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sábado, 28 de diciembre de 2019

Francisco [Jorge Mario Bergoglio]

(Buenos Aires, 1936) Actual papa de la Iglesia Católica que inició su pontificado en marzo de 2013, tras ser elegido en cónclave después de la inesperada renuncia de su predecesor, Benedicto XVI. El cardenal Jorge Mario Bergoglio tomó tras su elección el nombre de Francisco, nunca adoptado por ningún pontífice anterior, y de inmediato fue llamado por los medios Francisco I; el Vaticano hubo de aclarar que su nombre oficial es Francisco, sin el ordinal. En la figura del papa Francisco han confluido dos hechos sin precedentes en la historia de la Iglesia católica: su pertenencia a la Compañía de Jesús (nunca un jesuita había sido elevado al solio de Pedro) y su origen hispanoamericano, después de veintiún siglos de pontífices originarios de Europa o de Oriente Próximo.

El papa Francisco
Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes italianos, fueron sus padres Mario Bergoglio, empleado de los ferrocarriles, y Regina, ama de casa. Tras graduarse como técnico químico, a los 21 años sintió la llamada de la vocación religiosa e ingresó en el seminario jesuita de Villa Devoto (Ciudad de Buenos Aires), del cual egresaría sacerdote el 13 de diciembre de 1969.
Durante los años anteriores a la ordenación había sido profesor en colegios que la Compañía de Jesús tenía en Santa Fe y en Buenos Aires; por aquel entonces llegó a perder un pulmón debido a una enfermedad respiratoria. Su brillante trayectoria presbiterial, circunscrita a la Compañía de Jesús, lo convirtió en provincial argentino de la misma (1973-1979), en unos tiempos duros y violentos, los de la dictadura militar, en los que le tocó volver a encauzar la misión pastoral de la orden religiosa que fundara San Ignacio de Loyola.
El 20 de mayo de 1992 fue consagrado obispo titular de Auca, cargo que lo convertía en unos de los cuatro prelados auxiliares de Buenos Aires. Más tarde se le designó obispo coadjutor de esta arquidiócesis (3 de junio de 1997), de cuya dirección se hizo cargo, ya como arzobispo, el 28 de febrero de 1998. Inició entonces una intensa labor pastoral basada en dos líneas complementarias: la predicación entre las clases populares y la denuncia de las injusticias económicas y sociales. Acompañó esta labor con ejemplos de morigeración en sus ocupaciones y costumbres.
Las críticas a la corrupción administrativa, primero, y más tarde su firme oposición a la legalización del matrimonio homosexual, enturbiaron las relaciones personales e institucionales con el presidente argentino Néstor Kirchner y su esposa y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner. El papa Juan Pablo II lo nombró cardenal con el titulus de San Roberto Belarmino (21 de febrero de 2001), magistratura que compaginó con el rango de primado de Argentina, máxima autoridad del catolicismo en su país. También fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
En el cónclave celebrado tras el fallecimiento de Juan Pablo II (2005), el arzobispo bonaerense obtuvo 40 votos papales, pero la elección se decantó en favor del alemán Joseph Ratzinger, que asumió el papado como Benedicto XVI. Al parecer, durante las dos primeras votaciones, Bergoglio llegó a pedir casi con lágrimas en los ojos al resto de sus hermanos cardenales que dejaran de votarle, pues no se veía con fuerzas para asumir el destino de sumo pontífice.
La elección y el pontificado
Ocho años después, la renuncia de Benedicto XVI (28 de febrero de 2013) fue el evento que posibilitó la ascensión del cardenal argentino al solio de Pedro, para el cual fue elegido el 13 de marzo del mismo año. Jorge Mario Bergoglio se convertía en el primer pontífice latinoamericano y en el primer Santo Padre jesuita de la historia de la Iglesia, asi como en el primero de sus papas que adoptaba el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís. La elección de ese nombre cuadra con el carácter del nuevo pontífice, cuya modestia y humildad ya eran patentes en su etapa como arzobispo y cardenal, en la que renunció a su coche oficial y a su residencia palaciega para vivir en un pequeño apartamento donde él mismo preparaba sus comidas.

Francisco saluda a los fieles tras su elección
El 19 de marzo, en la homilía de la misa de inauguración del pontificado, el papa Francisco aseguró que era obligación de los sucesores de Pedro «poner sus ojos en el servicio humilde» y «abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con ternura y afecto a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños», palabras que abrieron expectativas de renovación en la acción de la Iglesia; no se esperaba sin embargo que tal renovación alcanzase las cuestiones doctrinales, respecto a las que el nuevo papa se había mostrado siempre conservador.
Obviamente, un año es poco tiempo dentro de un pontificado, y un periodo del todo insuficiente para visualizar cambios en una institución milenaria; pese a ello puede decirse que, hacia marzo de 2014, se habían enviado numerosas señales que apuntaban hacia una intención renovadora. El estilo humilde y próximo del nuevo pontífice se convirtió en norma: Francisco renunció a vivir en el palacio episcopal y prefirió en su lugar la casa Santa Marta en el Vaticano. Y, en sus numerosas declaraciones, el papa Francisco no sólo reafirmó su compromiso con los pobres, la paz y la justicia social, sino que mostró un inédito grado de tolerancia hacia la homosexualidad y abrió la puerta a la revisión del celibato eclesiástico.
Resultados más profundos son los que cabe esperar de la relativamente silenciosa reforma eclesiástica emprendida por el papa Francisco. La destitución del cardenal Tarsicio Bertone como secretario de Estado del Vaticano y el nombramiento para tal cargo del arzobispo Pietro Parolin fue el paso siguiente a la creación de una Consejo de Cardenales al que encomendó diversos proyectos de reforma de la curia; en tanto que organismo independiente formado por miembros de su confianza, podrían surgir del mismo propuestas realmente renovadoras. Este proceso ha evidenciado el valor e inteligencia del papa Francisco, que de este modo ha evitado desde el principio quedar encallado en la compleja maquinaria vaticana.

