El 23 de marzo de 1766 el pueblo de Madrid inició una revuelta violenta en la plaza de Antón Martín que, si bien iba dirigida contra el marqués de Esquilache y su norma para dictar la ropa que podían o no podían usar los madrileños, era el resultado de un descontento popular acumulado tras años de hambrunas, sequías y subidas de impuestos.
Carlos III de Borbón asumió la corona de España en 1759, tras la muerte sin descendencia de su hermano Fernando VI, y desde un principio intentó llevar a cabo en el país profundas reformas que lo acercasen a la situación de otros países europeos. El padre del despotismo ilustrado en España, conocido popularmente como “el mejor alcalde de Madrid” basó su gobierno en ministros extranjeros que él tenía en alta estima pero que el pueblo rechazaba en general. La década de los 60 del siglo XVIII trajo malas cosechas y hambrunas severas que la constante subida de impuestos y el alza de los precios no ayudaban a paliar, haciendo que el pueblo llano se viera al borde del precipicio mientras que la nobleza y la burguesía seguían en su palacios de cristal sin ser conscientes de la tormenta que se les venía encima.
El 20 de marzo de 1766 el marqués de Esquilache, secretario de Hacienda, emitió una nueva norma que prohibía a los madrileños portar sombreros de ala ancha que tapasen el rostro y capas largas bajo las que pudieran ocultarse armas. La medida fue rechazada por los madrileños y, tal vez por intentar controlar algo tan personal como la forma de vestir, fue tomada como la gota que colmaba un vaso que llevaba mucho tiempo rebosando. Los sublevados fueron reuniéndose por toda la ciudad, provocando destrozos en el mobiliario público y saqueando el palacio de Esquilache, a quien culpaban de todos los males que les afectaban. El marqués, por su parte, había conseguido refugiarse en el palacio Real junto a Carlos III.
Cuando la multitud rodeó el palacio exigiendo la cabeza de Esquilache un sacerdote, el padre Cuenca decidió ejercer de intermediario y transmitió al rey las exigencias de los protestantes entre las que se encontraban el destierro de Esquilache, la destitución de todos los ministros extranjeros, la bajada de los precios de alimentos de primera necesidad como el pan (que había doblado su precio en los últimos años) y el levantamiento de la prohibición de llevar sombrero de ala ancha y capa larga. Carlos III aceptó pero, temiendo que esto no calmara a la plebe, decidió huir a Aranjuez.
La situación se resolvió el 26 de marzo cuando el rey volvió a Madrid, reafirmó la aceptación de las medidas y publicó un indulto real para los alborotadores. La gente volvió a sus casas gritando “¡Viva el rey!
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