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sábado, 15 de agosto de 2020

Herodoto

(Herodoto o Heródoto; Halicarnaso, c. 484 a.C. - Turios?, c. 426 a.C.) Historiador griego, el primero del mundo occidental.

Busto de Herodoto
En los nueve libros que componen su obra, titulada Historias, Herodoto narró detalladamente el decurso de las Guerras Médicas (Grecia frente al todopoderoso Imperio persa), que terminaron con la victoria de los griegos sobre Darío el Grande y su hijo Jerjes. Aunque un sentido moral y religioso orienta su relato, en el que se intercalan frecuentes excursos descriptivos y etnográficos sobre los pueblos bárbaros, ya la misma Antigüedad supo apreciar la novedad y el valor de su obra, y otorgó a Herodoto el título de padre de la historia.
Biografía
Herodoto nació en Halicarnaso (actualmente Bodrum, pequeña ciudad turca del Asia Menor) en fecha incierta, probablemente hacia el año 484 antes de Cristo. La colonia dórica de Halicarnaso se hallaba por aquel entonces bajo dominio persa y era gobernada por el tirano Ligdamis; los padres de Herodoto eran, por consiguiente, súbditos del Imperio persa, pero en sus venas corría sangre griega, y de hecho es probable que la familia perteneciese a la aristocracia de Halicarnaso.
Cuando todavía era un niño, y con motivo de una revuelta contra Ligdamis en la que murió Paniasis, tío o primo del futuro historiador, la familia de Herodoto hubo de abandonar su patria y dirigirse a Samos. Allí pudo Herodoto tener un contacto más estrecho con el mundo cultural jonio. Según la tradición, fue en Samos donde aprendió el dialecto jónico en el que redactó su obra; pero los investigadores modernos han comprobado que este dialecto era empleado también comúnmente en Halicarnaso.
Es casi seguro que, poco antes del 454 a.C., Herodoto regresó a Halicarnaso para participar en el derrocamiento de Ligdamis (454 a.C.), hijo de Artemisia, representante de la tiranía caria que dominaba en aquella época la vida política de la colonia. La siguiente fecha conocida con certeza de la biografía de Herodoto es la de la fundación, en el 444-443 a.C., de la colonia de Turios, junto a las ruinas de Síbaris. No se sabe si Herodoto formó parte de la primera expedición fundadora (que dirigió Pericles), pero sí que obtuvo la ciudadanía de la colonia.
Algunos de sus biógrafos informan de que, entre esos diez años que median entre la caída de Ligdamis y su llegada a Turios (454-444), Herodoto realizó viajes por varias ciudades griegas, en las que ofrecía lecturas de sus obras; incluso se dice que recibió diez talentos por una lectura ofrecida en Atenas, dato que hoy parece bastante improbable, aunque manifiesta la buena acogida que tuvo Herodoto en la ciudad.
Su estancia en la Atenas de Pericles le permitió contemplar el gran momento político y cultural que vivía la ciudad: en Atenas, Herodoto pudo conocer a Protágoras, abanderado de la revolución de la sofística, y a Sófocles, el gran poeta trágico que tanto influiría en su obra histórica. También en la época previa a la fundación de Turios Herodoto hizo aquellos viajes de los que nos habla en su obra: se sabe que estuvo en Egipto durante cuatro meses y que, después, fue a Fenicia y Mesopotamia. Otro de sus viajes le llevó al país de los escitas.
Todos estos viajes estuvieron inspirados por el deseo de aumentar sus conocimientos y de saciar sus ansias de saber, acicates constantes del pensamiento de Herodoto. Éste aparece a través de su obra como un hombre curioso, observador y siempre dispuesto a escuchar, cualidades que combinaba con una gran formación enciclopédica y erudita. Sus peregrinaciones continuarían después de establecerse en Turios, donde residió al menos unos cuantos años, si bien se sabe muy poco acerca de esta última etapa de su vida.
La parodia que realizó Aristófanes de la obra de Herodoto permite suponer que ésta era ya conocida en torno al año 425 a.C. Los últimos acontecimientos mencionados en las Historias de Herodoto acerca de Grecia se refieren al año 430 a.C.; se piensa que el historiador falleció en Turios entre los años 426 y 421 a.C.
Las Historias de Herodoto
La obra por la que Herodoto de Halicarnaso mereció el sobrenombre de padre de la historia no recibió de él ni el título ni la división; la división actual, en nueve libros, cada uno de los cuales aparece bajo la denominación de una musa, procede de los eruditos alejandrinos. Los cinco primeros libros describen los aspectos de fondo de las Guerras Médicas; los cuatro últimos contienen la historia de la guerra, que culmina con el relato de la invasión de Grecia por el rey persa Jerjes, y las grandes victorias griegas de Salamina, Platea y Micala.
Las Guerras Médicas y sus preliminares son, pues, el tema de esta primera gran historia narrativa de la Antigüedad. Pero si se renuncia a la simplificación, hay que advertir que la crónica de Herodoto, múltiple y compleja, es difícil de resumir: su finalidad y sus narraciones son varias y muy diferentes entre sí, por lo que, en un primer momento, cuesta ver el principio unificador de tan diversos materiales.

