El 18 de julio de 1936 un grupo de militares rebeldes encabezados por Mola, Franco y Queipo de Llano dieron un golpe de Estado militar contra el gobierno de la Segunda República. La división de la sociedad y el ejército ante esta situación daría lugar al estallido de la Guerra Civil española.
El ruido de sables no era algo nuevo en España. Los conspiradores llevaban meses orquestando la sublevación y los historiadores coinciden en que fue el asesinato de José Calvo Sotelo, personalidad destacada de la derecha y líder de Renovación Española, lo que empujó a los generales a adelantar sus movimientos. En realidad, el golpe de Estado comenzó en la noche del día 17 en Melilla, donde los regulares se declararon contrarios al gobierno de la República y tomaron el control de las guarniciones pero fue el día 18 cuando la intentona golpista llegó a la península con el levantamiento de los cuarteles en ciudades como Sevilla, Valladolid, Burgos o Pamplona. Ya en estos primeros momentos se ve una descoordinación importante y dudas en los cuerpos armados del país, lo que hace que muchas ciudades no se sumen a la sublevación o que esta encuentre suficiente oposición como para fracasar.
El gobierno de la República recibe las primeras informaciones que confirman sus temores y toma las medidas que tenía preparadas para la ocasión, pues sabía que llevaba tiempo gestándose una conspiración contra él. Su primera medida fue emitir un comunicado a los cuarteles de todo el país alertando de la sublevación y pidiendo que se respetara el juramento de fidelidad hacia la República. Esto fue seguido de un apagón informativo tras alertar a la población de que se había sofocado “un nuevo intento criminal contra la República”, con el fin de que la población permaneciera en calma y los militares golpistas no pudieran transmitir sus mensajes.
Desde ese momento el caos tomó las calles de todo el país. Se producen los primeros enfrentamientos entre golpistas y fuerzas de la Guardia de Asalto leales a la República, se planea el bombardeo de Melilla y se forma un gobierno de emergencia nacional que sea capaz de controlar la situación mientras los sindicatos convocan huelgas generales en las localidades que se hayan adherido al golpe y las masas populares piden ser armadas. Los militares sublevados toman el control de algunas ciudades y defienden sus posiciones en otras que se disputan con las tropas leales a la República. Para el día siguiente la situación es clara: ni el golpe ha triunfado ni el gobierno ha sido capaz de sofocarlo. La guerra civil se convirtió en el único camino posible.
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