Oton III

(Kassel, actual Alemania, 979 - Paterno, actual Italia, 1002) Rey de Alemania (983-1002) y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (996-1002). Conocido por el apelativo de Mirabilia Mundi, estuvo imbuido de un fuerte sentimiento imperialista y quiso llevar a cabo una renovación del Imperio, concibiendo un universo cristiano en el cual el emperador y el papa serían co-gobernantes.
Perteneciente a la dinastía de Sajonia, fue hijo del emperador Otón II y de la princesa griega Teofano (Teofania). El mismo año de su nacimiento viajó junto con sus padres a Italia y en la dieta de Verona de 983 fue nombrado rey y sucesor de Otón II, iniciando inmediatamente el viaje para su coronación en Aquisgrán, en el festival de Navidad. Recibió una exquisita educación a cargo del conde Hoiko y de los obispos Juan de Calabria (obispo de Plasencia) y Bernardo de Hildesheim, completada por el ilustre Gerberto, que más tarde sería papa con el nombre de Silvestre II. Las excepcionales condiciones y su gran talento, le valieron, ya durante su etapa de formación, el apelativo de Mirabilia Mundi.
Época de Regencia
A la muerte de Otón II (983), Otón III sólo tenía tres años de edad y fue encargada la regencia a su madre, la emperatriz Teofano. Inmediatamente fue liberado de su prisión el depuesto duque Enrique el Pendenciero, sobre el cual, de acuerdo con la costumbre germánica, debería haber recaído la regencia. En realidad, a lo que Enrique aspiraba no era a la regencia, sino al trono. Sin dar tiempo a que sus oponentes considerasen la cuestión, llegó hasta Colonia y se apoderó del joven rey, que estaba bajo la custodia del arzobispo Willigis de Maguncia.

