que estudió griego e historia y llevó una agitada vida estudiantil, incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo y desórdenes (fue la única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en prisión). El ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó a presidir el Club de las Tabernas, que tenía otros fines.
Pese a tantas actividades, de pronto resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que ingresó al año siguiente, también en el mes de octubre. En Berlín se inscribió para estudiar leyes y filosofía, sin abandonar su inclinación por la historia. Encontró muchos amigos y una novia, Jenny von Westphalen, joven inteligente y atractiva de veintidós años (cuatro más que Karl Marx), perteneciente a una familia de funcionarios de reciente nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e intelectual de Jenny.
Un joven hegeliano
Georg W. F. Hegel acababa de morir y el ambiente universitario berlinés era fervorosamente hegeliano, aunque cada grupo o cenáculo estudiantil interpretaba las ideas del creador de la dialéctica a su manera. El joven Marx se vio inmerso en esas discusiones, que lo llevaron a una profunda depresión y al primer descalabro de su frágil salud. En prenda a su rigor intelectual, aceptó incorporarse a «una concepción que odiaba» (según carta a su padre de noviembre de 1837) y se unió al grupo de seguidores del joven profesor Bruno Bauer, que sostenía las ideas más progresistas y democráticas de la obra de Hegel y el cuestionamiento del pensamiento matemático y formal.

Casa natal de Marx
Bauer fue expulsado de la universidad por «radical» en 1839, pero los jóvenes hegelianos ya eran republicanos de izquierdas que utilizaban la filosofía y la dialéctica como instrumento crítico de la rígida sociedad prusiana en la que vivían. No obstante, Marx y sus compañeros eran todavía idealistas y bastante románticos, al confiar en que la sociedad cambiaría gracias al desarrollo de la cultura y la educación. Esta posición no era compartida por el periodista Adolph Rutemberg, el más íntimo amigo de Karl en esa época, que lo impulsaba a conocer la lóbrega realidad de los obreros y los menesterosos.
A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841 presentó una brillante tesis doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito y la de Epicuro (incluyendo la después famosa frase «La crítica es también teoría»), con la que se doctoró en filosofía cuando aún no había cumplido veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros académicos. A principios del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por las fuerzas más progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania), Marx tomó contacto con las realidades sociales y la naturaleza crudamente clasista de la legislación prusiana. Nombrado otra vez director de la revista en octubre de 1842, sus crónicas parlamentarias desde la Dieta renana denunciaban al Estado como guardián y valedor de los intereses de los empresarios y expresaban su interpretación radical del pensamiento hegeliano, en tanto que el Estado no cumplía su función esencial como realización ética de la especificidad humana.
Su labor como periodista político lo llevó a tomar conocimiento de los movimientos obreros en Francia e Inglaterra, especialmente por las crónicas de Heine desde París y Lyon, y de las ideas del socialismo utópico mantenidas por Charles FourierRobert OwenHenri de Saint-Simon y Wilhelm Weitling. Desde hacía un tiempo estaba fuertemente influido por el pensamiento de Ludwig Feuerbach, discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un «humanismo ateo». Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica hegeliana sin llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases. Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como rebelión de «la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural y circunstancial motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no cumplía adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas del socialismo utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las «comprensiones objetivas» de la realidad. En última instancia siguió defendiendo el estado integral humanista de Hegel, frente al «estado de artesanos» que, en su opinión, propiciaban los protocomunistas.

Marx y Engels
La censura prusiana presionó seriamente contra los editores de la Rheinische Zeitung y Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar a la carrera académica a causa del rígido control ideológico implantado por el gobierno en la universidad. Tras siete años de noviazgo, se casó con Jenny en junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración política alemana que se dirigió a París. Allí conocería a destacados representantes de la crema de la juventud revolucionaria europea, como Heinrich HeinePierre Joseph Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.
