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martes, 18 de febrero de 2020

La ética protestante y el espíritu del capitalismo


Escrita entre 1904 y 1905, La ética protestante y el espíritu del capitalismo es la obra fundamental y más conocida de Max Weber, filósofo y sociólogo alemán que fue también un hombre político; en sus investigaciones históricas halló siempre un punto de apoyo para las cuestiones más urgentes y actuales de la vida política alemana anterior y posterior a la guerra.
Es característica del pensamiento de Max Weber su crítica de la concepción materialista de la historia; para el sociólogo alemán, no sólo los intereses económicos determinan el devenir histórico, el movimiento de las clases y las grandes corrientes sociales, sino que también influyen, y de forma principal, los factores de carácter psicológico y religioso. Desde esta posición general, Weber pasó a buscar en la historia de las religiones las concepciones que favorecieron o frenaron el desarrollo del capitalismo, llegando a la conclusión de que el capitalismo es heredero del calvinismo y del puritanismo, es decir, de aquellas corrientes originadas en la Reforma protestante en que la salvación nunca puede venir de la renuncia al mundo, sino de una incesante actividad moral y material.
Aunque el reformador Juan Calvino había hecho suyas en su juventud las ideas esenciales de Lutero (negación de la autoridad papal, libre interpretación de la Biblia y salvación a través de la fe), pronto hubo discrepancias doctrinales, particularmente en lo que respecta a la predestinación. En la teología calvinista (que se impondría con algunas variaciones en diversos países del centro y del norte de Europa y entre los puritanos ingleses, de cuya emigración procede el puritanismo estadounidense), la omnisciencia divina conoce el destino de cada hombre; el hombre se salva no por sus buenas obras, sino porque ha sido elegido por Dios para ese destino. Por otra parte, las buenas obras son también una conducta prevista por Dios, de modo que los hombres destinados a la salvación están también destinados a llevar una vida recta.
Paradójicamente, en lugar de conducir a la inacción, esta doctrina tuvo un efecto profundamente moralizador entre los creyentes, que, por decirlo de algún modo, se afanaron en alcanzar un absoluta integridad moral que les permitiese suponer que figuraban en el grupo de los elegidos para la salvación. El propio Calvino prescribió el rigor moral y, frente a cualquier tipo de ociosidad o apartamiento del mundo, la esforzada dedicación al trabajo; otro aspecto doctrinal de gran relevancia para el desarrollo económico fue aceptar, en contraste con el catolicismo, la legitimidad de los préstamos con interés.
Para los calvinistas y los puritanos, impulsados especialmente por su rigidez a dar a todas las cosas humanas un significado sagrado y a obtener de este significado la confirmación de su fe en ser elegidos para la salvación, el trabajo y su organización racional se convierten en un orden que ha de instaurarse en la realidad y en la vida, orden que, para el calvinista, es una fe y una misión, es la ejecución de la voluntad divina. Dedicado al trabajo y a los negocios, el hombre organiza y racionaliza el trabajo y la producción, enriquece la vida humana e interpreta su victoria comercial del mismo modo que sus logros en el autoperfeccionamiento moral: como indicios de la elección de Dios, de que Dios ha decidido su salvación y la de su familia y estirpe.
La meta no es la acumulación del capital, ni la satisfacción y alegría que pueda producir; pero, sin ser un fin en sí misma, esa meta orienta la organización de la vida. La obra del moderno hombre de negocios tiene así un fundamento religioso; la organización y la lucha comercial están estrechamente ligadas a una visión del mundo según la cual los más activos, los mejores (en suma, los elegidos) organizan, producen y enriquecen, en tanto que los otros, los no elegidos, pierden fatalmente sus batallas, declinan y decaen.
Con estas conclusiones, la vida social y económica se revela, en la filosofía de Weber, como determinada por elementos irracionales e imprevisibles, y la historia se manifiesta como un proceso mucho más complejo que el descrito por el marxismo, no reductible al esquema de la lucha de clases como motor de la historia. En el seno mismo de los hechos económicos más típicos, tales como el capitalismo, tienen una importancia predominante la visión de la vida y los factores psicológicos. Hasta el mismo capitalismo puede entenderse como una religión, la religión de la actividad y de la victoria, típicamente ligada a la concepción occidental de la vida; su opuesto no es tanto el espíritu proletario y comunista como el espíritu aristocrático de la renuncia y de la contemplación.
En estos contrastes, la obra de Weber adquiere un significado que sobrepasa los límites netamente sociológicos y económicos. Frente a las actitudes de pasividad y renuncia, el porvenir de la civilización está basado en la forma activa, aunque limitada e injusta, de la vida moderna. De esta manera Weber anuncia, en algunas atrevidas concepciones políticas, una organización político-social en la que se reconoce como fundamental el principio del jefe, del "Führer", al que la masa se confía reconociendo en él al exaltador y realizador de sus propios instintos de fuerza. Sin embargo, esta visión no excluye una clase política dirigente, de la misma manera que no admite una política imperialista sino después de alcanzar una unidad social y nacional. Por ello fue Weber, durante la guerra europea, uno de los críticos más clarividentes de la política alemana en general y de la política de Guillermo II en particular, y defendió el parlamentarismo en obras como Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada (1918).
Demócrata y crítico de la democracia, absolutista pero crítico de los aspectos inmaduros del absolutismo, sociólogo y político, historiador imparcial y al mismo tiempo apasionado, Max Weber no sólo es importante por la armonía de sus múltiples intereses, sino también por la fuerza con que supo dar forma y expresión a posiciones antes opuestas. No es un filósofo abstracto que reduce las contradicciones en nombre de la humanidad y de la claridad de la ciencia, sino un hombre que vive sus contradicciones experimentando los límites y la imposibilidad de considerarlas desde un punto de vista unilateral y dogmático.

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