Otón III
La situación se volvió más compleja con la inesperada aparición de Lotario de Francia como candidato a la regencia, aunque éste, cuyo verdadero objetivo era ganar influencia sobre Lorena, se retiró enseguida. El centro de la acción retornó al este, donde Enrique se había proclamado rey de Germania con el apoyo de sus seguidores, si bien la asamblea de sajones lo depuso y en la asamblea de príncipes alemanes celebrada en Bürstadt los derechos de Otón III fueron reconocidos de forma unánime.
Los principales valedores de estos derechos fueron Willigis de Maguncia y Conrado de Suabia, que habían evitado que el depuesto duque de Baviera consiguiese apoyos en otros ducados. Aislado, el Pendenciero entregó el joven niño al cuidado de Teofano y de su abuela Adelaida, en la dieta que se celebró en Rara el 29 de junio de 984.
En un principio, Teofano y Adelaida asumieron la regencia de forma conjunta, pero pronto comenzó a prevalecer el criterio de la segunda, que cuando en 989 marchó a hacerse cargo de Italia, dejó encargado de los asuntos de Alemania al arzobispo de Maguncia. La abuela del emperador regresó para volver a asumir la regencia a la muerte de Teofano en 991.
Vencida la oposición de Enrique de Baviera, el principal problema que se planteó durante la regencia fue la lucha contra los vendos y bohemos. En 990 Teofano había apoyado al duque de Polonia, Mesco, contra Boleslao de Bohemia. En 991 el joven rey ya participaba en las campañas y se apoderó de Brandeburgo con la ayuda de Mesco, pero la fortaleza fue reconquistada y no fue hasta abril de 993 que Otón volvió a recuperarla. La campaña de 995 contra los vendos restauró en Alemania el suficiente orden para que Otón III pudiese plantear su viaje a Italia.
Intervenciones en Italia
El rey asumió el gobierno en 994, cuando contaba con catorce años de edad. La autoridad imperial en Italia se había visto mermada desde la desafortunada campaña de Otón II en 982, pero Otón III todavía tenía la percepción según la cual la Sede Romana era una sede metropolitana dentro del Imperio. Otón III, imbuido del sueño imperial preconizado por el primer Otón, cruzó los Alpes por el paso de Brenner en febrero de 996.
Venció la oposición de los veroneses y recibió el juramento de fidelidad de los magnates italianos en Pavía, donde le llegó la noticia de la muerte del papa Juan XV. En Rávena, Otón recibió una delegación que le urgió para que eligiese papa y éste designó a su primo, Bruno de Carintia, que reinó como Gregorio V. Aunque era el primer papa alemán, los romanos no mostraron resistencia al nombramiento y el 21 de mayo, Otón III recibió de sus manos la corona imperial.
Su concepción del Imperio distaba de la de sus predecesores, como ya quedó de manifiesto en la leyenda de uno de sus sellos: "Renovatio Imperii Romanorum". Mientras Otón el Grande había instituido dos cancillerías, una para Italia y otra para Alemania, Otón III reunió ambas en la persona de Heriberto, retornando a la tradición carolingia de una sola cancillería para todo el Imperio. Tomando como modelos a Carlomagno y a Constantino, Otón III quiso restablecer un verdadero Imperio Romano de Occidente. Denunció la Donación de Constantino, apoyó con decisión la reforma de la Iglesia e intentó establecer una administración imperial basada en el modelo bizantino. Viendo en la Iglesia su principal aliada, Otón apoyó con frecuencia a los grandes prelados contra la nobleza y los burgueses, en un intento de crear una teocracia imperial. Sus aspiraciones fueron frustradas, sin embargo, por el hecho de que su base de poder era Alemania y por tanto su control sobre la nobleza italiana se basó en las alianzas con los poderosos obispos y abades.
Ni el emperador ni el nuevo papa estaban dispuestos a permitir que continuase la institución del patriciado romano. Crescencio fue juzgado por sus ofensas a Juan XV y condenado al exilio, si bien fue perdonado por requerimiento del papa. La culminación de los planes italianos de Otón III había sido fácil y rápida y el emperador tomó el camino de Alemania. Pero los romanos odiaban a su papa alemán y en septiembre de 996 Crescencio recuperó el poder y expulsó de Roma a Gregorio, que hubo de refugiarse en Pavía.
El emperador envió a su padrino, Juan Philagathus, arzobispo de Piacenza, que, continuando la política de Teofano de alianza con los patricios romanos, cedió a las exigencias de Crescencio. Ésto sólo era para ganar tiempo, ya que a finales de 997 el emperador volvió a cruzar los Alpes y llegó a Roma, donde en febrero de 998 volvió a instalar a Gregorio. Juan XVI, el antipapa patrocinado por el patricio, fue capturado, cegado y mutilado, y el propio Crescencio, que se había refugiado en el castillo de Sant Angelo, cayó prisionero y fue ejecutado.
Otón III aún se encontraba en Italia, alternado asuntos de Iglesia y de Estado, cuando el papa Gregorio murió en febrero de 999. Fiel a su política, Otón volvió a seleccionar otro papa no romano en la persona de Gerberto de Aurillac, Silvestre II, que fue el primer papa francés. Éste, siguiendo el camino de la antigua Curia, reivindicó la supremacía del Sacerdocio sobre el Imperio, desmarcándose del sueño imperial de Otón III.
En 1000 Otón III hizo una peregrinación a la tumba de su amigo Adalberto, en Gnesen, donde erigió un obispado destinado a favorecer la emancipación de los eslavos del este. Practicó mortificaciones junto a la tumba de una asceta, e hizo abrir el sepulcro de Carlomagno, en Aquisgrán. Después, en Roma se encontró con el papa y se vio obligado a abandonar la ciudad. Tampoco pudo contar con los señores alemanes para dar cumplimiento a sus sueños de Imperio universal y recuperación de la Ciudad Eterna. Tras su muerte se consiguió trasladar su cuerpo a Aquisgrán. Su tumba fue descubierta en el siglo XX.

Benedicto XVI [Joseph Ratzinger]

(Marktl, 1927) Teólogo y prelado alemán, elegido Papa de la Iglesia Católica el 19 de abril de 2005, como sucesor de Juan Pablo II. Tras cerca de ocho años de pontificado, presentó su renuncia en febrero de 2013, decisión con escasísimos precedentes en los dos mil años de historia de la Iglesia.