El Manifiesto comunista
Marx siguió trabajando sobre la base del humanismo abstracto de Feuerbach, que criticaba la religión y la filosofía especulativa. Por su parte, Engels lo convenció de la importancia de profundizar los estudios económicos. Junto al hegeliano Arnold Ruge editó en 1844 el Deutsch-Französische Jahrbücher (Anuario Francoalemán), que incluía dos extensos artículos de Marx: «La cuestión judía» y «La filosofía hegeliana del derecho», en el que escribía el célebre aserto «La religión es el opio de los pueblos» (metáfora de gran actualidad entonces, pues Inglaterra acababa de invadir China en la llamada «guerra del opio»). También trabajó en esa época en unos Manuscritos económicofilosóficos, que dejó en borrador y no publicó durante su vida. En ellos se refleja especialmente el momento de transición que atravesaba su pensamiento, y el proceso de elaboración de lo que él mismo llamaría la «mezcla» entre el análisis crítico de las ideas y el estudio e interpretación de los datos reales.
La presión de Prusia sobre el gobierno de François Guizot hizo que Karl Marx abandonara París. El 5 de febrero de 1845 se instaló en Bruselas, donde transcurrirían dos años de fecundo trabajo en colaboración con Engels. Fue en ese período cuando efectuaron la primera formulación del materialismo dialéctico y escribieron La sagrada familiaLa ideología alemana y Miseria de la filosofía, este último cuestionando el libro de Proudhon Filosofía de la miseria.
En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una sociedad secreta en formación, la Liga de los Justos, integrada principalmente por artesanos alemanes emigrados, que le pidieron que escribiera sus estatutos. Engels los relacionó con los obreros izquierdistas ingleses, y ambos trabajaron desde diciembre hasta enero de 1848 en la carta fundacional de la Liga, que se publicó como Manifiesto comunista. La declaración comienza con una frase que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya existido hasta hoy, es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones afirma que las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio».
Según escribiría más tarde Engels, fue en este período cuando se produjo el punto de inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach, pasando «del culto del hombre abstracto a la ciencia del hombre real y su evolución histórica». Apareció entonces también la idea de la «sobreestructura», compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas, frente a la Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como relaciones) de producción y apropiación del producto social.
En ese momento estallaron en Europa una serie de revoluciones populares en cadena que afectaron a Francia, Italia y Austria, con repercusiones sociales en Alemania e Inglaterra. Marx fue invitado a París por el gobierno provisional y se opuso con vehemencia a la expedición «liberadora» sobre Alemania que proponía el poeta Georg Herwegh. Esto le granjeó una gran impopularidad entre los revolucionarios, pese a que él y Engels pasaron en abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas democráticas. La propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la burguesía progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes obreros.
Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que tuvo corta vida debido al contraataque represivo del gobierno prusiano. En su último número, espectacularmente impreso en tinta roja, la revista convocaba tardíamente a la resistencia armada. En 1849, ante el fracaso de la revolución, Marx volvió a París, de donde fue nuevamente expulsado; pasó entonces a Londres, ciudad en la que viviría el resto de sus días. El desencanto circunstancial respecto al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de algunos compañeros lo llevaron a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
El cerebro de la Internacional
La primera época en Londres fue bastante dura para Karl Marx, sumido en la pobreza, aquejado por su mala salud y acechado por los acreedores. La familia sobrevivió seis largos años en dos míseros cuartos del Soho, gracias a las ayudas que enviaba Engels desde la factoría de su padre en Manchester, donde trabajaba como contable. También colaboraron a su sustento Wilhelm Wolff, amigo de Karl, y esporádicos envíos de los parientes de Jenny. Dos de los cuatro niños de los Marx murieron en esos años de privaciones y sufrimientos.

