Juana de Arco nació alrededor de 1412 en Domrémy-la-Pucelle, un pueblo situado en la frontera entre Lorena y Francia. Creció escuchando las leyendas de los santos locales de Lorena y los informes de las continuas derrotas francesas a manos de los ingleses.
A los treces años, Juana, empezó a oír una voz de Dios que le decía que debía proteger a Carlos, el rey sin coronar de Valois. La conocida como Doncella de Orléans sintió que estaba llamada a expulsar a los ingleses de Francia, decidió mantenerse virgen y empezó a prepararse para el papel de consejera profética del rey, un tipo de mística femenina común en la Edad Media tardía. En algún momento de estos años, la voz se convirtió en tres voces, que más tarde identificó como las de las santas Catalina de Alejandría y Margarita de Antioquía, ambas conocidas por su heroica virginidad, y el arcángel Miguel, protector de la familia real francesa.
Juana creía que solo ella podía salvar Francia y se identificó con unas profecías acerca de una virgen que salvaría el país. Además, anunció con precisión una derrota gala el día en que tuvo lugar a 150 millas de distancia. El capitán de la guarnición de la cercana ciudad de Vaucouleurs planteó si los poderes de Juana realmente procedían de Dios, como ella aseguraba, o del diablo. Sin embargo, le dio armas, una escolta y Juana y sus compañeras atravesaron territorio enemigo y llegaron a la corte del delfín en Chinon a finales de febrero de 1429.
La fuerte creencia de Juana de que solo ella podía salvar a Francia impresionó a Carlos, a su astrónomo y a algunos nobles. Pese a ello, pidieron un examen de herejía por parte de los teólogos de Poitiers, que la declararon buena cristiana, y un examen físico por parte de tres matronas, que certificaron que era realmente virgen. Para una mujer a punto de intentar el "milagro" de derrotar a los ingleses, la virginidad añadió un aura de poder casi mágico.
Juana se unió al ejército que marchaba en defensa de Orléans, asediada por los ingleses. Su presencia atrajo voluntarios y levantó la moral. Cargando en medio de la batalla, Juana fue herida y se convirtió en la heroína del día. Con Orléans asegurada, Juana aconsejó con impaciencia al ejército que siguiera adelante. Pueblo tras pueblo a lo largo del Loira cayeron, otros ofrecieron su lealtad sin batalla. A finales de julio, el delfín podría ser coronado Carlos VII en Reims, con Juana a su lado.
Pero los días de gloria de Juana fueron breves. Impulsada por sus voces, desobedeció al rey y continuó luchando. Su ataque a París fracasó, y otras tantas aventuras fracasaron. En mayo de 1430, Juana fue capturada en una escaramuza en las afueras de Compiègne. Ni Carlos ni nadie de su corte hicieron el mínimo intento por rescatarla.
Decididos a desacreditar a Juana como hereje y bruja, los ingleses la entregaron a un tribunal de la Inquisición. Atendido por más de cien clérigos franceses a sueldo de los ingleses, el juicio de Juana en Rouen duró del 21 de febrero al 28 de mayo de 1431. Bajo el procedimiento inquisitivo, ella no podía tener un abogado o llamar a testigos. Como laica, no tenía ninguna orden religiosa que la representara, ni tampoco había conseguido el apoyo de un sacerdote.
Finalmente, el 31 de mayo de 1431 Juana fue quemada en la hoguera acusada de hereje.
En 1450, debido a su inquietud por deber su corona a una hereje, Carlos impulsó una investigación sobre el juicio, que condujo a un minucioso análisis papal. Aunque el veredicto de 1431 fue revocado en 1456, los principales cargos contra Juana no fueron aclarados. A pesar de esta ambigüedad, la memoria de Juana recibió una atención continua del pueblo francés a lo largo de los siglos.
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