El Papa Benedicto XVI
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl (Baviera), diócesis de Passau, en el seno de una familia de agricultores alemanes de profundas convicciones católicas. Su progenitor, Joseph, desempeñaba, además, el cargo de comisario de la gendarmería e hizo asimismo de profesor de su hijo, lo que con seguridad marcó el carácter tímido y retraído del futuro Papa. En la familia fue clave el papel de la madre, Maria Peintner, que ejercía las tareas domésticas y cuidaba de la buena marcha de sus otros dos hijos, Georg y Maria.
A los once años ingresó en el seminario, donde en 1941 fue obligado a inscribirse en las Juventudes Hitlerianas, hasta el punto que en 1943 combatió en la Segunda Guerra Mundial como integrante de una unidad antiaérea. Terminada la guerra se apresuró a matizar: “Reniego de aquel reino del ateísmo y de la mentira que fue el nazismo”.
Después prosiguió sus estudios de filosofía y de teología en el ateneo de Munich y en la escuela superior de Freising, hasta que en junio de 1951 fue ordenado finalmente sacerdote. Los dos años siguientes los ocuparía en preparar la tesis de doctorado, un ensayo sobre San Agustín que fue calificado con un cum laude.
En 1957 inició su periplo como profesor de teología dogmática en el seminario de Freising, hasta que dos años después sería nombrado catedrático de la Universidad de Bonn (1959-1963). Después pasó a la de Münster (1963-1966), y de 1966 a 1969 ocupó la prestigiosa cátedra de Tübingen, donde coincidió con Hans Küng, que se convertiría en el teólogo más admirado y seguido por los jóvenes curas progresistas que habían depositado su esperanza y confiado su futuro en los aires de apertura del concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII en el año 1962 y culminado por su sucesor, Pablo VI, en 1965.
Teólogo de referencia
En Tübingen, uno de los alumnos más brillantes de Ratzinger fue el brasileño Leonardo Boff, con quien más tarde protagonizaría sonados enfrentamientos, aunque menores que los que mantendría con Küng, que se convertiría en su “bestia negra” y en su adversario más duro.
Ratzinger se erigió, empero, en uno de los teólogos de referencia del concilio Vaticano II, junto al propio Küng y Karl Rahner. A sus treinta y cinco años, el bávaro tenía ya un admirable bagaje como docente. Llegó a Roma como experto en pleno debate sobre la libertad religiosa, una de las temáticas que cerraron el llamado concilio del aggiornamento de todos los temas de la Iglesia.
Su nombre se hizo familiar en el entorno eclesiástico y en el de los seglares cultos, hasta el punto que salió del Concilio convertido en una estrella. Sin embargo, su fulgor pronto empezó a languidecer entre los aperturistas, sobre todo porque quedó marcado por el movimiento de Mayo del 68, cuyos aires de libertad y de cambio le convirtieron en un acérrimo defensor de la fe frente al marxismo, el liberalismo y el ateísmo.
Al regresar de Roma ocupó de nuevo su cátedra de Tübingen hasta 1969, año en que ganó por oposición la cátedra de Ratisbona, donde de nuevo siguió deslumbrando a Pablo VI, quien leyó las diversas obras que Ratzinger escribió sobre los trabajos del Concilio, un compendio, en definitiva, de sus lecciones universitarias: Introducción a la cristiandad (1968).
Por ello, el 27 de junio de 1977, Pablo VI lo nombró obispo de Munich y lo elevó al cardenalato. Había acabado el Concilio, que en buena medida se quedaría en letra muerta, hasta el punto que la mayoría de los jóvenes curas, decepcionados, se alejaron de la Iglesia, y los sectores laicos más comprometidos empezaron a organizar sus propios foros de discusión al margen de la jerarquía.
En 1978 Ratzinger fue testigo del llamado “verano de los tres Papas”: Pablo VI, el efímero Juan Pablo I (que inició el periodo de los Papas con nombre compuesto) y el imprevisto Juan Pablo II. Ratzinger asistió ya como cardenal al cónclave que eligió a Karol Wojtyla. El joven cardenal quedó deslumbrado por la entereza del nuevo pontífice, inflexible en el dogma y la moral católicas y acérrimo enemigo de aquel régimen comunista que había amargado su juventud.
Lo cierto es que Ratzinger dio un giro radical en sus postulados, hasta el punto de que los devaneos de aggiornamento fueron quedándose difuminados, sobre todo a partir del momento en que obtuvo permiso para viajar a Varsovia y entrevistarse con el futuro Juan Pablo II, con quien trabó ya una sólida amistad.
El nuevo estilo del Papa polaco le fascinaría: simpático, cordial, viajero y flexible en el trato, pero inamovible en el dogma y, sobre todo, en la más rancia moral católica. La sintonía fue mutua, hasta el punto que, en 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución que sucedía al Santo Oficio, de ingrato recuerdo.
Prefecto eclesiástico
El cargo, que asumió en 1982, le fue como anillo al dedo a Ratzinger, quien ya se había apartado definitivamente de sus postulados progresistas y tenía el ojo puesto en los nuevos aires de liberación que flotaban en ciertos ambientes eclesiásticos. En ello coincidía plenamente con Wojtyla, que había traído a Roma un catolicismo beligerante, arcaico y fundado en un Derecho Canónico obsoleto. (En 1996 Juan Pablo II lo confirmaría en el cargo por tiempo indefinido.)
En 1984, después de haberse enfrentado de nuevo con Küng, a quien había apartado de su cátedra de Tübingen en 1979 (en especial porque puso en entredicho uno de los dogmas del catolicismo, la infalibilidad del Papa, promulgado por el concilio Vaticano I, y hasta más tímidamente el de la divinidad de Jesucristo, ya establecida en el concilio de Nicea en 323), Ratzinger arremetió contra la llamada Teología de la Liberación con el documento Instrucción de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación. Los pensadores más relevantes de ese movimiento fueron apartados de la docencia o simplemente decidieron alejarse de esta doctrina, como Boff o Gustavo Gutiérrez.
Aquel mismo año de 1984, cuando la Santa Sede y el Estado Vaticano intentaban un tímido acercamiento a los países del bloque comunista situados detrás del telón de acero, Ratzinger, sin consulta previa, dijo urbi et orbi: “Los regímenes comunistas, que pretenden liberar al hombre, son sólo una vergüenza de nuestro tiempo”.
La dinámica de la involución fue in crescendo, y se plasmó de forma inequívoca en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica (1992) que le encargó el Papa y, sobre todo, en la carta Dominus Iesus (2000), firmada por Ratzinger y que asestó un duro golpe al incipiente diálogo con las otras iglesias cristianas. En ella se sostiene que “sólo en la Iglesia católica se encuentra la salvación”. Retrocedía al axioma obsoleto del Roma locuta, causa finita. Hacía apenas unos meses que Ratzinger se había repuesto de una hemorragia cerebral que le dejó secuelas en un ojo y que se reprodujo parcialmente en 1993, pero eso no fue óbice para que siguiera al frente de sus cargos de guardián de la ortodoxia. En los años noventa prosiguió su vasta obra con títulos como Evangelio (1996), La fe como camino (1997), De la mano de Cristo (1998) y Verdad, valores y poder (1998).
La elección y el papado
En noviembre de 2002 era ya decano del Colegio Cardenalicio y pareció que iba a solicitar la jubilación. Pero aguantó porque se sentía moralmente obligado a tomar el testigo de un Wojtyla que se apagaba a marchas forzadas. Es cuestionable que estuviera seguro de que él iba a ser el sucesor, a pesar de los rumores que corrieron poco antes del cónclave, al que asistían 115 de los 117 cardenales con derecho a voto.
Lo cierto es que Ratzinger sonaba tanto o más que otros, como el cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi, representante del sector menos conservador. Ratzinger, que en la homilía del funeral de Juan Pablo II y en la de la misa previa al cónclave reivindicó las virtudes de la ortodoxia y denunció la dictadura del relativismo y a quienes, dentro del catolicismo, no se sujetan a los dictados de Roma, se perfiló como el incuestionable candidato de la mayoría, conservadora, con representantes de varias organizaciones influyentes: Opus Dei, Legionarios de Cristo o el movimiento Comunión y Liberación, entre otros.
Con setenta y ocho años de edad, fue elegido 265º Papa de la Iglesia católica el 19 de abril de 2005. Con el nombre de Benedicto XVI sucedía a Juan Pablo II, que había fallecido el 2 de abril, después de haber ocupado el trono de San Pedro durante veintiséis años.
El cónclave eligió nuevo Papa en apenas dos días, una de las decisiones más rápidas de la historia, tras las de Julio II (1503) y Clemente VIII (1592), que fueron elegidos en un solo día. Al balcón principal de la plaza de San Pedro se asomó “un humilde servidor de la viña del Señor” que se convertía en el Papa número 265, el primero elegido en el siglo XXI después de los ocho del siglo XX, y en el séptimo alemán, tras Gregorio V (996-999), Clemente II (1046-1047), Dámaso II (1048, porque falleció al cabo de un mes), León IX (1049-1054), Víctor II (1055-1057) y Adriano VI (1522-1523).
Quizás, como varios de sus compatriotas, iba a ser un Papa de transición, pero quienes le atendían aseguraban que aún gozaba de una salud de hierro y que ostentaba una gran preparación que había merecido varios reconocimientos, entre otros el doctor honoris causa por la Universidad de Navarra (1998) y por la Facultad Teológica Papal de la polaca Wroclaw (2000). Además, desde 1992 era miembro de la Academia de las Ciencias Sociales y Políticas de París.