Karl Marx
A fines de 1851 el New York Tribune lo designó corresponsal, lo que alivió en parte su situación económica y mucho su dignidad. En once años de colaboración, Marx escribió para ese diario más de quinientos artículos y editoriales, un tercio de ellos con Engels. En esa etapa de su labor intelectual comenzó a preparar datos y materiales para el primer volumen de El capital (Das Kapital). Trabajos como la Contribución a la crítica de la economía políticaTeorías sobre la plusvalía o un nuevo Esbozo para una crítica de la economía política suelen ser considerados como escritos preparatorios de su monumental obra teórica. Mientras tanto, no dejó de mantener nuevos enfrentamientos con los que llamaba «aventureros» y «alquimistas» de la revolución.
No obstante, cuando en 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (conocida popularmente como la Internacional), sus dirigentes llamaron a Karl Marx a participar y a colaborar en la redacción de sus primeros documentos. Aunque Marx es considerado el creador del comunismo moderno, y la Internacional su primera formación concreta para los trabajadores de todo el mundo, lo cierto es que Marx no fue fundador ni líder de esta organización, sino sólo el guía intelectual de un sector de la misma.
Como miembro del consejo general, trabajó activamente en la redacción de la memoria inicial y los estatutos de la asociación, al tiempo que completaba la elaboración del primer volumen de El capital, que se editó en Londres en 1867. Fue el único volumen publicado en vida de su autor (los volúmenes II y III los dio a conocer Engels, respectivamente, en 1885 y 1894); el conjunto de esta obra tendría una influencia decisiva a lo largo del siguiente siglo. Sólo bastante más tarde se comenzó a dar importancia al estudio y conocimiento de los trabajos anteriores y juveniles de Karl Marx. El núcleo ideológico de El capital parte de la negación de la especulación filosófica como fundamento de la acción política revolucionaria, que debe basarse en el conocimiento positivo de la realidad histórica social y económica. En este último aspecto, introduce el concepto de la «plusvalía» como valor del trabajo humano del que se apropia el dueño de los medios de producción.
La Internacional nació en un momento propicio, como propuesta de unión y organización concreta del movimiento obrero, en tanto expresión de la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales. En 1869 alcanzaba ya la cifra de 800.000 asociados, con un consejo general integrado por representantes de las «secciones» de los distintos países. En 1870 Engels consiguió trasladarse a Londres. Curiosamente, fueron los italianos quienes le pidieron que se incorporase al consejo como delegado de su sección. La entrada de su estrecho colaborador alivió a Marx de la intensa tarea como «cerebro» de la asociación y le permitió dedicar más tiempo a sus estudios en el Museo Británico y a sus escritos teóricos.

Marx en 1882
Pese a ser quien era, Karl Marx no era un nombre muy conocido en el resto de Europa: en parte porque escribía en alemán (pero sus obras no se publicaban todavía en Alemania) y en parte porque sus elaboraciones conceptuales y su estilo no estaban precisamente al alcance de las masas. Fue el levantamiento popular de París en 1871, conocido como la Comuna, el que adoptó El capital como fundamento teórico, proclamó la primera experiencia histórica de «dictadura del proletariado» y difundió el nombre de Karl Marx por todo el mundo. La mayor parte de los revolucionarios y líderes obreros adoptaron sus ideas (aunque no todos las bebieran en su fuente original) y se inició la veneración de su persona y su obra como quintaesencia del pensamiento revolucionario.
Mientras tanto, el Marx de carne y hueso estaba enredado en una furiosa disputa de facciones en el seno del consejo general de la Internacional. Su adversario era Mijaíl Bakunin, y el tema de enfrentamiento era el camino a seguir en la lucha revolucionaria. El líder anarquista ruso, que había levantado la Comuna de Lyon en 1870, propiciaba la destrucción de los estados nacionales y disentía del papel que otorgaba su rival al partido y a los obreros industriales como vanguardia revolucionaria. El enfrentamiento se alimentaba también de las fuertes y tozudas individualidades de ambos adversarios y de su inocultable encono personal. Marx, que no estaba libre de prejuicios, llegó a afirmar: «No me fío de los rusos». Hay quien, no sin ironía, vio en esa frase una cierta intuición profética.
