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viernes, 24 de enero de 2020

Anthony Quinn


(Seudónimo de Anthony Rudolf Oaxaca; Chihuahua, México, 1915 - Boston, 2001) Actor de cine estadounidense. De padre de origen irlandés y madre mexicana, desde muy pequeño vivió en varios lugares de California. Tuvo que empezar a trabajar pronto, al tiempo que asistía a clase en el colegio Belvedere Junior Hight. La necesidad le llevó a aprender todo tipo de oficios, que desempeñó a lo largo de varios años (vendedor de periódicos, camarero, camionero, boxeador).
El teatro le interesó desde joven: asistió a la escuela de Katherine Hamil y con veintiún años debutó en el Hollytown Theatre de Los Angeles. No obstante, circunstancias diversas le obligaron a mirar hacia el cine, medio en el que comenzó a aparecer en labores de "extra" en películas como La vía láctea, de Leo McCarey y Los buitres del presidio, de Louis Friedlander, ambas de 1936.
Sus condiciones y rasgos físicos le condicionaron para interpretar papeles muy característicos (bucanero, sex-symbol, gángster o soldado y, con el tiempo, representante de todo tipo de pueblos: indio, mestizo, esquimal, árabe y ruso) que le permitieron, no obstante, alcanzar la seguridad que todo actor necesita.
Sus primeras intervenciones le abrieron lentamente la puerta (siempre con pequeños papeles) en películas de más renombre dirigidas por Mitchell Leisen (Comenzó en el trópico, 1937) y Cecil B. DeMille (Búfalo Bill, 1936; Corsarios de Florida, 1937; Unión Pacífico, 1939), en las que supo demostrar que podía interpretar papeles con más texto. En esta época, en la que trabajó especialmente para la Paramount, se casó con la hija de DeMille, Katherine, decisión que, lejos de ayudarle para progresar más rápidamente en la pantalla, le acarreó algunos inconvenientes.

Anthony Quinn en La strada (1954)
En los primeros años cuarenta se trasladó a la Warner, estudio que le proporcionó papeles más interesantes, y comenzó a labrarse una relación con actores y actrices de renombre. Ciudad de conquista (1940), de Anatole Litvak, Sangre y arena (1940), de Rouben Mamoulian y Murieron con las botas puestas (1941), de Raoul Walsh, fueron algunos de sus títulos. Se paseó por otros estudios como Paramount, 20th Century-Fox y RKO, en todo tipo de comedias, aventuras, musicales, westerns. y destacó especialmente su participación en Incidente en Ox-Bow (1943), de William Wellman.
Al tiempo que obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1947, regresó al teatro para interpretar en Broadway The Gentleman from Athens y, sobre todo, Un tranvía llamado Deseo, en el papel de Stanley Kowalski, en sustitución de Marlon Brando. Al éxito teatral se unió rápidamente el cinematográfico, pues ya le ofrecieron papeles más interesantes como el de Eufemio Zapata, hermano del líder campesino Emiliano Zapata que interpretó Marlon Brando en ¡Viva Zapata! (1952), de Elia Kazan, por el que recibió su primer Oscar de la Academia.
De su incursión en Italia surgió otro sonado éxito por el complejo papel de Zampanó en La strada (1954), de Federico Fellini, que alcanzó más notoriedad tras el Oscar que recibió la película. De nuevo en Hollywood, su papel de Paul Gauguin, el amigo de Vincent van Gogh en la película El loco del pelo rojo (1956), de Vincente Minnelli, le sirvió en bandeja su segundo Oscar al Mejor Actor Secundario.
Se mantuvo artísticamente entre Estados Unidos y Europa, con una prolífica trayectoria que, sin duda, le perjudicó a la hora de elegir mejor sus papeles. No obstante, estuvo siempre entre los repartos más interesantes de los años sesenta y alcanzó una excelente notoriedad por sus intervenciones en Los cañones del Navarone (1961), de J. Lee Thompson, Barrabás (1961), de Richard Fleischer, Lawrence de Arabia (1962), de David Lean, y, especialmente, Zorba el griego (1964), de Michael Cacoyannis, con la que obtuvo una nueva nominación al Oscar. En estos años se casó con Iolanda Addolori, a la que había conocido en el rodaje de Barrabás.