Benedicto XVI saludando tras su elección
Por el alborozo que la aparición de Benedicto XVI levantó en la plaza de San Pedro, cabe asegurar que los presentes tuvieron el Papa que esperaban y se merecían. Tomó un nombre inesperado en honor de Benedicto XV (el genovés Giacomo della Chiesa, papa entre 1914 y 1922), que se distinguió por la búsqueda de la paz en la Primera Guerra Mundial y favoreció la creación del Partido Popular, embrión de la futura Democracia Cristiana. Giacomo della Chiesa publicó, además, el Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico, 1917); quizás fue éste el motivo principal por el que Ratzinger escogió ese nombre
Pero los retos que esperaban a Ratzinger eran muy distintos: la globalización, el papel de la mujer, el celibato, el aborto, la libertad sexual, la creciente descatolización y aun descristianización del mundo, la alarmante falta de vocaciones sacerdotales, el diálogo con las otras religiones, la crisis teológica… Y, en particular, el avance de la Iglesia evangelista en América Latina (en pocos años había captado a más de 24 millones de católicos) y la hegemonía creciente del islam en África y Asia. Temido y admirado a partes iguales por progresistas y conservadores, Benedicto XVI tenía ante sí el difícil reto de dirigir y guiar los designios de la Iglesia católica en el siglo XXI.
Como era previsible, Benedicto XVI mantuvo a lo largo del papado una total ortodoxia en las aspectos doctrinales, como muestran sus sucesivas encíclicas y publicaciones; se distinguió acaso de su predecesor en su intento de extender la influencia de la Iglesia no sólo mediante numerosos viajes que lo acercaran a los creyentes (en ello siguió la línea de Juan Pablo II), sino buscando hacer sentir la solidez doctrinal del mensaje cristiano entre la élites culturales y políticas. Mostró poca disposición al diálogo con facciones heterodoxas como la de los seguidores de Marcel Lefebvre (aunque finalmente levantó la excomunión a cuatro de sus obispos), y tampoco fue demasiado cauto en el diálogo interreligioso: ya en 2006, la cita de un pasaje sobre la violencia religiosa del islam provocó reacciones airadas.
Otro lastre que arrastró durante su papado fue la revelación de numerosos casos de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Las acusaciones surgidas en Estados Unidos y otros países europeos resultaron aún más escandalosas al saberse que altas jerarquías eclesiásticas habían tendido a ocultar los casos en lugar de imponer sanciones a los sacerdotes; se acusó al propio Ratzinger de haberse abstenido de actuar en su etapa como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En sus dos últimos años, ni siquiera la situación interna de Vaticano estuvo exenta de inquietudes. En mayo de 2012, Ettori Gotti Tedeschi, amigo personal de Benedicto XVI y presidente del Banco Vaticano, fue cesado por presuntas irregularidades en su gestión; desde hacía un año era investigado por incumplir las normativas sobre blanqueo de capitales. Por esas mismas fechas el mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, fue detenido por filtrar documentos internos en un escándalo que fue llamado Vatileaks. Aunque poco después fue indultado por el papa, los documentos revelaron la existencia de fuertes disensiones internas.
Con la salud debilitada, en 2013 Benedicto XVI anunció su renuncia al papado, efectiva a partir del 28 de febrero, bajo el argumento de que "para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado". La decisión fue considerada histórica, por datarse su más cercano precedente siete siglos atrás, y dejaba en evidencia que la institución papal ya no puede ser indefectiblemente vitalicia. El 13 de marzo de 2013, el cónclave eligió como nuevo pontífice al prelado argentino Jorge Mario Bergoglio; el papa Francisco, nombre que adoptó en honor a San Francisco de Asís, había sido ya uno de los cardenales más votados cuando Benedicto fue elegido en 2005, y no escatimó elogios hacia la figura de su predecesor.