Herodoto
Para reunirlos, Herodoto recurrió a sus muchos viajes a lo largo del mundo conocido; de ellos extrajo sus fuentes de información y sus datos: unas veces, Herodoto recoge aquello que ha visto con sus propios ojos; otras, lo que le han contado; otras muchas, el resultado de sus pesquisas e indagaciones tras contrastar las tradiciones orales recibidas con los restos arqueológicos y monumentos o tras recurrir a los sacerdotes y estudiosos de los lugares visitados. Así, por ejemplo, su investigación sobre el mito de Hércules le llevó hasta Fenicia. Llama la atención ver cómo Herodoto va engarzando estos elementos tan distintos entre sí y cómo, en ocasiones, los recoge aun cuando, en su opinión, no son fiables: "Mi deber es informar de todo lo que se dice, pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente" (lib. 7, 152).
Ya desde el comienzo de la obra, el propio Herodoto anuncia que su cometido es narrar los sucesos y hazañas de los hombres y, más en concreto, la guerra entre bárbaros y griegos. El núcleo central del relato es, ciertamente, la narración de las Guerras Médicas, aquellas que enfrentaron a Oriente con Occidente, pero ello da pie a Herodoto a insertar a lo largo de su obra numerosas digresiones. Éstas permitían a su público acercarse a esos países extraños y alejados, que estaban relacionados en mayor o menor medida con los persas. De esa manera, su narración no es unitaria, sino que se rompe siguiendo un principio asociativo, según el cual los distintos países y regiones aparecen en el momento en que se relacionan de algún modo con los persas.
Sin embargo, si bien estas digresiones son especialmente frecuentes en los primeros libros de la obra, se observa que disminuyen en la parte central de la misma, aquella en la que se narra el enfrentamiento entre Grecia y Persia. Se inicia entonces un relato bastante más escueto y objetivo, con un análisis e investigación mucho más detenida de los datos. Se descubre de este modo en la obra de Herodoto una gran multitud de estilos en dependencia directa con sus fuentes: para su descripción de países exóticos, Herodoto tuvo que recurrir a sus viajes y a informaciones de segunda mano, bien orales o bien escritas (como los relatos de otros logógrafos); por el contrario, para narrar la guerra, centro de su relato, Herodoto dispuso de documentos más accesibles y fiables sobre esos acontecimientos. Herodoto aúna así las dotes de un gran narrador y las de un historiador (esto es, investigador) en su intento de dilucidar la verdad a través de la maraña de sus múltiples fuentes.
De la etnografía a la historia
Esta heterogeneidad de materiales ha permitido aventurar hipótesis sobre la génesis de la obra. Así, las características internas y externas de los estudios dedicados a los diversos pueblos que sucesivamente fueron sometidos por los persas se explicarían con la premisa de que debieron originalmente coordinarse en una descripción etnográfica e histórica del imperio persa, y que no se convirtieron en parte de la obra hasta que, en el desarrollo de la narración, Herodoto se vio arrastrado por el apasionante interés que para él y para sus lectores tenía el conflicto militar con Grecia.
Después de compuestos, estos pasajes fueron incorporados al programa narrativo de las Historias con varios aditamentos: algunos fueron situados en el lugar por completo adecuado, según la crónica de la expansión persa (como el referente a los atenienses en Egipto, que tanto interés encerraba para él); otros, como el que se refiere a los lidios, fueron cambiados de sitio según las exigencias del nuevo tema; otros, finalmente (y así sabemos que sucedió con uno sobre los asirios) fueron suprimidos. Es bastante seguro, pues, que cierto número de pasajes, concebidos originariamente como lógoi o relatos independientes y destinados a la lectura ante un auditorio, fueron sometidos con posterioridad al plan historiográfico de la obra.