En Los cañones del Navarone (1961)
Lawrence de Arabia (1962)
Su estrella continuó brillando en las décadas siguientes para confirmar la grandeza de un actor capaz de adoptar mil y una caracterizaciones y estar siempre a la altura de las exigencias del guión. Su popularidad estuvo siempre por encima de la rentabilidad de muchas de sus películas, como Las sandalias del pescador (1968), de Michael Anderson, La herencia Ferramonti (1975), de Mauro Bolognini, Los hijos de Sánchez (1978), El león del desierto (1979), de Moustapha Akkad, Valentina (1982), de Antonio J. Betancor, Fiebre salvaje (1991), de Spike Lee y así, hasta sus últimas apariciones en la gran pantalla.
En televisión tuvo una notable presencia en numerosos programas desde su primera intervención en un episodio de la serie "Philco Playhouse" (1949). Pasó por "Schlitz Playhouse of Stars"(1951-55), "The Ed Sullivan Show" (1963), las series "La ciudad" y "El hombre y la ciudad" (ambas de 1971) y "The Mike Douglas Show" (1971), entre otros productos de consumo televisivo. Dirigió sólo una película: Los bucaneros (1958), de escaso éxito. Cultivó la pintura y escultura en sus últimos años de vida, en los que permaneció unido a la que fue su secretaria particular, Kathy Benvy.

Elia Kazan


(Elia Kazanjoglou; Estambul, 1909 - Nueva York, 2003) Director de cine estadounidense. Siendo aún muy joven se trasladó con su familia a Nueva York, donde cursó sus estudios primarios en la Mayfair School de New Rochelle y los secundarios en el William College. Con veintiún años ingresó en la Universidad de Yale para estudiar arte dramático y, dos años más tarde, comenzó a desempeñar todo tipo de trabajos en el Group Theatre hasta que desapareció en 1941.
Pronto interpretó los papeles más diversos y, poco después, asumió la dirección de varias obras como ChrysalisMen in White o Gold Eagle Guy. Desde 1941 su proyección teatral creció notablemente y se convirtió en uno de los referentes de la época, lo que le permitió conseguir tres años más tarde el premio de la crítica por su puesta en escena de una obra de Thornton WilderThe skin on our teeth.
Inició su trayectoria cinematográfica como actor en varias películas de Anatole Litvak (Ciudad de conquista, 1940; Blues in the night, 1941) y debutó como director en el seno de la 20th Century Fox con Lazos humanos (1945), un drama familiar con el que obtuvieron el Oscar los actores James Dunn y la jovencísima Peggy Ann Garner. Kazan demostró desde sus primeras películas que todo el trabajo realizado sobre el escenario no fue baldío.
Se convirtió en uno de los mejores directores de actores que dio el cine estadounidense y buena muestra de sus inquietudes fue su trayectoria cinematográfica, en la que se suceden títulos de desigual acierto pero que asumen compromisos con las realidades sociales. El justiciero (1947) le permitió profundizar sobre los errores judiciales; en La barrera invisible (1948) se ocupó del antisemitismo de la mano de Gregory Peck. El filme le valió su primer Oscar como director y mereció dos estatuillas más (mejor película y mejor actriz secundaria). En Pinky (1949) dio cobertura a los problemas raciales.
Fueron años relevantes en la carrera de Kazan, quien había fundado en 1947 el Actor's Studio junto con Robert Lewis y Cheryl Crawford, un centro de formación que alcanzó con el tiempo un gran prestigio internacional. Sin embargo, también en este periodo vivió el peor momento de su vida cuando, el 10 de abril de 1952, se presentó ante el Comité de Actividades Antiamericanas para delatar a varios compañeros de profesión. Poco antes había conseguido, con Pánico en las calles (1950), hablar con todo tipo de sugerencias sobre lo que suponía la iniciativa conocida como "caza de brujas" que emprendió el senador Joseph McCarthy.
Paradójicamente, su carrera se vio relanzada gracias al éxito obtenido por sus siguientes películas, que intentó dirigir al margen de las opiniones ajenas y del ambiente tenso que tuvo que soportar en los rodajes. Así aportó nuevos títulos que, con diferente tono y desigual acierto, lograron consolidarle como uno de los directores más eficaces de la década de los cincuenta.
Demostró su capacidad en la dirección de actores en Un tranvía llamado Deseo (1951), la adaptación de la obra de Tennessee Williams con la que Vivien Leigh, los actores secundarios y el decorado obtuvieron cuatro estatuillas de la Academia; y después en ¡Viva Zapata! (1952), que supuso un Oscar para Anthony Quinn. En ambas producciones Marlon Brando dio muestras de su calidad actoral. Sin embargo, alcanzó su mayor éxito con La ley del silencio (1954), sobre la corrupción de los sindicatos en los muelles de Nueva York y la delación que surge de la tensión vital entre los trabajadores. El filme es casi un manifiesto cinematográfico con el que pretendió justificar su criticada actuación ante el Comité del Senado. La película obtuvo ocho premios Oscar, entre ellos, a la mejor película, al mejor director (el segundo en la carrera de Kazan) y al mejor actor, que recogió Brando por su papel de Stanley Kowalski.