Madre Teresa de Calcuta

(Agnes Gonxha Bojaxhiu; Skopje, actual Macedonia, 1910 - Calcuta, 1997) Religiosa albanesa nacionalizada india, premio Nobel de la Paz en 1979. Cuando en 1997 falleció la Madre Teresa de Calcuta, la congregación de las Misioneras de la Caridad contaba ya con más de quinientos centros en un centenar de países. Pero quizá la orden que fundó, cuyo objetivo es ayudar a "los más pobres de los pobres", es la parte menor de su legado; la mayor fue erigirse en un ejemplo inspirador reciente, en la prueba palpable y viva de cómo la generosidad, la abnegación y la entrega a los demás también tienen sentido en tiempos modernos.

La Madre Teresa de Calcuta

Nacida en el seno de una familia católica albanesa, la profunda religiosidad de su madre despertó en Agnes la vocación de misionera a los doce años. Siendo aún una niña ingresó en la Congregación Mariana de las Hijas de María, donde inició su actividad de asistencia a los necesitados. Conmovida por las crónicas de un misionero cristiano en Bengala, a los dieciocho años abandonó para siempre su ciudad natal y viajó hasta Dublín para profesar en la Congregación de Nuestra Señora de Loreto. Como quería ser misionera en la India, embarcó hacia Bengala, donde cursó estudios de magisterio y eligió el nombre de Teresa para profesar.
Apenas hechos los votos pasó a Calcuta, la ciudad con la que habría de identificar su vida y su vocación de entrega a los más necesitados. Durante casi veinte años ejerció como maestra en la St. Mary's High School de Calcuta. Sin embargo, la profunda impresión que le causó la miseria que observaba en las calles de la ciudad la movió a solicitar a Pío XII la licencia para abandonar la orden y entregarse por completo a la causa de los menesterosos. Enérgica y decidida en sus propósitos, Santa Teresa de Calcuta pronunció por entonces el que sería el principio fundamental de su mensaje y de su acción: "Quiero llevar el amor de Dios a los pobres más pobres; quiero demostrarles que Dios ama el mundo y que les ama a ellos".
En 1947, como culminación de aquella dilatada lucha liderada por Gandhi, la India alcanzó la independencia. Un año después, Teresa de Calcuta obtuvo la autorización de Roma para dedicarse al apostolado en favor de los pobres. Mientras estudiaba enfermería con las Hermanas Misioneras Médicas de Patna, Teresa de Calcuta abrió su primer centro de acogida de niños. En 1950, año en que adoptó también la nacionalidad india, fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad, cuyo pleno reconocimiento encontraría numerosos obstáculos antes de que Pablo VI lo hiciera efectivo en 1965.