Herodoto
Tal explicación de la génesis de la obra de Herodoto da idea de su principal originalidad, ya que nos permite comprender cómo el autor fue pasando de la especulación teológica y de la curiosidad de los compiladores de noticias geográficas y etnográficas a la investigación de los hechos humanos averiguables mediante una tradición digna de fe. Antes de él, los escritores en prosa, que fueron denominados logógrafos, se habían preocupado meramente de investigar y sistematizar, siguiendo el ejemplo de la poesía épica, los míticos relatos de los orígenes divinos y humanos en genealogías y crónicas, y de recoger noticias sobre los sucesivos descubrimientos geográficos.
Naturalmente, Herodoto se halla todavía muy cerca de los logógrafos, tanto por su estilo fácil y fluido de narrador como por su lengua (escribe todavía en dialecto jónico), y también por su mentalidad. Si, en realidad, concede escasa importancia a la mitología, la concede muy grande, en cambio, a las noticias geográficas y etnográficas, sacando provecho de sus múltiples viajes. Sobre todo, sus intereses en el terreno de la geografía y la etnografía se orientan hacia todo cuanto le resultaba extraño y maravilloso, y sus descripciones, en sustancia, son un índice de las curiosidades recogidas, directamente o de oídas, sobre pueblos y países. Y como le atrae el detalle concreto y pintoresco, sin sutilizar demasiado sobre la importancia de los hechos referidos o sobre su credibilidad, su obra tiene a veces el encanto de una fábula.
A pesar de los rasgos arcaicos de su historia, su método era ya decididamente crítico: supo relativizar las noticias que le llegaban sobre Egipto o distinguir los acontecimientos de los que él mismo había sido testigo (autopsía) de aquellos que le fueron contados o que había conocido por tradición oral. De hecho, el término historia deriva de un vocablo griego, ístôr, que designaba al que relata algo que ha visto personalmente, aquello de lo que ha sido testigo. No por ello está exento de subjetividad (se han hallado huellas, incluso, de la enseñanza sofística), pero sólo en raras ocasiones se permite dar su opinión, y prefiere que el lector juzgue por sí mismo.
Herodoto comete también errores, y graves, por mera precipitación o por ignorancia; pero las tentativas repetidamente hechas para demostrar una mala fe han fracasado. Incluso en la historia humana busca lo maravilloso: los grandes fenómenos políticos, sociales y económicos encierran para él escaso interés. Los acontecimientos registrados en un reino se diluyen frecuentemente en la biografía anecdótica del rey o de los principales personajes; las causas primeras de los grandes acontecimientos, que, sin duda, no ignoró Herodoto, quedan relegadas tras las causas secundarias o personales. También en los hechos más importantes, como la batalla de Salamina o la de Platea, desbordan los detalles acerca de aventuras individuales, de heroísmos, astucias y frases memorables, que casi hacen olvidar la visión de conjunto.
La perspectiva ética y religiosa
La filosofía de la historia de Herodoto tiene sus raíces en las ideas morales y religiosas del viejo mundo jónico. La expansión imperialista persa termina con una catástrofe porque así lo desean los dioses, envidiosos de la excesiva prosperidad humana; ninguna fuerza del mundo, ningún suceso, podía salvar a los hombres, que habían incurrido en la envidia de los dioses; tal es su moral, semejante a la de las tragedias de Esquilo.