Fotogramas de Un tranvía llamado Deseo (1951)
¡Viva Zapata! (1952)

Se refugió, inmediatamente después, en dos películas sobre adolescentes con miradas complementarias: el enfrentamiento fratricida por el cariño paterno (Al este del Edén, 1955) y los primeros amores y frustraciones (Esplendor en la hierba, 1961), también premiadas por la Academia. Su obra más personal fue, sin duda, América, América (1963), adaptación de la novela que escribió sobre la trayectoria vital de su familia en Estados Unidos.
Seis años después adaptó otra de sus novelas en El compromiso (1969), y finalizó su carrera con El último magnate (1976), una historia que condensa la compleja relación que mantuvo Kazan con la industria del cine estadounidense. Años antes confirmó que su actividad literaria mejoraba obra tras obra, pues completó su carrera con dos buenas novelas, Los asesinos (1972) y El monstruo sagrado (1974).
Elia Kazan fue maestro de muchos jóvenes llegados a la dirección en los años cincuenta, y una larga lista de actores le deben haber alcanzado altas cotas interpretativas gracias a las clases de dirección de actores que impartió en su centro de formación. No sorprendió, pues, entre los miembros de la profesión que Martin Scorsese le entregara en 1998 el Oscar honorífico de la Academia, aunque el gesto fue reprochado por muchos de sus coetáneos que no olvidaban la actitud delatora de Kazan en el pasado.

Richard Burton


(Richard Walter Jenkins; Pontrhydfen, 1925 - Ginebra, 1984) Actor británico. Iniciado en el teatro, destacó como uno de los mejores actores del repertorio shakespeariano. En 1949 debutó en el cine, al que aportó su vigorosa capacidad interpretativa en películas tan memorables como Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), La noche de la iguana (John Huston, 1964), El asesinato de Trotski (Joseph Losey, 1971) o 1984 (Michael Radford, 1984).
Cursó estudios secundarios en Cardiff, en la escuela que dirigía Felipe Burton, profesor de quien años después tomaría el apellido para formar su nombre artístico. Obtuvo una beca y estudió en Oxford, donde fue descubierto por Emlyn Williams y se inició en el teatro a los dieciocho años. Durante los dos últimos años de la Segunda Guerra Mundial prestó servicios en la RAF.
Richard Burton empezó a cimentar su reputación como actor excepcional en el teatro londinense en 1949; especializado en personajes shakesperianos, fue particularmente aplaudido su Enrique IV (1951). A partir de entonces alternaría el teatro con el cine, y el medio británico con el estadounidense; su primera película de Hollywood fue Mi prima Raquel (1952). Antes había participado en diversos filmes en Inglaterra.
Tras rodar Cleopatra (1963) en el plató de la Fox, pasó de ser un actor respetado y admirado por su talento a una popularísima estrella, debido en buena parte al espectacular romance (iniciado durante el rodaje) con Elizabeth Taylor, que estuvo singularmente brillante en su papel de Cleopatra. La turbulenta historia pasional entre ambos encabezó los titulares de la prensa durante décadas, e incluyó dos bodas y dos divorcios. La nueva posición de Burton como gran estrella se reflejó, en los años 60, en las enormes cifras que tanto él como Taylor ingresaban en sus cuentas por cada película.
Dotado de una imponente presencia en la pantalla y de una de las mejores voces del cine, fue nominado siete veces al Oscar, pero jamás llegó a conseguir la preciada estatuilla. Con su vida marcada por el alcoholismo y su carácter violento, parecía haber alcanzado por fin el equilibrio cuando lo sorprendió la muerte, tras sufrir una hemorragia cerebral. De su extensa filmografía destacan, junto a las ya citadas, las películas La túnica sagrada (1953), Mirando hacia atrás con ira (1958), El espía que surgió del frío (1963, basada en la novela de John Le Carré), Becket (1964), ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), Los comediantes (1967), Candy (1968) y Bajo el bosque lácteo (1971).