En el congreso celebrado en 1872 en La Haya, los partidarios de Marx consiguieron la expulsión de Bakunin y sus seguidores de la Asociación Internacional de Trabajadores. En el mismo encuentro, Engels anunció que la sede del consejo se trasladaría de Londres a Nueva York, noticia que fue recibida con justificada preocupación por los asistentes. En efecto, la que pasaría a la historia como la I Internacional languideció en su sede americana hasta desaparecer. Luego vendrían la II, III y IV Internacional, de diverso signo ideológico y sin vinculación con la persona de Marx. Éste decidió retirarse del activismo político en 1873, para dedicarse al estudio y el trabajo teórico.
Varios autores consideran que la capacidad intelectual de Karl Marx se debilitó notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es que era un hombre enfermo, casi sexagenario y profundamente desengañado por la incomprensión o la trivialización de su pensamiento por muchos de los que deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica. En sus obras de madurez recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje filosófico de Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura de izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar su reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus «mixtificaciones idealistas».
Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías creativas, Marx recibió en esta etapa final visitas y correspondencia de líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y siempre mantuvo un magnetismo personal sobre los círculos revolucionarios (incluso los que no compartían sus puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels denominaba su «peculiar influencia». Hacia 1877, con la salud muy quebrantada, se refugió definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11 de enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada y los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo de 1883. Su tumba en un cementerio londinense es hasta hoy meta de peregrinación de marxistas y no marxistas que veneran la importancia de su obra y la profunda apertura intelectual de su pensamiento.

Juan Calvino


(Jean Cauvin o Calvin; Noyon, Francia, 1509 - Ginebra, 1564) Teólogo y reformador protestante. Educado en el catolicismo, cursó estudios de teología, humanidades y derecho. Con poco más de veinte años se convirtió al protestantismo, al adoptar los puntos de vista de Lutero: negación de la autoridad de la Iglesia de Roma, importancia primordial de la Biblia y doctrina de la salvación a través de la fe y no de las obras.
Tales convicciones le obligaron a abandonar París en 1534 y buscar refugio en Basilea (Suiza). 1536 fue un año decisivo en su vida: por un lado, publicó un libro en el cual sistematizaba la doctrina protestante -Las instituciones de la religión cristiana-, que alcanzaría enseguida una gran difusión; y por otro, llegó a Ginebra, en donde la creciente comunidad protestante le pidió que se quedara para ser su guía espiritual. Calvino se instaló en Ginebra, pero sus autoridades le expulsaron de la ciudad en 1538 por el excesivo rigor moral que había tratado de imponer a sus habitantes.
En 1541 los ginebrinos volvieron a llamarle y, esta vez, Calvino no se limitó a predicar y a tratar de influir en las costumbres, sino que asumió un verdadero poder político, que ejercería hasta su muerte. Aunque mantuvo formalmente las instituciones representativas tradicionales, estableció un control de hecho sobre la vida pública, basado en la asimilación de comunidad religiosa y comunidad civil.
Un Consistorio de ancianos y de pastores -dotado de amplios poderes para castigar- vigilaba y reprimía las conductas para adaptarlas estrictamente a la que suponían voluntad divina: fueron prohibidos y perseguidos el adulterio, la fornicación, el juego, la bebida, el baile y las canciones obscenas; hizo obligatoria la asistencia regular a los servicios religiosos; y fue intolerante con los que consideraba herejes (como Miguel Servet, al que hizo quemar en la hoguera en 1553). El culto se simplificó, reduciéndolo a la oración y la recitación de salmos, en templos extremadamente austeros de donde habían sido eliminados los altares, santos, velas y órganos.
La lucha por imponer todas estas innovaciones se prolongó hasta 1555, con persecuciones sangrientas, destierros y ejecuciones; después, Calvino reinó como un dictador incontestado. Ginebra se convirtió así en uno de los más importantes focos protestantes de Europa, desde donde irradiaba la Reforma. El propio Calvino se esforzó hasta el final de su vida por hacer proselitismo, extendiendo su influencia religiosa, especialmente hacia Francia.
