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lunes, 27 de abril de 2020

Cristóbal Colón

El descubrimiento de América
En tanto que «encuentro entre dos mundos», el descubrimiento de América es probablemente el más espectacular de los acontecimientos historiográficos. Hasta ese momento, y desde los orígenes de la humanidad, el devenir histórico de las civilizaciones americanas y euroasiáticas se había desarrollado de forma totalmente independiente; con la llegada a las Antillas de Cristóbal Colón, entraron en contacto dos universos paralelos que se hallaban en puntos evolutivos muy distintos.

Cristóbal Colón (retrato de Ridolfo Ghirlandaio, c. 1520)
El impacto sería enorme. España, Portugal y otras potencias europeas se lanzaron a la colonización del nuevo continente; el gran impulso económico llevaría a la larga a la ascensión de la burguesía y al desarrollo del capitalismo. Para América, en cambio, las consecuencias inmediatas fueron devastadoras: extinción de las culturas precolombinas, exterminio o explotación de los nativos y saqueo de sus recursos naturales.
Desde la perspectiva de las circunstancias que condujeron al mismo, el descubrimiento de América ha de entenderse como la culminación del expansionismo que caracterizó a la Europa de la Baja Edad Media y que tuvo entre sus puntos de partida las exploraciones atlánticas protagonizadas por los navegantes portugueses. A principios del siglo XV, los Estados europeos medievales habían alcanzado su máximo desarrollo y se abrían a nuevas y complejas fórmulas de organización y gobierno. La acción expansionista de la industria y el comercio y el nacimiento de la burguesía en el seno del feudalismo suscitaron un afán por descubrir nuevas rutas comerciales.
Europa y Asia habían mantenido contactos comerciales desde tiempos remotos; los principales productos asiáticos (especias, piedras preciosas, tejidos de seda y algodón) eran transportados por caravanas a través de desiertos hasta las costas del Mediterráneo y, desde allí, las flotas venecianas y genovesas los distribuían por el resto de Europa. Las especias eran un producto fundamental para la conservación y condimentación de los alimentos, especialmente la carne de los animales que era necesario sacrificar ante la carencia de pastos invernales. Otros productos suntuarios orientales, como sedas, ungüentos, tintes y drogas, eran demandados por una sociedad que aspiraba a una vida más cómoda y lujosa.
Cuando Constantinopla (en 1453) y otros puertos del Mediterráneo cayeron en poder de los turcos otomanos, los mercaderes cristianos hubieron de buscar otras rutas para continuar su extremadamente lucrativo comercio con Oriente. Portugueses y españoles eran los mejor situados para intentarlo por la vía marítima. En Portugal se había creado una escuela náutica bajo el patrocinio del infante Enrique el Navegante, y en la ciudad española de Cádiz, en la costa atlántica, un colegio de pilotos. Ambos organismos presentaban las mismas características: se daban enseñanzas prácticas de navegación y se formaba a los pilotos, adiestrándolos en el manejo de la cartografía y los instrumentos de navegación, que en los últimos tiempos habían conocido un notable refinamiento. La brújula fue usada ya por los navegantes italianos en el siglo XIII y montada en la rosa de los vientos en el siglo XIV. La latitud se averiguaba por medio del astrolabio, instrumento destinado a medir la altura de la estrella Polar sobre el horizonte del hemisferio norte.
Los avances portugueses
Los navegantes debían también aprender a regir los nuevos tipos de barcos que sustituían a la antigua galera mediterránea: la carabela castellana y el barinel portugués. Estas embarcaciones, mucho más ligeras y equipadas con los modernos instrumentos de navegación, podían aprovechar cualquier viento y resistían mejor los embates de las mareas y los vendavales, siendo especialmente aptos para largos trayectos. Con todo ello, los marinos podían alejarse considerablemente de la costa, hasta perderla de vista, sin desconocer su situación; sin embargo, se precisaba una dosis adicional de arrojo y de intuición para alejarse de las inexploradas costas africanas, y más aún para aventurarse por el ignoto Atlántico.

Enrique el Navegante
Los portugueses, más adelantados que los españoles, fueron los primeros y principales impulsores de la expansión europea. Enrique el Navegante estableció un centro de estudios náuticos en el cabo San Vicente, donde reunió a los más destacados geógrafos, cosmógrafos y marinos. Allí se examinaron todas las teorías geográficas en boga, con la esperanza de alcanzar, por mar, territorios lejanos para difundir la religión católica, ensanchar los territorios del reino y aumentar sus recursos. Sus esfuerzos se vieron recompensados con numerosos descubrimientos y con el establecimiento de prósperas colonias en los archipiélagos atlánticos y en las costas de África, y culminarían, casi cuarenta años después de su muerte, con la expedición de Vasco da Gama (1497-1499), quien, al alcanzar la India bordeando el continente africano, abrió para los portugueses una nueva ruta comercial entre Europa y Asia.
Los éxitos de Portugal debieron mucho a la aplicación de las últimas innovaciones en materia de cartografía, instrumentos de navegación y diseño de naves, y también a la reintroducción en Europa de las antiguas concepciones geográficas de Ptolomeo sobre la esfericidad de la Tierra. Ciertamente, la viabilidad del proyecto colombino es históricamente incomprensible si se olvida que hay todo un ciclo de navegaciones previas y de mejoras técnicas que crearon las condiciones para que el logro fuera posible. De la llamada Media Luna Fértil de los descubrimientos geográficos (la región comprendida entre el Algarve portugués y la costa de Huelva), habían partido desde comienzos del siglo XV innumerables embarcaciones que recorrían la costa africana, adentrándose cada vez más hacia el sur y hacia el oeste, ya que en su camino de regreso debían practicar la llamada "Vuelta de Guinea", es decir, navegar hacia el oeste en busca de los vientos alisios para poder tomar entonces el rumbo a la península.
El proyecto colombino
La idea de alcanzar la India a través del océano Atlántico no era en modo alguno novedosa; había sido formulada por geógrafos y cartógrafos desde el siglo XIV, y también era conocida (aunque habitualmente rechazada por su temeridad) entre los navegantes. Ciertamente, los nuevos medios técnicos y el ánimo lucrativo hubiesen tarde o temprano empujado a alguien a emprender la travesía. Experto marinero, influido por el ambiente de Portugal y por las lecturas de PtolomeoEstrabónMarco Polo y otros, Cristóbal Colón reunía ya en aquel momento las virtudes necesarias para el triunfo de la empresa: la determinación, la audacia y la experiencia. Un famoso humanista, Toscanelli, influyó decisivamente en él y le indujo a cometer importantes errores de cálculo, que le llevaron a pensar que la Tierra era más pequeña y Asia mayor; eso suponía que las distancias se acortaban considerablemente, por lo que estaba convencido de que podía realizar el viaje en carabelas sin necesidad de hacer escalas. Su objetivo era el mismo que el de los portugueses: abrir una «ruta de las especias» que, por no tener que bordear toda África, había de resultar mucho más rápida, fácil y rentable.