Elizabeth Taylor


(Dame Elizabeth Rosemond Taylor, también llamada Liz Taylor; Londres, 1932 - Los Ángeles, 2011) Actriz estadounidense de origen británico. Hija de emigrados estadounidenses en el Reino Unido, regresó con su familia a Estados Unidos poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras participar en varias comedias de escasa calidad, en 1950 alcanzó su primer éxito comercial y crítico con El padre de la novia. Durante las décadas de 1950 y 1960 se convirtió en una de las mayores estrellas del firmamento de Hollywood gracias a su presencia en títulos tan significativos como Gigante (1956), La gata sobre el tejado de cinc (1958) o la por aquel entonces película más cara de la historia, Cleopatra (1963), filmes en los que supo explotar con maestría su turbador atractivo sexual. Tan famosa por su carrera cinematográfica como por su vida sentimental (contrajo matrimonio en ocho ocasiones), recibió dos Oscar por sus papeles en Una mujer marcada (1960) y ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966). Célebre asimismo por su labor humanitaria en la lucha contra el sida, fue por este último motivo galardonada con el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en 1992.
Alentada por su madre, que también piso las tablas en otro tiempo, Elizabeth Rosemond Taylor debutó como actriz cuando era aún una niña; su predisposición y un extraordinario atractivo físico, que habría de acompañarle hasta su madurez, llamó pronto la atención de los ejecutivos de Hollywood. Tras su efímero paso por la Universal, la Metro Goldwyn Mayer le ofreció un primer papel interesante en La cadena invisible (1943), de Fred Wilcox, al lado de la famosa perra Lassie.
Con esta película inició una carrera en la Metro Goldwyn Mayer que se prolongaría durante veinte años. De temperamento dulce, pero no por ello empalagoso, los papeles infantiles que interpretó la hacían parecer casi angelical, aunque al mismo tiempo emitía un gran magnetismo y sensualidad. Sus ojos color violeta, su acento y una madurez impropia de su edad hacían imposible que pasase desapercibida.
Ya en su adolescencia y en su primera juventud, los estudios de la Metro empezaron a no saber muy bien qué hacer con ella, pues no se acoplaba a los estereotipos de las chicas estadounidenses. Desde finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta interpretó por lo general a muchachas ricas de luminosa belleza, aunque también existían trabajos donde demostraba poseer un inteligente sentido del humor y una personalidad fuerte y apasionada. Películas de cierta relevancia y enorme éxito fueron jalonando aquellos años: El coraje de Lassie (1946), de Fred Wilcox; Mujercitas (1949), de Mervyn LeRoy; Traición (1950), de Victor Saville; o El padre de la novia (1950), de Vincente Minnelli, entre otras.
Marcada por una serie de matrimonios fallidos, la actriz fue dejando de lado el tipo de cine que había hecho para aceptar proyectos de mayor fuerza. Películas históricas como Quo Vadis? (1951), de LeRoy, e Ivanhoe (1952), de Richard Thorpe, anticiparon en una década uno de sus personajes más famosos, Cleopatra. Su figura fue adquiriendo gran popularidad, y sus interpretaciones ganaron en profundidad psicológica. Así, en Gigante (1956), de George StevensLa gata sobre el tejado de zinc (1958), de Richard Brooks, o Una mujer marcada (1960), de Daniel Mann, por la que consiguió su primer Oscar, encarnó mujeres de personalidad compleja que se enfrentaban a situaciones difíciles con valor y madurez.