Muerto Ulrico Zuinglio en 1531, Calvino se había erigido en el principal dirigente del protestantismo europeo, capaz de hacer frente a la Contrarreforma católica. El calvinismo superó pronto en influencia al luteranismo (limitado al norte de Alemania y los países escandinavos): calvinista fue el protestantismo dominante en Suiza y en Holanda, así como el de los hugonotes franceses, los presbiterianos escoceses o los puritanos ingleses (que después emigraron a Norteamérica), y otras comunidades importantes de tendencia calvinista surgieron en países como Hungría, Polonia y Alemania.
Calvino se opuso siempre a la fusión de las iglesias reformadas inspiradas por él con las de inspiración luterana, alegando irreductibles diferencias teológicas. Entre éstas destaca la doctrina de la predestinación: según Calvino, Dios ha decidido de antemano quiénes se salvaran y quiénes no, con independencia de su comportamiento en la vida; el hombre se salva si ha sido elegido para ese destino por Dios; y las buenas obras no constituyen méritos relevantes a ese respecto, sino una conducta también prevista por el Creador.
Quienes han sido destinados a la salvación han sido también destinados a llevar una vida recta; curiosamente, esta doctrina produjo entre los creyentes calvinistas un efecto moralizante, caracterizándose dichas comunidades por un extremado rigor moral y una dedicación sistemática al trabajo, como Calvino prescribió. Otras peculiaridades de su doctrina, como la de admitir el préstamo con interés (en contraste con los católicos y con los luteranos) han permitido que desde Max Weber algunos historiadores vieran en la ética calvinista el «caldo de cultivo» más propicio para el desarrollo de la moderna economía capitalista.

La ética protestante y el espíritu del capitalismo


Escrita entre 1904 y 1905, La ética protestante y el espíritu del capitalismo es la obra fundamental y más conocida de Max Weber, filósofo y sociólogo alemán que fue también un hombre político; en sus investigaciones históricas halló siempre un punto de apoyo para las cuestiones más urgentes y actuales de la vida política alemana anterior y posterior a la guerra.
Es característica del pensamiento de Max Weber su crítica de la concepción materialista de la historia; para el sociólogo alemán, no sólo los intereses económicos determinan el devenir histórico, el movimiento de las clases y las grandes corrientes sociales, sino que también influyen, y de forma principal, los factores de carácter psicológico y religioso. Desde esta posición general, Weber pasó a buscar en la historia de las religiones las concepciones que favorecieron o frenaron el desarrollo del capitalismo, llegando a la conclusión de que el capitalismo es heredero del calvinismo y del puritanismo, es decir, de aquellas corrientes originadas en la Reforma protestante en que la salvación nunca puede venir de la renuncia al mundo, sino de una incesante actividad moral y material.
Aunque el reformador Juan Calvino había hecho suyas en su juventud las ideas esenciales de Lutero (negación de la autoridad papal, libre interpretación de la Biblia y salvación a través de la fe), pronto hubo discrepancias doctrinales, particularmente en lo que respecta a la predestinación. En la teología calvinista (que se impondría con algunas variaciones en diversos países del centro y del norte de Europa y entre los puritanos ingleses, de cuya emigración procede el puritanismo estadounidense), la omnisciencia divina conoce el destino de cada hombre; el hombre se salva no por sus buenas obras, sino porque ha sido elegido por Dios para ese destino. Por otra parte, las buenas obras son también una conducta prevista por Dios, de modo que los hombres destinados a la salvación están también destinados a llevar una vida recta.
Paradójicamente, en lugar de conducir a la inacción, esta doctrina tuvo un efecto profundamente moralizador entre los creyentes, que, por decirlo de algún modo, se afanaron en alcanzar un absoluta integridad moral que les permitiese suponer que figuraban en el grupo de los elegidos para la salvación. El propio Calvino prescribió el rigor moral y, frente a cualquier tipo de ociosidad o apartamiento del mundo, la esforzada dedicación al trabajo; otro aspecto doctrinal de gran relevancia para el desarrollo económico fue aceptar, en contraste con el catolicismo, la legitimidad de los préstamos con interés.