Toscanelli situó Catay y Cipango (China y Japón) a una distancia asequible en carabela
En 1484 Colón presentó su proyecto a Juan II de Portugal y le pidió apoyo económico para llevarlo a la práctica. Pero una junta de expertos consideró que el plan era descabellado, y el rey, más preocupado por las exploraciones africanas, no quiso prestarle su ayuda. Decepcionado, se trasladó a Castilla para exponer sus ideas a los Reyes Católicos, puesto que necesitaba el apoyo de un monarca o un noble poderoso que corriera con los gastos.
Acompañado de su hijo Diego, se instaló en Palos de la Frontera (Huelva), donde entró en contacto con algunas personas que le ayudaron y que más tarde tuvieron un papel destacado en la realización de la empresa. Estas personas eran los frailes franciscanos de La Rábida, que le pusieron en contacto con los reyes; los hermanos Pinzón, que llegado el momento ofrecerían a Colón sus pertrechos, conocimientos e influencias; y los marineros andaluces que, acostumbrados a navegar por el Atlántico, formarían la tripulación del viaje colombino. Los monarcas castellanos tardaron un tiempo en aceptar los proyectos de Colón; durante siete años se hicieron frecuentes contactos con personas influyentes de la corte, pero los reyes demostraban estar más interesados en la conquista de Granada.
Las capitulaciones de Santa Fe
Eran varios los motivos por los que los Reyes Católicos no se decidían a prestar su apoyo al proyecto colombino. Aparte de la guerra de Granada, las contrapartidas exigidas por Colón resultaban exageradas, y los expertos que analizaron el proyecto determinaron que era muy arriesgado. Algunos cortesanos, como Luis de Santángel y Francisco de Pinelo, convencieron a los reyes de la necesidad de transigir. Cuando la guerra de Granada tocaba a su fin, Colón fue recibido en Santa Fe (Granada) por los monarcas, quienes le manifestaron su intención de autorizar la empresa.

Las carabelas de Colón
El resultado de la negociación fue recogido en las capitulaciones de Santa Fe, firmadas en abril de 1492. En ellas se hacían una serie de concesiones a Colón, pero todas condicionadas al hecho del descubrimiento. Los puntos fundamentales de este contrato otorgaban a Cristóbal Colón considerables privilegios, como el título de Almirante y Gobernador General de las tierras por descubrir. También se le concedía el diez por ciento de los beneficios comerciales, aparte de otras ventajas económicas.
Con unas cartas para el Gran Kan y las instrucciones para organizar la armada, Colón se marchó al puerto de Palos de la Frontera, enclave que fue elegido como punto de partida por contar con una buena flota y con marineros experimentados en navegaciones atlánticas.
El primer viaje de Colón
Cuando terminaron los preparativos, unos noventa hombres se embarcaron en tres naves. Dos carabelas, la Pinta y la Niña, eran capitaneadas respectivamente por los hermanos Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón; Cristóbal Colón comandaba la nao Santa María. La mayoría de la tripulación era de Palos; sólo quince expedicionarios no eran andaluces: diez vascos y cinco extranjeros. No se embarcaron mujeres, frailes ni soldados, pero sí oficiales reales para velar por los intereses económicos de los monarcas, y un intérprete de lenguas orientales.

Colón se despide de los Reyes Católicos
El 3 de agosto de 1492 la flota zarpó con rumbo a las Canarias y con un objetivo claro: alcanzar la costa asiática atravesando el Atlántico. Todos los pormenores del viaje se encuentran recogidos en un documento excepcional, el diario de a bordo que escribió el propio Cristóbal Colón, conocido por la copia que hizo fray Bartolomé de Las Casas.
En la travesía se presentaron algunos problemas. El más importante fue el descontento de la tripulación por el alejamiento de las costas y la presencia continua de vientos alisios que los llevaban directamente hacia el oeste, lo cual alimentaba el temor de no encontrar vientos favorables para volver a la península. Pero antes de acabar el mes de agosto aparecieron vientos contrarios, gracias a lo cual se sosegaron los ánimos.
Los problemas reaparecieron al entrar en la zona de calmas, hecho que, unido a la ausencia de señales de tierra, desencadenó de nuevo la inquietud de los marineros. Colón llegó a pensar que había sobrepasado el Japón, y sus problemas se acrecentaron cuando estalló un motín general, que sólo pudo contener tras lograr convencer a sus hombres de que en unos pocos días más encontrarían tierra. Pronto los vientos arreciaron, se avivó la velocidad de navegación y comenzaron a aparecer indicios de hallarse cerca de la costa: algunas bandadas de pájaros y maderas que flotaban en el mar.
El descubrimiento de América
Cuando, por fin, el 12 de octubre se divisó tierra, la alegría de los expedicionarios fue inmensa. Habían llegado a una isla de las Bahamas, a la que Colón dio el nombre de San Salvador y que los indígenas llamaban Guanahaní. Siglos después, cuando los ingleses colonizaron las Bahamas, pasó a llamarse isla Watling.