Con Paul Newman en
La gata sobre el tejado de zinc
 (1958)
Fue perdiendo así el aura de joven delicada e infantil, y empezó a sentirse atraída por papeles de mujeres duras que sufren presiones psicológicas, un estilo que iba a ser una constante a lo largo del resto de su carrera, quizá porque tales interpretaciones permitían reflejar su propia personalidad; su experiencia vital le había hecho pasar por difíciles situaciones a lo largo de sus múltiples matrimonios.
Un hito en su carrera lo marcó Cleopatra (1963), de Joseph L. Mankiewicz, y su relación con Richard Burton, que se inició durante el rodaje de esta película. Elizabeth Taylor interpretó a la reina Cleopatra a cambio de un millón de dólares, cifra astronómica para una actriz en aquellos años. La actriz era consciente de su elevado estatus y de que todo el mundo la consideraba una estrella. Sus caprichos la fueron haciendo antipática, y su salud comenzó a mostrar su fragilidad. Con Burton, con el que se casó en dos ocasiones, vivió el romance más tempestuoso y el que más honda huella dejó en su vida privada y profesional.

Elizabeth Taylor en Cleopatra (1963)
Su papel en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), de Mike Nichols, le valió su segundo Oscar y fue el detonante de un cambio radical en su carrera. La mujer alcoholizada, de lengua afilada y que ha dejado de ser joven, le permitió mostrar nuevas facetas de su personalidad, algo por lo que ella había luchado desde que encarnara a la esposa de Rock Hudson en Gigante. Desde entonces, y en títulos como La mujer indomable (1966), de Franco ZeffirelliReflejos en un ojo dorado (1967), de John Huston; o La mujer maldita (1968), de Joseph Losey, fue rebelándose contra el academicismo y la edulcoración de aquellos primeros trabajos en la Metro Goldwyn Mayer con los que se había dado a conocer.
En 1981, ya en plena madurez, debutó en Broadway en un montaje de La loba, de Lillian Hellman. En sus últimos años intervino en programas y en episodios de diversas series de televisión (HotelThe Whoopi Goldberg ShowRoseanneHight SocietyMurphy Brown y La niñera, entre otros). Alejada por un lado de su profesión, no escatimó sin embargo sus apariciones públicas, en las que adoptó a menudo una imagen barroca, exhibiendo su obsesiva afición a las joyas y actuando con una acusada teatralidad que siempre dio la sensación de ser premeditada, un escudo para poder prescindir hasta cierto punto de sus atributos de gran estrella.
Desarrolló a la vez una importante actividad para ayudar a los enfermos de sida en Estados Unidos, y en 1993 recibió un Oscar honorífico. En octubre de 2009 la actriz ingresó en un hospital de Los Ángeles para ser sometida a una operación del corazón. Dos años después, con su fallecimiento en Los Ángeles, desaparecía un capítulo imprescindible de la historia del Hollywood dorado, una actriz mítica destinada a perdurar en el recuerdo no sólo por su atractivo físico sino principalmente por la fuerza de sus emotivas interpretaciones.

