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lunes, 20 de abril de 2020

San Ambrosio

(Tréveris, hacia 340 - Milán, 397) Padre y doctor de la Iglesia Católica. Junto con San Jerónimo de Estridón y San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán conforma el grupo de Padres de la Iglesia que constituyen la «edad de oro» de la patrística. Fue funcionario del Imperio romano, gobernador de Liguria y Emilia (370) y arzobispo de Milán. Recibió el bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y se dedicó al estudio de la teología y de las humanidades; su obras tienen un marcado carácter pastoral. Creó nuevas formas litúrgicas, promovió el culto a las reliquias en Occidente y convirtió y bautizó a San Agustín. Su festividad se celebra el 7 de diciembre.

San Ambrosio
De familia cristiana que se vanagloriaba de tener entre sus miembros a la virgen y mártir Sotera, Ambrosio pasó su juventud, después de la muerte de su padre, en Roma, en un ambiente saturado de ideal cristiano, y vio a su hermana Marcelina hacer profesión de virginidad ante el papa Liberio. Asistió con su hermano mayor Sátiro a los cursos de gramática y retórica y fue al principio encaminado a la carrera forense, de la cual pasó, gracias a Sexto Petronio, a la administrativa, sobresaliendo en ella inmediatamente por sus dotes, hasta el punto de ser enviado como consularis a gobernar las provincias de Liguria y Emilia.
Hacia el 370 se estableció en Milán, donde se granjeó la estimación y afecto de todos en una situación difícil, no sólo por las luchas entre paganos y cristianos, sino por las divisiones en el seno del cristianismo entre los ortodoxos y los seguidores de Arrio, que postulaban una naturaleza creada y finita para Jesucristo. A la muerte del obispo arriano Ausencio, las dificultades para la elección de sucesor fueron resueltas con el nombramiento de Ambrosio, que de esta manera pasó de magistrado a obispo. Fue ordenado el 7 de diciembre del 374, ocho días después de haber recibido el bautismo, retardado según el uso de entonces, a pesar de que Ambrosio era de familia cristiana.
Repartida su hacienda entera entre la Iglesia y los pobres, San Ambrosio se entregó totalmente al ejercicio de su alta misión. Y en el cuidado de su grey, así como en la defensa de la Iglesia contra los paganos y los herejes, demostró una energía, una voluntad y un valor insospechables en su débil constitución física. Luchó contra los paganos para impedir la restauración de sus cultos idolátricos; es famosa su disputa con Símaco, que quería restablecer en el Senado el Ara de la Victoria (384).

San Ambrosio y San Agustín (óleo de Pedro Berruguete)
Escribió contra los arrianos De la encarnación del Señor, y desarrolló, a través de concilios y con una densa red de relaciones con otros obispos, una acción tendente a truncar su actividad desintegradora; cuando un decreto de Valentiniano III ordenó que se entregaran a los herejes algunas basílicas católicas, San Ambrosio se opuso con firmeza, apoyado por el pueblo, que ocupó los edificios disputados (386).
Por una lucha u otra, San Ambrosio de Milán hubo de entrar al fin en relación con los emperadores, cerca de los cuales, desde Valentiniano I hasta Teodosio I el Grande, supo ejercer decisiva influencia; dedicó al joven emperador Graciano dos obras teológicas: De la fe y Del Espíritu Santo. Con él se fueron elaborando los principios fundamentales para regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado, después de la situación creada por Constantino.
A su celo pastoral se debe la mayor parte de sus obras, que son, por lo general, predicaciones, revisadas y publicadas. Así, el famoso Hexamerón, las exégesis sobre figuras del Antiguo Testamento o sobre el Evangelio de San Lucas, los escritos morales Los deberes de los ministros de Dios, los escritos ascéticos como el De las vírgenes y los dogmáticos De los misterios y De los Sacramentos. San Ambrosio de Milán dejó, además, noventa y una cartas y algunos himnos incluidos en el Breviario.
Su incansable actividad, su ilimitada disponibilidad para cuantos necesitaban de él, causaron admiración en hombres como Agustín de Hipona, quien recibió de él un gran apoyo en su conversión; pero tal ardor apostólico acabó consumiéndolo. Su cuerpo se conserva en la basílica ambrosiana, juntamente con los de los mártires Gervasio y Protasio, encontrados por él.

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