Cristóbal Colón divisa el Nuevo Mundo (óleo de Christian Ruben)
Colón desembarcó y tomó posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos. Todos quedaron maravillados de las tierras y de los hombres, que Colón comenzó a llamar indios (por creer que había llegado a las costas asiáticas) y que le recordaban a los guanches de las Canarias. Tales hombres eran pacíficos, pero carecían de las riquezas que los descubridores esperaban encontrar.
Pronto pasaron a reconocer la costa de la isla y, creyéndose en Extremo Oriente, zarparon de nuevo en busca de Cipango (Japón). Recorrieron las costas de varias islas del archipiélago de las Bahamas, de Cuba y de la isla de Haití o de Santo Domingo, que recibió el nombre de La Española. Al mismo tiempo que seguían manteniendo relaciones con los indígenas, los españoles buscaban vanamente especias; en lugar de ello, vieron por primera vez plantas y objetos desconocidos, como el maíz, las canoas, las hamacas y el tabaco.
En la Nochebuena de 1492 naufragó la nao Santa María en la costa norte de La Española. El cargamento se pudo salvar gracias a la ayuda de los indígenas, y con los restos de la nao Colón resolvió construir un fuerte, llamado La Navidad, que fue el primer establecimiento español en América. Allí quedaron treinta y nueve hombres con el fin de mantener las relaciones amistosas con los isleños y buscar minas de oro. A mediados de enero, el Almirante dio la orden de volver. Junto a los españoles se embarcaron algunos indígenas, así como una variada carga de papagayos, pavos, productos de la tierra y objetos exóticos. En los primeros días de navegación, Colón escribió una famosa carta que, tras ser impresa poco después de su llegada a España, difundió rápidamente por toda Europa la noticia de su fabuloso descubrimiento.

Construcción del fuerte La Navidad
Las dificultades del viaje de regreso fueron enormes, pero en todo momento Colón demostró sus magníficas cualidades marineras. Los vientos y las tormentas separaron las dos embarcaciones, y Colón, al mando de la Niña, se vio obligado a poner rumbo hacia Lisboa, siendo recibido por Juan II, que fue el primero en escuchar el relato de su aventura. El rey portugués reclamó sus derechos sobre las tierras descubiertas, en base al pacto de Alcaçovas, pero Colón le demostró que no había ido a Guinea, sino a las Indias. Ante el temor de represalias de los Reyes Católicos, el monarca le dejó partir rumbo a Palos.
Martín Alonso Pinzón, al mando de la Pinta, se había perdido en una tormenta y arribó a las costas de Galicia, y de allí tomó rumbo a Palos, donde llegó al mismo tiempo que Colón, a mediados de marzo. El Almirante se puso en camino para ver a los reyes, que se encontraban en Barcelona. Atravesó la península despertando la curiosidad de todos con el sorprendente espectáculo del exótico cargamento que llevaba a los monarcas, dejando a los españoles impresionados y admirados.
La nueva división del mundo
El recibimiento que tuvo Colón en Barcelona fue grandioso, y los reyes le confirmaron todos los privilegios pactados en Santa Fe. Enseguida se iniciaron contactos diplomáticos con el Papa para conseguir la concesión sobre las tierras descubiertas y por descubrir, y con Portugal para establecer una frontera en los descubrimientos, tema que provocó tensión entre ambos reinos.

Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos (óleo de Emanuel Leutze, 1843)
El punto de partida fueron dos bulas otorgadas por Alejandro VI. La primera anexionaba las nuevas tierras a la Corona de Castilla, y la segunda delimitaba las zonas de expansión de portugueses y castellanos a partir de un meridiano situado a cien leguas al oeste de las Azores. Las negociaciones fueron muy duras y los portugueses no quedaron conformes con la sanción papal, pues, aunque estaban de acuerdo en que debían repartirse el mundo, preferían que la línea divisoria fuera un paralelo, ya que así se adueñaban del hemisferio sur.
Finalmente, en junio de 1494, el problema se consideró zanjado con el tratado de Tordesillas, según el cual ambas partes aceptaron que la línea de demarcación fuera el meridiano situado a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. De ello derivaría la posterior y desigual configuración de los imperios coloniales: a Portugal solamente le correspondía el área de Brasil. Pero las imprecisiones del acuerdo y las dificultades para determinar la longitud (sólo se pudo establecer con precisión en el siglo XVIII) hicieron que no acabaran los problemas jurisdiccionales; la expansión de los portugueses en Brasil y de los españoles en el Sudeste Asiático, con la conquista de las islas Filipinas, suscitarían problemas diplomáticos entre los monarcas de la Península Ibérica, que se resolverían con políticas de fuerza y de hechos consumados.
Segundo viaje
En septiembre de 1493 se hacía a la mar una Armada formada por diecisiete barcos y una formidable contingente, cercano a los mil quinientos hombres. Sus objetivos eran socorrer a los españoles que habían quedado en América durante el primer viaje (en el fuerte La Navidad), continuar los descubrimientos tratando de alcanzar las tierras del Gran Kan y colonizar las islas halladas anteriormente. Tras una escala en Canarias, que con el tiempo se convertiría en algo habitual en la Carrera de Indias, Cristóbal Colón ordenó poner rumbo más al sur que en el primer viaje, pensando que de esta manera llegaría a Cipango (Japón) más fácilmente.
Lo que Colón halló en este segundo viaje fue, en realidad, la ruta más rápida y segura para navegar a América. En sólo veintiún días consiguieron llegar a las islas Deseada y Dominica, y descubrir a continuación Guadalupe, Monserrat y Puerto Rico. En la costa norte de Haití, donde se hallaba el fuerte La Navidad, Colón supo que los treinta y nueve hombres que había dejado en el primer viaje habían sido asesinados, según le dijeron, por el cacique Caonabó y sus compañeros. El 6 de enero de 1494 Colón fundó en ese lugar La Isabela, primera población española en América. Desde ella mandó algunas expediciones en busca de oro, del que remitió algunas muestras a España, y propuso a la corona que autorizara el intercambio de ganado y vituallas por esclavos indios caribes. En abril se trasladó a Cuba y poco después a Jamaica.