Para los calvinistas y los puritanos, impulsados especialmente por su rigidez a dar a todas las cosas humanas un significado sagrado y a obtener de este significado la confirmación de su fe en ser elegidos para la salvación, el trabajo y su organización racional se convierten en un orden que ha de instaurarse en la realidad y en la vida, orden que, para el calvinista, es una fe y una misión, es la ejecución de la voluntad divina. Dedicado al trabajo y a los negocios, el hombre organiza y racionaliza el trabajo y la producción, enriquece la vida humana e interpreta su victoria comercial del mismo modo que sus logros en el autoperfeccionamiento moral: como indicios de la elección de Dios, de que Dios ha decidido su salvación y la de su familia y estirpe.
La meta no es la acumulación del capital, ni la satisfacción y alegría que pueda producir; pero, sin ser un fin en sí misma, esa meta orienta la organización de la vida. La obra del moderno hombre de negocios tiene así un fundamento religioso; la organización y la lucha comercial están estrechamente ligadas a una visión del mundo según la cual los más activos, los mejores (en suma, los elegidos) organizan, producen y enriquecen, en tanto que los otros, los no elegidos, pierden fatalmente sus batallas, declinan y decaen.
Con estas conclusiones, la vida social y económica se revela, en la filosofía de Weber, como determinada por elementos irracionales e imprevisibles, y la historia se manifiesta como un proceso mucho más complejo que el descrito por el marxismo, no reductible al esquema de la lucha de clases como motor de la historia. En el seno mismo de los hechos económicos más típicos, tales como el capitalismo, tienen una importancia predominante la visión de la vida y los factores psicológicos. Hasta el mismo capitalismo puede entenderse como una religión, la religión de la actividad y de la victoria, típicamente ligada a la concepción occidental de la vida; su opuesto no es tanto el espíritu proletario y comunista como el espíritu aristocrático de la renuncia y de la contemplación.
En estos contrastes, la obra de Weber adquiere un significado que sobrepasa los límites netamente sociológicos y económicos. Frente a las actitudes de pasividad y renuncia, el porvenir de la civilización está basado en la forma activa, aunque limitada e injusta, de la vida moderna. De esta manera Weber anuncia, en algunas atrevidas concepciones políticas, una organización político-social en la que se reconoce como fundamental el principio del jefe, del "Führer", al que la masa se confía reconociendo en él al exaltador y realizador de sus propios instintos de fuerza. Sin embargo, esta visión no excluye una clase política dirigente, de la misma manera que no admite una política imperialista sino después de alcanzar una unidad social y nacional. Por ello fue Weber, durante la guerra europea, uno de los críticos más clarividentes de la política alemana en general y de la política de Guillermo II en particular, y defendió el parlamentarismo en obras como Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada (1918).
Demócrata y crítico de la democracia, absolutista pero crítico de los aspectos inmaduros del absolutismo, sociólogo y político, historiador imparcial y al mismo tiempo apasionado, Max Weber no sólo es importante por la armonía de sus múltiples intereses, sino también por la fuerza con que supo dar forma y expresión a posiciones antes opuestas. No es un filósofo abstracto que reduce las contradicciones en nombre de la humanidad y de la claridad de la ciencia, sino un hombre que vive sus contradicciones experimentando los límites y la imposibilidad de considerarlas desde un punto de vista unilateral y dogmático.

Max Weber


(Erfurt, Prusia, 1864 - Múnich, Baviera, 1920) Sociólogo alemán que opuso al determinismo económico marxista una visión más compleja de la historia y la evolución social. Para Weber, las estructuras económicas y la lucha de clases tienen menos importancia que otros factores de naturaleza cultural, como la mentalidad religiosa o filosófica o incluso la ética imperante; así, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), obra clásica de la por entonces naciente sociología, vio en la espiritualidad protestante el caldo de cultivo que favorecería el desarrollo del capitalismo en el norte de Europa.