Herodoto es un espíritu religioso arcaico, e impone a su historia un esquema de hybris o desmesura (Jerjes desafiando los condicionamientos de la naturaleza al tender un puente de barcas entre Oriente y Occidente, o atreviéndose a azotar el mar) que se hace merecedora de un castigo, de una némesis o redistribución por parte de los dioses, que restablecen una situación equitativa. Los dioses desempeñan aún un papel importante en la narración de Herodoto, en la medida en que son envidiosos de la fortuna humana, sumamente frágil e inestable, como se desprende de la historia de Creso y Solón en el libro I.
Políticamente destaca su repulsa de las tiranías griegas y su inequívoca toma de partido por la libertad, que hizo posible aquella autodisciplina libremente querida que posibilitó la victoria de los griegos frente al despotismo oriental. En cuanto a su posible parcialidad, se observa que Herodoto expresa con frecuencia una cálida simpatía hacia los griegos en general y los atenienses en particular, engendrada probablemente durante el período en que residió en la Atenas de Pericles, y exalta la superioridad ética de las libertades cívicas griegas y el heroísmo que su cultivo permitía a sus ciudadanos; pero con la misma frecuencia admira la cultura de los pueblos que él reúne bajo el calificativo de bárbaros, y así exalta el poder persa, las grandes figuras de sus reyes o los admirables hechos de sus soldados.
La crónica de Herodoto se cierra precisamente con un elogio, por cierto bellísimo, de los persas (que prefirieron ser pobres, dominando a los demás, que vivir en la comodidad, pero sirviendo a otros), elogio que guarda semejanza con el tributado a los héroes de Maratón ("En Grecia, la pobreza fue siempre congénita, pero con el valor, con el buen sentido, con la fuerza de las leyes, los griegos combatieron no sólo la pobreza, sino también la sumisión al extranjero"), detalle que parece poco adecuado para terminar una historia de griegos y persas escrita por un griego. Pero todo lo que era grande atraía la simpatía de Herodoto, que con su arte aparentemente ingenuo sabe comunicarla al lector.
Su influencia
A pesar del enorme éxito obtenido por Herodoto, pronto comenzaron las críticas por parte de los historiadores posteriores, que le acusaban de ser poco riguroso con los datos. Uno de sus primeros críticos fue Tucídides, quien se refiere a su método como algo efímero y válido sólo para un instante, es decir, apto únicamente para la lectura y el disfrute.
Lo cierto es que Herodoto se convirtió en una fuente inexcusable para todos los historiadores del mundo antiguo, que poco a poco fueron rectificando algunas de sus informaciones sobre países lejanos y exóticos. Con el helenismo, la obra de Herodoto adquirió una mayor relevancia gracias al carácter un tanto novelesco de algunos relatos (algo muy del gusto de la época); un célebre estudioso alejandrino, Aristarco de Samotracia, realizó un comentario de sus obras. Así, la obra de Herodoto fue siempre, como se ha dicho, un punto de referencia, bien como modelo consciente o simplemente como anti-modelo.
También los romanos se rindieron ante la figura de Herodoto; fue Cicerón quien lo llamó "el padre de la historia". Muchos historiadores romanos se sirvieron de él como fuente, y abundan las citas sacadas de las Historias. Durante la Edad Media, período en que la lengua griega se convirtió en un verdadero arcano, Herodoto dejó de leerse, aunque de una manera indirecta, gracias a los historiadores latinos, se conocieron algunas de las anécdotas insertas en sus relatos. Su estrella volvió a brillar gracias a los logros del humanismo: fue Lorenzo Valla el primero que se atrevió a traducir su obra al latín, y, ya a comienzos del siglo XVI (en 1520), salió de las prensas de Aldo Manuzio la primera edición de sus Historias, con lo que el texto original de Herodoto entró de nuevo al caudal de la erudición de los siglos siguientes.