Los viajes de Colón
A su regreso a La Isabela, Colón encontró que muchos descontentos se habían marchado, mientras las enfermedades hacían presa en los pobladores que quedaban y los indígenas se rebelaban. Tras una corta lucha, Colón impuso a los vencidos la esclavitud y el pago de un tributo en oro y algodón. Sabedores de la situación problemática de sus nuevos dominios, los Reyes Católicos tomaron la decisión de enviar a Juan de Aguado para que les informase de lo que estaba sucediendo. En marzo de 1496 regresaba Aguado a España, acompañado por Colón, que no quería perder el favor de la corte para su empresa descubridora. Dejaba construidas seis fortalezas, y el mando de los territorios en manos de su hermano, Bartolomé Colón. En la entrevista mantenida con los reyes el otoño siguiente, Colón hubo de encajar las críticas por la conflictividad y la falta de rentabilidad de sus empresas, que justificó con el fin evangelizador.
Tercer viaje
Tres años tardó Colón en conseguir organizar su siguiente viaje, mientras su prestigio y el de la propia empresa americana, que parecía ya un negocio ruinoso, decaía por momentos. De las ocho naves que componían esta vez la flotilla colombina, que partió de la península en enero de 1498, cinco pasaron a reforzar los establecimientos de La Española, y tres se dedicaron a nuevos descubrimientos. A finales de julio desembarcaba Colón en la isla de Trinidad, y poco después exploraba la costa venezolana de Paria y la desembocadura del gran río Orinoco, región que, por su belleza, juzgó como la ubicación del antiguo paraíso terrenal. En agosto de 1498 estaba de vuelta en La Española.
En adelante, los conflictos políticos y administrativos absorberían por completo a Colón, impidiéndole continuar con las exploraciones. Primero tuvo que hacer frente a una sublevación indígena y, más tarde, se rebelaron los propios españoles, acaudillados por Francisco Roldán. Sólo la autorización del reparto de las tierras de los indígenas y la concesión del servicio personal de los mismos a los españoles, junto a algunas medidas de fuerza, consiguió detener la revuelta.
En 1500 llegó a La Española un enviado real, Francisco de Bobadilla, en calidad de juez pesquisidor con plenos poderes para poner orden en la colonia. Bobadilla halló culpable a Colón de todos los males, se apoderó de su casa, papeles y bienes, le abrió un proceso y lo remitió a España cargado de grilletes junto a sus hermanos Diego y Bartolomé. A continuación dio libertad para coger oro, vendió tierras y repartió indios. Acababa así la etapa de gobierno personalista del Nuevo Mundo y empezaba un nuevo orden. Colón llegó a España en noviembre de 1500. Aunque los reyes mandaron ponerlo en libertad de inmediato, sus enormes privilegios se habían esfumado. Colón había triunfado como marino y descubridor, pero había fracasado como gobernante.
Cuarto viaje
A pesar de todo, en marzo de 1502 fue autorizado para emprender un cuarto y último viaje, cuyo objetivo debía ser hallar el estrecho que se creía que separaba las tierras firmes del norte y del sur para lograr paso franco al continente asiático. Colón tenía prohibido el desembarco en La Española para evitar conflictos, así como el prendimiento de esclavos. Se prepararon cuatro carabelas con ciento cuarenta hombres, entre los cuales figuró el hijo del descubridor, Hernando Colón, que nos legó un relato del viaje.
En mayo de 1502 partieron de la península; el periplo los llevó a las islas de Martinica, Dominica, La Española (pese a la prohibición), Jamaica y Cuba. De allí navegó Colón hacia la costa de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, donde logró rescatar (comerciar) cierta cantidad de oro. En noviembre fundaron Portobelo y poco después, también en la costa panameña, Nombre de Dios. Tras sufrir un ataque indígena hubieron de poner rumbo a Cuba, pero naufragaron a la altura de Jamaica. Hasta ese momento, el cuarto viaje colombino había servido para probar que desde Brasil a Honduras no existía paso alguno hacia el oriente. Desde Jamaica, Colón despachó a siete de sus hombres para que pidiesen socorro en La Española (Santo Domingo). Por fin, en julio de 1504, los náufragos fueron rescatados. En noviembre de aquel año Colón llegaba, ya muy enfermo, a España; falleció en mayo de 1506, convencido de que su logro era haber abierto una nueva ruta hacia las indias. Correspondería a Américo Vespucio señalar que un nuevo continente había sido descubierto.