James Dean


(Marion, Estados Unidos, 1931 - Paso Robles, id., 1955) Actor estadounidense. Tras cursar estudios de arte dramático en Nueva York, inició su carrera trabajando en pequeños teatros de Broadway. Su interpretación en El inmoralista (1954) pieza teatral de André Gide, le valió la oportunidad de firmar un contrato en Hollywood, donde, al año siguiente, rodó Al este del Edén, dirigida por Elia Kazan. En 1955 se puso a las órdenes de Nicholas Ray para protagonizar, junto a Natalie Wood y Sal Mineo, Rebelde sin causa, en la cual Dean daba vida a un adolescente incomprendido y en desacuerdo con la realidad que le rodeaba. Poco después actuó en Gigante (1956), dirigida por George Stevens a partir de la novela de E. Ferber y en la que Dean, en esta ocasión un peón de rudos modales, consolidó su imagen de joven inconformista. Dicha imagen, así como su férrea oposición a la guerra de Corea y su trágica muerte en un accidente automovilístico poco antes del estreno de la película, lo convirtieron en símbolo para toda una generación marcada por sus ansias de libertad y en perenne conflicto con sus mayores.
De los tres largometrajes que protagonizó, Rebelde sin causa (1955) fue el decisivo a la hora de forjar su leyenda. James Dean y la frágil Natalie Wood formaron, en la película de Nicholas Ray, un dúo adolescente cuya identidad entra en crisis al enfrentarse con el mundo de los adultos y con el de los de su misma edad. El rostro angustiado de James Dean fue, sin duda, el mejor reflejo del dolor de una masculinidad conflictiva enfrentada a los ritos de paso impuestos para ingresar en la comunidad.
Tres jóvenes con problemas familiares son los protagonistas de Rebelde sin causa: Jim Stark (James Dean), Judy (Natalie Wood) y Platón (Sal Mineo), que coinciden en la comisaría tras ser detenidos. Como su familia ha cambiado de domicilio, el día siguiente es para Jim Stark el primero en el nuevo instituto. Allí se reencuentra con Platón, un joven reservado y solitario de quien en seguida se hace amigo, y con Judy, que es la novia de Buzz, el cabecilla de una banda de jóvenes rebeldes. A la salida de clase, Buzz, que ha detectado una cierta atracción entre Judy y Jim, provoca a éste hasta desencadenar una pelea con navajas. La aparición de un profesor la interrumpe, quedando pospuesta. Esa misma noche, en un acantilado cercano, el duelo ya no es con navajas; consiste en ver quién tarda más en saltar de un coche que avanza hacia un precipicio a toda velocidad. Buzz no lo consigue y se estrella contra las rocas. A partir de ese momento Jim y Judy, acompañados por Platón, se verán envueltos en una espiral fatídica que acabará con la trágica muerte de este último.

Natalie Wood y James Dean en Rebelde sin causa (1955)
Rebelde sin causa no fue, quizás, la mejor película de Nicholas Ray, pero sí la más emblemática y conocida de toda su carrera y la que reúne prácticamente todas las características de su cine: un tema muy de su gusto, con personajes jóvenes, desesperados y muchas veces fuera de la ley, que emprenden alocadas huidas hacia delante debido, en buena medida, a los problemas de identidad y personalidad que sufren. En cualquier caso, el filme convirtió a James Dean, enfundado en aquella cazadora reversible negra y roja que tanto imitarían los jóvenes a la hora de vestirse, en el icono juvenil de los prósperos y problemáticos años 50.
Aunque no tan míticos, no son desdeñables sus trabajos en los otros dos filmes que protagonizó: el papel de Cal Trask, el hijo repudiado y solitario de Al este del Edén (1955), de Elia Kazan, y el abrupto y autodestructivo Jett Rink que acompañaba a Liz Taylor en Gigante (1956), de George Stevens. Hermoso, indócil, tierno, incomprendido, le bastaron estos tres títulos para que su leyenda de antihéroe confuso y desarraigado se viera catapultada al frío y reluciente territorio de la inmortalidad, tras deshacer su deportivo una noche en una curva de Salinas. Al conocerse la noticia de su fallecimiento (tenía 24 años), los adolescentes estadounidenses enloquecieron. Se había cumplido lo de "vive rápido, muere joven y deja un hermoso cadáver"; sin embargo, los mitos nunca mueren, y James Dean permanece en la memoria de todos como el ideal romántico del joven rebelde que toda una generación asumió como ídolo y punto de referencia.