Esopo

(S.VI a.C.) Escritor griego. Uno de los más antiguos géneros de la literatura universal es la fábula, un tipo de relato breve protagonizado por animales personificados cuya finalidad didáctica se explicita en una moraleja final. La Grecia clásica atribuyó a Esopo la invención de este género, igual que asignó a Homero la paternidad de la épica.

Esopo
Hasta muchos siglos después no se dudó de la existencia efectiva de ambos, señalando además la perfecta antítesis entre las dos figuras: Homero como cantor de las gestas de los héroes, Esopo como retratista de la plebe, de las debilidades humanas bajo aspecto de animales. En ambos casos, numerosas ciudades se disputaron el honor de ser su cuna.
Biografía
Pocos datos seguros existen sobre la biografía de Esopo, y ya en la época clásica el personaje real se vio rodeado de elementos legendarios, quedando definitivamente cubierto por la ficción y la fantasía cuanto pudo tener de histórico. Ello no ha de llevar forzosamente a refutar su existencia, ya que un historiador de tanto crédito como Herodoto lo describe como un esclavo de un ciudadano de Samos que había vivido en la centuria anterior.
Según una tradición muy difundida, Esopo nació en Frigia, aunque hay quien lo hace originario de Tracia, Samos, Egipto o Sardes. Sobre él circuló una gran cantidad de anécdotas e incluso descripciones sobre su físico que se hallan recogidas en la Vida de Esopo, publicada en el siglo XIV al frente de una recopilación de sus fábulas preparada por el monje benedictino Máximo Planudes.
Así, se cuenta que Esopo fue esclavo de un tal Xanto o Janto de Samos, que le dio la libertad. Debido a su gran reputación por su talento para el apólogo, Creso lo llamó a su corte, lo colmó de favores y lo envió después a Delfos para consultar el oráculo y para ofrecer sacrificios en su nombre y distribuir recompensas entre los habitantes de aquella ciudad. Irritado por los fraudes y la codicia de aquel pueblo de sacerdotes, Esopo les dirigió sus sarcasmos y, limitándose a ofrecer a los dioses los sacrificios mandados por Creso, devolvió a este príncipe las riquezas destinadas a los habitantes de Delfos.
Éstos, para vengarse, escondieron entre el equipaje de Esopo una copa de oro consagrada a Apolo, le acusaron de robo sacrílego y le precipitaron desde lo alto de la roca Hiampa. Posteriormente se arrepintieron, y ofrecieron satisfacciones y una indemnización a los descendientes de Esopo que se presentaran a exigirla; el que acudió fue un rico comerciante de Samos, descendiente de aquel a quien Esopo había pertenecido cuando era esclavo. De todo este relato parece histórico que Esopo fue un esclavo y que viajó mucho con su amo, el filósofo Janto; también se concede bastante credibilidad al episodio de su muerte.
Las Fábulas de Esopo
Por la mención que hace de ellas el historiador Herodoto, se sabe que las Fábulas de Esopo eran muy populares en la Grecia clásica, afirmación atestiguada también por Platón y Aristófanes. Conocer a Esopo nunca fue un privilegio de letrados: además de divulgarse oralmente, sus fábulas se utilizaban como primer libro de lectura en las escuelas. La recopilación más antigua conocida es la que hizo en el siglo IV a.C. el retórico Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto, que reunía alrededor de quinientas fábulas y que no ha llegado hasta nosotros.
Las colecciones que se conservan completas son de épocas muy posteriores: la Collectio Augustana, presumiblemente del siglo I o II d. C., la Collectio Vinobenensis, compuesta por relatos un tanto más coloridos, aunque con un estilo algo descuidado, y una refundición de las dos anteriores, la Collectio Accursiana (1479 o 1480), que fue durante mucho tiempo la recopilación más difundida. Escritas en el lenguaje de su época, y lejos por lo tanto de los textos originales de la era clásica, estas colecciones contienen un núcleo primitivo esópico aumentado después y notablemente transformado en el decurso de los siglos.