Vicente Yáñez Pinzón

Navegante y descubridor español. Nacido hacia 1461 en Palos de la Frontera, se desconocen la fecha y el lugar exactos de su muerte. Se crió en el seno de una rica familia de larga tradición marinera, que armaba naves para empresas de corso y de pesca. Hermanos suyos fueron Martín Alonso Pinzón y Francisco Martín Pínzón. Posiblemente participó en algunas de las expediciones corsarias que hizo Martín Alonso Pinzón a las costas de Berbería, Cataluña e Ibiza.

Vicente Yáñez Pinzón (Retrato de Julio Condoy)
En 1492 colaboró activamente en los preparativos del viaje que conducirían al descubrimiento de América. En calidad de capitantes de las carabelas la Niña y la Pinta, Vicente Yáñez Pinzón y su hermano Martín Alonso eran, junto con Colón, los máximos responsables de la expedición. Vicente Yáñez Pinzón ayudó a Cristóbal Colón en los momentos difíciles de los motines y luego en los descubrimientos efectuados en las Lucayas y en Santo Domingo. No secundó a su hermano Martín Alonso cuando éste decidió abandonar la expedición con la carabela la Pinta, y estaba al lado de Colón el 24 de diciembre de 1492, cuando naufragó la nao Santa María. Colón se trasladó entonces a la Pinta, que quedó convertida en capitana. Acompañó luego a Colón durante el resto del viaje, incluso cuando volvió a perderse la Pinta durante la tormenta, y arribó a Lisboa y a Palos.
Tras la muerte de Martín Alonso Pinzón, se abrió la brecha existente entre Cristóbal Colón y los hermanos. Se ha afirmado que Vicente Yáñez capituló un viaje descubridor con Fonseca en 1495, pero no hay constancia documental del mismo. Al anularse el monopolio colombino obtuvo permiso (capitulación de 6 de junio de 1499) para realizar un viaje descubridor. Armó cuatro naves con ayuda de su sobrino Arias Pérez Pinzón y partió de Palos en diciembre siguiente con los pilotos Juan Quintero y Juan de Umbría, que habían participado en el primer viaje.
Llegó a Cabo Verde y singló luego hacia el suroeste, pasó el ecuador y alcanzó un cabo de la costa brasileña hacia el 20 de enero de 1500. Lo bautizó como Santa María de la Consolación, que seguramente era el actual San Agustín. Desde allí subió por la costa y descubrió las bocas del Amazonas, del Orinoco o río del Mar Dulce y la zona sur de la península de Paria; luego se dirigió a la isla Española, donde arribó el 23 de julio de 1500. Completó su periplo en Lucayas, donde recogió una carga de esclavos y palos tintóreos, y llegó a España el 30 de septiembre de 1500.
Aunque el viaje es rigurosamente histórico, existe controversia sobre su llegada a Brasil, y algunos autores portugueses defienden que dicho territorio no fue descubierto hasta que lo alcanzó Álvarez de Cabral en abril del año 1500. Sea como fuere, Fernando el Católico otorgó a Vicente Yáñez en 1501 la gobernación de la costa que había hallado, que iba desde el Cabo de Santa María de la Consolación hasta la desembocadura del Orinoco. El 8 de octubre de 1501 fue armado caballero por el monarca en la torre de Comares de la Alhambra de Granada. Pinzón no pudo ir a su gobernación y pasó luego a la isla Española. Tampoco pudo cumplir una capitulación para colonizar Puerto Rico, isla de la que fue nombrado corregidor.
En 1508 fue llamado por el Rey para participar en la Junta de Burgos. El marino se encontraba entonces en la Corte, donde enseñó las cartas de navegar al Príncipe. En Burgos se reunió con Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio para participar en la Junta que decidió enviar una expedición a Centroamérica para descubrir un canal o paso interoceánico que permitiera llegar a las islas de la Especiería.
Vicente Yáñez y Solís fueron escogidos para dirigirla, como se estableció en la capitulación del 23 de marzo de 1508. En ella se consignó que el objetivo buscado era seguir "la navegación para descubrir aquel canal o mar abierto que principalmente vais a buscar e que yo quiero que se busque". La expedición, compuesta de una nao y una carabela, salió de Sevilla en junio del mismo año.
Tras cruzar el Atlántico, se dirigió a América Central, guiada por el piloto Pedro de Ledesma, que había ido con Colón en el cuarto viaje. Debió de llegar a Costa Rica, desde donde costeó por Nicaragua hasta alcanzar el Golfo Dulce o la culata del Golfo de Honduras (entre Honduras y Belice), y luego por la costa oriental yucateca hasta los 23º 5' 0'' (Cabo Catoche). No encontraron el estrecho y regresaron a España en octubre de 1509. La corona se incautó de los rescates y mandó procesar a Solís, figura que más tarde sería reivindicada. En cuanto a Vicente Yáñez, fue nombrado Piloto Mayor de la Casa de la Contratación.
A partir de entonces se pierde el rastro documental del gran marino. Quizá murió en alguna otra expedición cinco años después, como se desprende de una alusión en el otorgamiento de blasón a sus descendientes, o simplemente murió en España en el más completo anonimato.

Augusto Monterroso

(Tegucigalpa, Honduras, 1921 - Ciudad de México, 2003) Escritor guatemalteco, uno de los autores latinoamericanos más reconocidos a nivel internacional. Aunque nacido en Honduras, Augusto Monterroso era hijo de padre guatemalteco y optó por esta nacionalidad al llegar a su mayoría de edad. Participó en la lucha popular que derrocó a la dictadura de Jorge Ubico y posteriormente hubo de exiliarse. Con un paréntesis en Guatemala y algún destino diplomático, vivió desde 1944 en México, donde trabajó en la UNAM y, como traductor, en el Fondo de Cultura Económica.