Max Weber era hijo de un destacado jurista y político del Partido Liberal Nacional en la época de Bismarck. Estudió en las universidades de Heidelberg, Berlín y Gotinga, interesándose especialmente por el derecho, la historia y la economía. Las primeras investigaciones de Max Weber versaron sobre temas económicos, algunas de ellas realizadas por cuenta de los intelectuales reformistas conocidos como «socialistas de cátedra». Desde 1893 fue catedrático en varias universidades alemanas, fundamentalmente en Heidelberg, excepto entre 1898 y 1906; aquejado de fuertes depresiones, durante ese periodo dejó la enseñanza para dedicarse a viajar y a investigar. En 1909 fundó la Asociación Sociológica Alemana.
Max Weber fue un gran renovador de las ciencias sociales en varios aspectos, incluyendo la metodología: a diferencia de los precursores de la sociología, comprendió que el método de estas disciplinas no podía ser una mera imitación de los empleados por las ciencias físicas y naturales, dado que en los asuntos sociales intervienen individuos con conciencia, voluntad e intenciones que es preciso comprender.
Weber propuso el método de los tipos ideales, categorías subjetivas que describen la intencionalidad de los agentes sociales mediante casos extremos, puros y exentos de ambigüedad, aunque tales casos no se hayan dado nunca en la realidad; de este modo estableció los fundamentos del método de trabajo de la sociología moderna (y de todas las ciencias sociales), a base de construir modelos teóricos que centraban el análisis y la discusión sobre conceptos rigurosos.
El primer fruto de la aplicación de este método fue La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905). Trabajando sobre los tipos ideales del «burgués», la «ética protestante» y el «capitalismo industrial», Weber estudió la moral que proponían algunas sectas calvinistas de los siglos XVI y XVII para mostrar que la reforma protestante habría creado, en algunos países occidentales, una cultura social más favorable al desarrollo económico capitalista que la predominante en los países católicos.
Para Weber, la exaltación del individuo y la doctrina de Calvino sobre la predestinación, según la cual la salvación o condenación de cada hombre ha sido decidida de antemano por Dios, había impulsado a los creyentes a buscar signos de la elección divina no sólo en una moralidad intachable, sino también en el trabajo y en el éxito. De modo inverso, del estudio de las religiones orientales (a las que dedicaría algunos de sus últimos trabajos, como La ética económica de las religiones del mundo, 1915-1919) se desprendía que, a pesar de contar con los elementos y factores económicos necesarios y favorables, el capitalismo no había podido desarrollarse en las civilizaciones orientales por no tener cabida en la mentalidad religiosa y filosófica imperante.
En términos generales, puede decirse que Weber se esforzó por comprender las interrelaciones de todos los factores que confluyen en la construcción de una estructura social; y en particular, reivindicó la importancia de los elementos culturales y las mentalidades colectivas en la evolución histórica, rechazando la exclusiva determinación económica defendida por Marx y Engels. Frente a la prioridad de la lucha de clases como motor de la historia en el pensamiento marxista, Weber prestó más atención a la racionalización como clave del desarrollo de la civilización occidental: un proceso guiado por la racionalidad instrumental plasmada en la burocracia. Todos estos temas aparecen en su obra póstuma Economía y sociedad (1922).
Políticamente, Weber fue un liberal democrático y reformista, que contribuyó a fundar el Partido Demócrata Alemán. Criticó los objetivos expansionistas de su país durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y, después de la derrota, adquirió influencia política como miembro del comité de expertos que acudió en representación del gobierno alemán a la Conferencia de Paz de París (1918) y como colaborador de Hugo Preuss en la redacción de la Constitución republicana de Weimar (1919). De entre sus escritos políticos cabe destacar Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada (1918), una valerosa defensa del parlamentarismo escrita en los difíciles tiempos de la Alemania en guerra.