El león y el ratón (ilustración de Gustave Doré)
El género de la fábula quedó ya definido por Esopo al dotar a la mayoría de sus cuentos de una serie de características constantes. Las fábulas de Esopo son breves narraciones compuestas en un estilo sencillo y claro (como el habla del pueblo al que se dirigen), que tienen habitualmente como protagonistas a animales personificados, es decir, dotados de la capacidad de pensar y hablar, y cuya finalidad es transmitir una enseñanza moral práctica y elemental. Precedentes de esta forma literaria se encuentran en Hesíodo, que presenta el ejemplo más antiguo con su relato del azor y el ruiseñor en Los trabajos y los días, y en la lírica de Arquíloco, con los relatos del zorro y el mono.
La fábula esópica tiene como tema predominante las relaciones e interacciones sociales entre los seres humanos, que son descritas desde una visión irónica del mundo y de las estructuras de poder. Una de las fábulas más breves dice: "Una zorra miraba con desprecio a una leona porque nunca había parido más de un cachorro. Sólo uno, respondió la leona, pero un león". La enseñanza contenida en estas breves piezas es una moral común y popular: la prudencia y la moderación son las virtudes supremas; son estimadas la fidelidad, el agradecimiento, el amor al trabajo. Pese a ello, no queda en absoluto desprestigiada, por ejemplo, la astucia que sabe aprovecharse de la estupidez ajena. No se expresa, pues, una ética rígida, sino una moral pragmática y popular, presidida por el sentido común.
Los animales encarnan determinadas cualidades o actitudes frente a la vida; tales atributos pueden ser negativos o positivos, y en función de ello se verán castigados o recompensados en el desenlace de relato. Dichas cualidades se atribuyen a los animales siguiendo una tipología que permanecería inalterada entre los seguidores e imitadores que desarrollaron el género: la zorra es la encarnación de la astucia; el lobo, de la maldad; la hormiga, de la previsión; el león, de la majestuosidad. De este modo, a través del comportamiento de los animales, las virtudes y defectos del ser humano son viva y eficazmente puestos de relieve ante el lector. Hay que advertir que, aunque esta sea la tónica general, en algunas de las fábulas intervienen también seres humanos o divinidades.
Del desenlace de la historia se desprende, como ya se ha indicado, la enseñanza moral: el desenlace premia o castiga a los animales protagonistas en función de si poseen una cualidad positiva o negativa. Pese a ello, y para que no quede duda alguna, se añade después del relato una moraleja explícita en forma de frase sentenciosa.
Véase, por ejemplo, El perro y la carne: "Junto a un río de manso curso y cristalinas aguas, caminaba cierto perro ladrón con un hermoso pedazo de carne entre los dientes. De pronto, se vio retratado en el agua. Y como viera que otro compañero suyo llevaba también en la boca un buen trozo de carne, quiso apoderarse de él. Soltó la carne, que desapareció en el río, y contempló, espantado, que se quedaba sin el bocado verdadero y sin el falso". Es obvio que la historia previene contra la codicia, defecto por el que el perro ha sido castigado, pero igualmente se añade la moraleja sentenciosa: "Así siempre sucede al codicioso, que pierde lo propio queriendo apoderarse de lo ajeno."
Cinco siglos después de Esopo, una colección latina versificada del siglo I d.C. hecha por Fedro, un esclavo liberado por el emperador romano Augusto, incluyó fábulas inventadas por el propio autor junto con otras esópicas tradicionales, reelaboradas con mucha gracia y que influyeron en la manera adoptada por escritores posteriores. Similar alcance tuvieron en el siglo II d. C. las fábulas griegas en verso de Babrio, y durante la Edad Media las de Esopo tuvieron una extraordinaria aceptación. En el siglo XVIII, con el auge del Neoclasicismo, el género pareció vivir una edad de oro de la mano de autores tan prestigiosos como el francés La Fontaine. En lengua castellana alcanzaron gran fama en la misma época las fábulas de Félix Samaniego y Tomás de Iriarte.

Babrio

(Valerius Babrius, también llamado Babrias; siglos II o III d.J.C.) Fabulista griego. Se conoce muy poco de este poeta griego, cuyo nombre, posible metátesis de la denominación latina más conocida Barbius, revela un origen itálico. También sus fábulas manifiestan la influencia de la cultura, la lengua y la métrica latinas, aunque en ocasiones el contenido resulte oriental (Arabia con sus camellos) y respire un clima siríaco. Cabe por lo tanto deducir que Babrio, hijo de una familia itálica establecida en Oriente, no debió de conocer Italia y vivió probablemente en Siria.
Tampoco se sabe con certeza en qué época vivió. Por un lado, en el Alejandro que Babrio menciona en sus fábulas ha querido reconocerse a Alejandro Severo (208-235), mientras que, por otra parte, la difusión que su obra tuvo en las escuelas a partir de los primeros años del siglo III induce a situar al autor en el siglo II.
Conocemos la obra de Babrio por un códice del Monte Athos, mutilado y lleno de lagunas, que presenta sus fábulas en orden alfabético según la letra inicial y contiene apenas unos dos tercios de la colección primitiva; algunas otras de estas fábulas nos han llegado por medio de otras fuentes. El códice, titulado Fábulas esópicas en yambos, incluye 123 fábulas en coliambos (trímetros yámbicos, escazontes).
Babrio tomó su material no sólo de alguna colección de fábulas de Esopo, tal como indica el título y el primero de los dos prólogos, sino también de otras fuentes, especialmente poéticas, y en parte de tradiciones orientales. Cada fábula tiene como máximo unos treinta versos, y a menudo son más breves; excepcional por su longitud es la del león enfermo y la zorra. Entre fábula y fábula a menudo aparecen consideraciones en prosa.
El narrador algunas veces no está falto de vigor en la reelaboración de un material ya casi todo conocido, y la versificación es, a veces, cuidada y agradable. El interés de su obra es hoy sobre todo histórico y filológico; pero en las escuelas de la época grecorromana y en el medievo bizantino, las fábulas de Babrio alcanzaron grandísimo éxito como libro de instrucción y educación moral.