Augusto Monterroso
De formación autodidacta, desde muy joven alternó la lectura de los clásicos de las lenguas española e inglesa con trabajos que le servían para contribuir al sostenimiento de su familia. Fue cofundador de la revista literaria Acento y se le ubica como integrante de la Generación del 40. Escritor de fama internacional, mereció importantes galardones y reconocimientos, como el premio nacional de cuento Saker-Ti (Guatemala, 1952), el premio de literatura Magda Donato (México, 1970), el Xavier Villaurrutia (México, 1975), la Orden del Águila Azteca (México, 1988), el premio literario del Instituto Ítalo-Latinoamericano (Roma, 1993), el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1997), el Príncipe de Asturias (España, 2000) y el Juan Rulfo (México, 2000).
Su producción narrativa incide fundamentalmente en el análisis de la naturaleza humana desde una óptica irónica. La literatura de Augusto Monterroso, sin embargo, es difícilmente clasificable: textos breves en general, de género impreciso, en la frontera del relato y la fábula, del ensayo y el aforismo, escritos con sentido del humor y de la sorpresa. Innovador y renovador de los géneros tradicionales, específicamente de la fábula, se reconoce su importancia por el cambio que introduce en la literatura guatemalteca del siglo XX: brevedad e ironía. Sus relatos denotan una brillante imaginación resuelta en sutilezas. La paradoja y el humor fino, apoyados en una enorme capacidad de observación y plasmados en una prosa de singular precisión, denotan una fantasía exuberante y una extraordinaria concisión.
Una gran variedad de temas se aúnan bajo una misma visión de la vida: irónica, amarga y tierna al mismo tiempo. Sus libros breves, escuetos y casi perfectos, dan un ejemplo singular de coherencia vocacional que es, como el propio autor, difícil y huidiza, crítica y autocrítica, tímida y osada, ya que los caracteriza una manera muy especial de observar y transmitir la realidad. Traducida a varios idiomas, la obra de Augusto Monterroso incluye títulos como El concierto y el eclipse (1947), Uno de cada tres y El centenario (1952), Obras completas y otros cuentos (1959), La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1969), Animales y hombres (1971), Antología personal (1975), Lo demás es silencio (1978), Las ilusiones perdidas (1985), Esa fauna (1992) o La vaca (1998).
Una aproximación directa a su persona ofrece la colección de entrevistas Viaje al centro de la fábula (1981); en 1993 publicó Los buscadores de oro, libro de memorias. En algunos de sus últimos libros se acrecienta el carácter misceláneo de su obra: La palabra mágica (1983) y La letra e (1986). Monterroso es uno de los máximos escritores hispanoamericanos y uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea. Gabriel García Márquez, refiriéndose a La oveja negra y demás fábulas, escribió: "Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad".

Porfirio Barba Jacob

(Seudónimo de Miguel Ángel Osorio Benítez; Santa Rosa de Osos, 1883 - México, 1942) Poeta y periodista colombiano polémico e influyente, cuya obra suele clasificarse dentro de un modernismo ecléctico. En su primera juventud fue un sencillo maestro de escuela rural en Antioquia, donde fundó la campesina Escuela de la Iniciación. A los 23 años, habiéndose trasladado de Antioquia a Barranquilla, comenzó a publicar sus primeros poemas, entre ellos la Parábola del retorno, muy conocida en Colombia. Después, con algunos amigos trovadores colombianos, se trasladó a México.