Teresa de Calcuta

Al tiempo que su congregación, cuyas integrantes debían sumar a los votos tradicionales el de dedicarse totalmente a los necesitados, abría centros en diversas ciudades del mundo, ella atendía a miles de desheredados y moribundos sin importarle si profesaban el cristianismo u otra religión: "Para nosotras no tiene la menor importancia la fe que profesan las personas a las que prestamos asistencia. Nuestro criterio de ayuda no son las creencias, sino la necesidad. Jamás permitimos que alguien se aleje de nosotras sin sentirse mejor y más feliz, pues hay en el mundo otra pobreza peor que la material: el desprecio que los marginados reciben de la sociedad, que es la más insoportable de las pobrezas."
En concordancia con esta palabras, Santa Teresa de Calcuta convirtió en el premio de una rifa un coche descapotable que le dio el papa Pablo VI durante su visita a la India en 1964 (regalo a su vez de la comunidad católica) y destinó los fondos recaudados a la creación de una leprosería en Bengala; posteriormente convencería al papa Juan Pablo II de abrir un albergue para indigentes en el mismo Vaticano.
El enorme prestigio moral que la Madre Teresa de Calcuta supo acreditar con su labor en favor de "los pobres más pobres" llevó a la Santa Sede a designarla representante ante la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas celebrada en México en 1975 con ocasión del Año Internacional de la Mujer, donde formuló su ideario basado en la acción por encima de las organizaciones. Cuatro años más tarde, santificada no sólo por aquellos a quienes ayudaba sino también por gobiernos, instituciones internacionales y poderosos personajes, recibió el premio Nobel de la Paz.
Teresa de Calcuta: "El trabajo que hacemos no tiene nada de heroico. Cualquiera que tenga la gracia de Dios puede hacerlo."
Consciente del respeto que inspiraba, el papa Juan Pablo II la designó en 1982 para mediar en el conflicto del Líbano, si bien su intervención se vio dificultada por la complejidad de los intereses políticos y geoestratégicos del área. Desde posiciones que algunos sectores de opinión consideraron excesivamente conservadoras, participó vivamente en el debate sobre las cuestiones más cruciales de su tiempo, a las que no fue nunca ajena. Así, en mayo de 1983, durante el Primer Encuentro Internacional de Defensa de la Vida, defendió con vehemencia la doctrina de la Iglesia, conceptiva, antiabortista y contraria al divorcio.
En 1986 recibió la visita de Juan Pablo II en la Nirmal Hidray o Casa del Corazón Puro, fundada por ella y más conocida en Calcuta como la Casa del Moribundo. En el curso de los años siguientes, aunque mantuvo su mismo dinamismo en la lucha para paliar el dolor ajeno, su salud comenzó a declinar y su corazón a debilitarse. En 1989 fue intervenida quirúrgicamente para implantarle un marcapasos, y en 1993, tras ser objeto de otras intervenciones, contrajo la malaria en Nueva Delhi, enfermedad que se complicó con sus dolencias cardíacas y pulmonares.
Finalmente, tras superar varias crisis, cedió su puesto de superiora a sor Nirmala, una hindú convertida al cristianismo. Pocos días después de celebrar sus 87 años ingresó en la unidad de cuidados intensivos del asilo de Woodlands, en Calcuta, donde falleció. Miles de personas de todo el mundo se congregaron en la India para despedir a la Santa de las Cloacas. Seis años después de su muerte, en octubre de 2003, y coincidiendo con la celebración del 25º aniversario del pontificado de Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta fue beatificada en una multitudinaria misa a la que acudieron fieles de todas partes del mundo. A finales de 2015, el Vaticano aprobó su canonización; el 4 de septiembre de 2016, ante más de cien mil fieles congregados en la plaza de San Pedro, el papa Francisco ofició la ceremonia que elevaba a los altares a Santa Teresa de Calcuta, cuya festividad (5 de septiembre), incorporada al santoral católico, se celebró por primera vez al día siguiente.

Diana de Gales

Si bien las vicisitudes de la realeza y la aristocracia han despertado siempre una curiosidad que muchos medios de comunicación han procurado alimentar, debe considerarse insólita la inmensa popularidad y estima de que gozó la princesa Diana de Gales, título que recibió tras su enlace en 1981 con el príncipe Carlos de Inglaterra, primogénito de la reina Isabel II y heredero de la corona británica.

Diana de Gales
Cuando, tras unos inicios plácidos, el matrimonio hizo aguas entre un cúmulo de desencuentros, acusaciones e infidelidades ampliamente divulgadas por la prensa sensacionalista, la opinión pública mantuvo e incluso acrecentó su simpatía hacia la «princesa del pueblo» y denostó en cambio la conducta del príncipe Carlos y la frialdad y rigidez protocolaria de la Casa Real. En 1997, un año después de consumarse oficialmente el divorcio, Diana perdió la vida en un accidente automovilístico en que los paparazzi a sueldo de los tabloides tuvieron su parte de responsabilidad; la tragedia conmovió al mundo, magnificó hasta la idolatría la figura de Lady Di y sumió a la monarquía británica en un descrédito del que tardaría en recuperarse.
Biografía
Diana Frances Spencer nació en Park House, Sandringham (Norfolk) el 1 de julio de 1961. Hija menor de John Spencer, octavo conde de Althorp, y de Frances Ruth Roche, creció en una familia de la pequeña nobleza junto a sus dos hermanas, Sarah y Jane, y su hermano menor, Carlos. Pasó los primeros años de su vida en la residencia familiar de Sandringham, donde recibió su primera educación de manos de institutrices.
En 1968, tras el divorcio del matrimonio Spencer, la pequeña Diana quedó bajo custodia paterna, y aquel mismo año ingresó en la escuela de King's Lynn. En 1970 se trasladó al internado femenino de Riddlesworth Hall, y en 1973 ingresó en West Heath, otro internado en el condado de Kent. Entre 1977 y 1978 estudió en Suiza y finalmente se estableció en Londres. Allí trabajó para varias empresas hasta que en noviembre de 1977 conoció al príncipe Carlos, primogénito de la reina Isabel II de Inglaterra y heredero del trono británico, a quien se unió sentimentalmente dos años después.
El 24 de febrero de 1981 el portavoz del Palacio de Buckingham anunció el compromiso oficial de lady Diana Spencer y el príncipe Carlos; desde ese momento Diana trasladó su domicilio a Clarence House, residencia de la reina madre. La boda de la pareja, que se celebró el 29 de julio de 1981 en la catedral londinense de Sant Paul y fue oficiada por el arzobispo de Canterbury, se convirtió en un acontecimiento de amplísima repercusión internacional, retransmitido por televisión a setecientos millones de espectadores; en Londres convocó a más de un millón de personas, y no faltaron a la ceremonia los principales miembros de la aristocracia europea y ciento setenta jefes de Estado.