Porfirio Barba Jacob
Comienza así una vida de incesante recorrido por varios países de América, siempre alternando su tarea de periodista con su vocación de poeta. Establecido en Monterrey, fundó en esa ciudad la Revista Contemporánea y fue jefe de redacción del periódico El Espectador. Por sus ataques al régimen de Porfirio Díaz pasó seis meses en la cárcel, de la cual fue sacado por los revolucionarios. Posteriormente colaboró en México capital con El imparcial y El independiente, así como en la revista El Porvenir. De México se vio obligado a huir al publicar el reportaje periodístico titulado "El combate de la ciudadela narrado por un extranjero", que relata los sucesos que siguieron al asesinato del ex presidente Francisco Madero.
Pasó entonces a Guatemala en 1914, donde dejó honda huella literaria. Ese año su amigo el poeta y cuentista guatemalteco Rafael Arévalo escribió su mejor cuento, titulado El hombre que parecía un caballo, relato que se refiere a Barba-Jacob y que, al mismo tiempo que dio notoriedad al autor, señaló el inicio del forjamiento de la leyenda del poeta colombiano. También de Guatemala tuvo que huir, dejando a medio publicar su obra Tierras de Canaán.
En 1915 viaja por segunda vez a Cuba (ya había visitado la isla en su primer viaje hacia México), donde compone sus poemas Canción innominadaElegía de septiembreLamentación de octubreSoberbia y Canción de la vida profunda, que es su poema más célebre. Tras pasar algunos meses en Nueva York, se trasladó a Honduras, donde fundó el diario Ideas y Noticias en un pueblito del norte, La Ceiba. De Honduras pasó a El Salvador el 7 de junio de 1917, día en que ocurrió el terremoto que destruyó la ciudad. Porfirio Barba Jacob escribió como homenaje su folleto El terremoto de San Salvador, narración de un sobreviviente. Regresado a Monterrey, fundó el periódico El Porvenir, que llegaría a convertirse en un gran diario del norte de México.
En 1920 se encontraba de nuevo en México capital, escribiendo crónicas espantosas y sensacionalistas, como la serie de cinco reportajes titulada Los fenómenos espíritas en el palacio de la Nunciatura. Los relatos se desarrollaban en el palacio que había sido destinado para residencia del Nuncio. El gobierno prohibió la entrada del representante papal, por lo cual el edificio quedó vacío y se convirtió más bien en sede de las orgías del poeta colombiano, quien, entre otros excesos y extravagancias, se dedicaba por aquel entonces al consumo y exaltación de la marihuana. En esta época escribió poemas como "El son del viento", "Balada de la loca alegría", "Canción de la soledad" y otros.
Durante el año 1921 dirigió la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, adonde fue a visitarlo el escritor español Ramón del Valle-Inclán. Tuvo que dejar ese cargo debido a sus escándalos. El año siguiente fue expulsado igualmente de México a causa de las diatribas lanzadas contra el gobierno de turno. Volvió de nuevo a Guatemala, y logró hacer del periódico El Imparcial el más importante de toda Centroamérica. Viéndose expulsado de este país y luego también de El Salvador, se disfrazó de cura y se dedicó a la predicación a lo largo de las plantaciones bananeras de Honduras.
En 1925 regresó por tercera vez a Cuba, donde simpatizó con los fundadores del partido comunista, pero un año más tarde estaba dirigiendo el periódico La Prensa de Lima. Caído en desgracia ante el gobierno de Perú, después de vagar largo tiempo en ambientes de miseria, el embajador de Colombia lo repatrió a su país. Habían transcurrido 20 años desde su salida. Durante tres años recorrió diversos pueblos y ciudades de Colombia dando recitales de sus poemas. También se desempeñó como jefe de redacción de El Espectador de Bogotá. Más tarde viajó de nuevo a Cuba, donde se encontró con el poeta español Federico García Lorca.
Finalmente, en 1930 se le abrieron de nuevo las puertas de México, y allí publicó durante varios años, en el periódico Excélsior, su columna "Perifonemas", en una prosa magistral, no igualada por ningún otro periodista contemporáneo de América. Lastimosamente, sus artículos no han sido recogidos en un volumen. Por otra parte, el propio Barba Jacob no estimaba mucho su producción, dado que entendía su profesión de periodista como una mera forma de ganarse la vida. Nunca se preocupó de publicar sus propios versos, pues jamás se sentía satisfecho con sus escritos, sino que los pulía continuamente, pero sus poemas aparecieron en las más prestigiosas revistas del continente.
Todavía en vida del poeta, sus amigos le publicaron tres recopilaciones: Rosas negras (1932, en Guatemala), Canciones y elegías (1933, en México) y La canción de la vida profunda y otros poemas (1937, en Manizales). Una cuarta recopilación fue publicada póstumamente en una imprenta oficial, con el título Poemas intemporales (1944). Murió en Ciudad de México consumido por la marihuana, el alcohol, la tuberculosis y la miseria.
El conjunto de su obra muestra un estilo modernista anacrónico, lleno de palabras altisonantes, pero con un ritmo emocionado, angustioso, sincero y pasional. Influido por Baudelaire, tiene más vida interior que imaginación, y temperamento más romántico que modernista; se acerca unas veces a la belleza formal de Rubén Darío, a la delicadeza de Amado Nervo, al vigor de José Santos Chocano y al sentido trágico de José Asunción Silva, en una agitación lírica menos irregular que su vida misma; fue indudablemente un gran poeta.

John Negroponte

(Londres, 1939) Diplomático estadounidense que ha ocupado diversos cargos relevantes en la administración de George W. Bush. John Dimitri Negroponte nació en Londres el 21 de julio de 1939. Hijo de un rico armador griego, emigró con su familia a Estados Unidos cuando todavía era un niño. Se licenció en la Universidad de Yale y muy pronto entró en el servicio diplomático estadounidense.
En 1960, con sólo veinte años, se le encargó la primera misión en Hong Kong. Destinado a la ciudad vietnamita de Saigón (actual Hô Chi Minh), donde aprendió rápidamente el idioma, fue incluido por el secretario de Estado, Henry Kissinger, en la delegación que entre 1968 y 1969 negoció en París con Vietnam para intentar alcanzar un acuerdo de paz. Desde 1971 estuvo al frente del Consejo de Seguridad Nacional en Vietnam, bajo la supervisión directa de Kissinger, cargo que abandonó en 1973 al entender que se habían otorgado demasiadas concesiones.