Con Carlos de Inglaterra durante el compromiso
y en el día de su boda
Por su enlace con Carlos, príncipe de Gales, Diana recibió el título de princesa de Gales, si bien su familiaridad y simpatía popularizó en seguida entre sus súbditos el apelativo «Lady Di». El 21 de junio de 1982 la flamante princesa dio a luz a su primogénito, el príncipe Guillermo, en el hospital Saint Mary de Paddington. Aquel mismo año Diana de Gales efectuó su primer viaje oficial en solitario para asistir al funeral de la ex actriz y princesa de Mónaco Grace Kelly. En abril del año siguiente, Diana acompañó al príncipe Carlos a Australia y Nueva Zelanda en el que fue el primer viaje oficial de los consortes. El segundo hijo de los príncipes de Gales, Enrique, nació el 15 de septiembre de 1984.
Aunque Diana trató de llevar una vida familiar dedicada al cuidado de sus hijos, en su agenda se imponía la limitación de los más de quinientos compromisos oficiales que el matrimonio estaba obligado a atender anualmente. Hasta 1985, los príncipes de Gales no mostraron desavenencias en público, pero a partir de 1986 la prensa sensacionalista británica comenzó a divulgar indicios de crisis matrimonial. A pesar de que la familia trataba de ofrecer una imagen de unidad, lo cierto es que cada vez se hacían más frecuentes los viajes de Diana en solitario, y en mayo de 1992, después de regresar de la India y Egipto, saltaron a la opinión pública los primeros rumores de separación.

Con sus hijos Guillermo y Enrique
La publicación de un libro de Andrew Morton sobre Diana, en el que el autor se reafirmaba en la tesis del fracaso matrimonial, y la confirmación de que su marido Carlos de Inglaterra mantenía una relación con su vieja amiga Camila Parker Bowles, convirtieron en noticia las especulaciones de los meses anteriores. A principios de diciembre de 1992 los príncipes de Gales se separaron, salió a la luz la relación sentimental de Diana con James Gilbey y se desató una auténtica guerra de acusaciones mutuas entre los defensores de la princesa y la casa real británica. Algunas fuentes revelaron entonces que tanto el príncipe Carlos como Diana de Gales reclutaron periódicos nacionales para publicar sus propias versiones sobre el detonante de la ruptura. El matrimonio se rompió de forma definitiva en marzo de 1994, y el 29 de febrero de 1996 Diana aceptó divorciarse de Carlos.
En los años siguientes a la separación, Diana prestó su imagen pública a diferentes organizaciones humanitarias y apareció en multitud de actos en favor de los sectores más marginados de la sociedad. Entretanto, la prensa sensacionalista había explotado todas las facetas imaginables de su vida privada. La propia Diana llegó a reconocer su adulterio y la lista, real o inventada, de los amantes de Lady Di fue creciendo: a James Gilbey se unieron los nombres de Barry Mannakke, Philip Dunne, Oliver Hoare y James Hewitt.
El último hombre con quien se relacionó a Diana fue el millonario de origen egipcio Dodi Al-Fayed. La noche del 30 al 31 de agosto de 1997 ambos perdieron la vida en un aparatoso accidente de automóvil, cuando trataban de evitar a los paparazzi y circulaban a gran velocidad por el túnel del puente del Almá en París. Al-Fayed murió en el acto; Diana Spencer fue llevada al Hospital de la Pitié-Salpêtrière, donde falleció pocas horas después. La casa real británica, que al principio mostró no pocas reticencias, accedió al reclamo popular y celebró en su honor un soberbio funeral en Westminster, que fue retransmitido en directo por televisión y al que asistieron cerca de dos millones de personas.
La vida de Diana Spencer, tanto durante su matrimonio como después de su separación, fue tema recurrente de la prensa rosa y de los tabloides sensacionalistas y objeto continuo de atención no solamente entre los súbditos británicos; la llamada «dianamanía», en efecto, se extendió más allá de las fronteras del Reino Unido. Todas sus apariciones en público recibieron un tratamiento especial por parte de los medios de comunicación internacionales, e incluso su peinado y su modo de vestir fueron imitados hasta la saciedad. Según la revista Majesty, Lady Di generó cerca de quince millones de libras en publicidad a los fabricantes de los artículos que utilizaba. Su popularidad acabó siendo inversamente proporcional a la de su marido; fue siempre considerada una madre ejemplar, y tras su muerte hubo incluso propuestas de canonización que, finalmente, fueron desestimadas.