John Negroponte
Durante la década de 1970 ejerció de embajador en Ecuador (1973-1975) y Grecia (1975-1977), antes de regresar a Estados Unidos como ayudante del secretario de Estado. Posteriormente realizaría funciones de asesoramiento en temas relacionados con Asia, fruto de su pasado en Vietnam.
Con la experiencia adquirida durante los años anteriores en países de varios continentes, Negroponte ya era considerado un diplomático al que se le podían dar misiones importantes y un cierto poder. Fue entonces cuando vivió su etapa diplomática más oscura -que marcaría toda su carrera posterior-, en América Latina, bajo la presidencia de Ronald Reagan y dentro del contexto de la lucha anticomunista.
Su papel en Honduras
En noviembre de 1981 fue nombrado embajador en Honduras, país que en aquel momento tenía un papel estratégico para Estados Unidos, preocupado por la evolución del sandinismo en Nicaragua, que había conseguido alcanzar el poder en 1979. Estados Unidos contaba en Honduras -un pequeño país de menos de cuatro millones de habitantes- con 400 funcionarios, la tercera embajada más numerosa de América Latina, lo que incrementaba las sospechas sobre la supuesta formación técnica de personal estadounidense a grupos paramilitares.
Honduras era un país amigo, apoyado económica y militarmente, donde el embajador estadounidense tenía una gran influencia. Negroponte estuvo al frente de la embajada durante casi cuatro años y estaba considerado, junto al general y jefe de las Fuerzas Armadas Gustavo Álvarez y el presidente hondureño, Roberto Suazo Córdoba, como la persona con más poder en el país. El embajador estadounidense tenía su propia explicación sobre el origen de la violencia en la zona: “La causa principal de la violencia, el terrorismo y la guerrilla la podemos encontrar en las cartillas revolucionarias de Lenin y no en los deplorables estados de pobreza y miseria”.
Aunque oficialmente se negó cualquier implicación y conocimiento en la “guerra sucia” contra el régimen sandinista y con los escuadrones de la muerte que operaban en Honduras, siempre planeó la duda sobre la ignorancia de Negroponte respecto a las violaciones de derechos humanos, reconocidas posteriormente por el propio Gobierno hondureño. Un reportaje periodístico ganador del premio Pulitzer publicado en 1995 en The Baltimore Sun concluía que tanto la embajada estadounidense como la CIA debían tener conocimiento de los asesinatos y torturas del batallón 316, grupo surgido durante su época de embajador.
Negroponte siguió negando cualquier conocimiento sobre el tema. El Senado estadounidense llegó a interrogarlo sobre su supuesta participación en la desaparición de informes sobre violaciones de derechos humanos, pero no se pudo demostrar nada. Sin embargo, la sospecha nunca le abandonaría.
Al regresar a Estados Unidos, ocupó los cargos de ayudante del secretario de Estado y ayudante adjunto de Seguridad Nacional, bajo las órdenes de Colin Powell, para quien desde entonces se convertiría en hombre de confianza. Volvió a ser nombrado embajador, en este caso en México en 1989, donde mostró un talante negociador que permitió la ratificación en 1993 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que incluía a Estados Unidos, Canadá y México. Ese mismo año fue enviado a Filipinas, donde estuvo al frente de la embajada hasta 1996. Después de negociar la retirada de las tropas estadounidenses de Panamá, en 1997 decidió retirarse del servicio diplomático.
Embajador ante la ONU
En 1997-2001 trabajó en la empresa privada (fue vicepresidente de la editorial McGraw-Hill), pero volvió al sector público, a propuesta de Colin Powell, para ser el embajador ante la ONU. Su oscuro pasado en Honduras, del que se iban conociendo detalles, abrió una polémica sobre su idoneidad para ocupar el cargo, por lo que su nombramiento se fue retrasando, e incluso en alguna sesión fue atacado abiertamente. Él siguió defendiéndose: “No creo que hubiera escuadrones de la muerte en Honduras”. Los atentados del 11 de septiembre acallaron cualquier discrepancia. Una semana después del ataque terrorista, era nombrado embajador ante la ONU.
En su nuevo cargo, fue la voz de Estados Unidos ante las Naciones Unidas en el difícil periodo de preguerra con Iraq. En 2002 y 2003 presionó al organismo internacional para que se mostrara más firme ante Iraq en el proceso de desarme, aunque defendió la labor de los inspectores y de Hans Blix hasta que la diplomacia se rompió. Entonces se esforzó por convencer al Consejo de Seguridad para que aprobara una resolución definitiva que permitiera el uso de la fuerza. A pesar de que ésta no se dio en los términos deseados, apoyó la decisión del presidente Bush de invadir el país en febrero de 2003 y se mantuvo firme en esa postura durante las reuniones posteriores en el seno de la ONU.
Diplomacia en Iraq
A mediados de 2004, una vez finalizada la etapa de Paul Bremer (administrador nombrado por Estados Unidos) en Iraq, fue elegido para ocupar el puesto de primer embajador tras la caída de Sadam Hussein de Estados Unidos en aquel país, en una situación delicada, debido a los continuos atentados de la insurgencia y a las dudas existentes en la comunidad internacional sobre el verdadero poder del Gobierno provisional iraquí. “Es un hombre de gran experiencia y habilidad. Por eso me siento muy a gusto al pedirle que cumpla con esta difícil tarea”, dijo Bush cuando lo presentó como el nuevo embajador.
Su principal función en esta etapa fue colaborar con el Gobierno iraquí en la preparación de las elecciones que se celebraron en enero de 2005. En general, hubo satisfacción por el proceso electoral y por el trabajo realizado por la embajada.
En febrero de 2005 George W. Bush, lo designó director de la Inteligencia Nacional, cargo creado con la misión de coordinar las 15 agencias de espionaje existentes en el país. La Comisión del 11-S, que investigó los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, había desvelado la descoordinación existente entre los diversos organismos encargados de la seguridad en Estados Unidos. Ante las recomendaciones de la comisión y la presión popular, el presidente decidió crear este nuevo cargo que coordinara todas las agencias de espionaje, entre las cuales se encuentran la CIA, el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad.
Dado su perfil, hubo división de opiniones cuando se supo la decisión de Bush de escoger a Negroponte para ponerse al frente de los servicios de espionaje estadounidenses. Algunos lo entendieron como la opción más adecuada, por su capacidad para superar las situaciones difíciles: Honduras, ONU, Iraq… Pero también hubo quien opinaba que se trataba de un perfil demasiado burocrático y diplomático para un puesto que necesitaba de alguien capaz de tomar decisiones radicales. Desde su nuevo cargo, Negroponte debe transmitir diariamente al presidente estadounidense la información secreta más importante, una selección de todos los informes recogidos por las diversas agencias.
Además del inglés, Negroponte habla cuatro idiomas -francés, español, griego y vietnamita-, está casado con una profesora británica de historia y tiene cinco hijos, todos adoptados durante su estancia en Honduras.