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miércoles, 22 de abril de 2020

Julio César (Comentarios a la guerra de las Galias)

Julio César compuso esta obra después de la conquista de las Galias (a fines del año 52 o en el 51 antes de Cristo) para dar una relación de sus empresas y, a la vez, justificar su política frente a quienes en Roma le acusaban de haberse ensañado contra pueblos inofensivos por apetito de gloria.
Cada uno de sus siete libros comprende los sucesos de un año a partir del 58 a. de C. El relato de este periodo comienza cuando la trasmigración de los helvecios desde su país hacia el sur, en busca de nuevas tierras, provoca la guerra. César, que tenía el gobierno de la Galia Narbonense (la actual Provenza), después de infructuosas negociaciones, les cierra el paso con las armas, aniquilando una parte de su ejército sobre el Arar (el Saóne) y la otra parte entre el Arar y el Liger (el Loire). De los 368.000 que habían partido, sólo 110.000 regresan a sus tierras.
Luego son los germanos los que, al mando de Ariovisto, cruzan el Rin, someten a los secuanos y a los eduos, y amenazan la provincia romana. Una vez más fracasan las negociaciones y César les hace frente con las armas, si bien los legionarios están aterrorizados por la fama de invencibles de que gozan los combatientes enemigos. Las palabras de César, que declara estar dispuesto a luchar con sólo la décima legión, que le permanece fiel, levantan el ánimo de los romanos: en Vesontio (Besançon), el enemigo es duramente castigado y rechazado más allá el Rin (Libro I).
En el año 57, un nuevo peligro amenaza, debido a la sublevación urdida por los belgas. Pero César, prevenido, acude con dos nuevas legiones y aplasta a cuantos rehúsan rendirse: memorables son las victorias del Axona (Aisne) de Bibrax y del Sabis (Sambre) donde hace estragos entre los nervos, los más fieros guerreros de los belgas; de 60.000 armados sobreviven 500 (Libro II). Luego le toca el turno a la población de Bretaña, entre la que sobresalen los vénetos; ignorantes de los éxitos de los romanos, se atreven a ofender a sus embajadores y a asumir actitudes amenazadoras. César, para sacarlos de las asperezas y riscos de la costa atlántica, donde tienen su asiento seguro, adapta su genio y sus pertrechos a la guerra marítima, y con una flota construida en Provenza con la técnica de las construcciones navales apropiadas al Mediterráneo, logra, a fuerza de ingeniosos ardides, batir a la armada enemiga, mucho mejor experimentada para soportar los caprichos del Atlántico. A fines de la estación, somete a los morinos y a los menapios, en la moderna Flandes (Libro III).

Las campañas de la guerra de las Galias
Durante la primavera del 55, usipetes y teucterios de Germania invaden el norte de las Galias. César los vence; pero, como de costumbre, no se resigna a una posición puramente defensiva, y pasa el Rin por un puente, construido sólo en diez días, que es una obra maestra de ingeniería. El enemigo permanece oculto, y César, después de algunas devastaciones, vuelve a las Galias. Visto que los britanos habían prestado apoyo muchas veces a los rebeldes contra Roma, le pareció conveniente ir a castigarles en su propia isla, de todos desconocida, incluso de los galos: al mismo tiempo, podrá conocer a estos pueblos misteriosos, destinados a vivir en los confines del imperio. Pero la expedición no tiene mucho éxito debido a la ineptitud de la flota romana para dominar las iras del Atlántico (Libro IV).
Por este motivo, al siguiente invierno, César manda construir una nueva flota con arreglo a unos planos por él mismo ideados; y en el año 54, con 800 naves y cinco legiones, se traslada de nuevo a Britania, donde, después de varios combates, somete a los catavelaunos y a los trinovantes, remontándose hasta el norte del Támesis. A su regreso a las Galias, se ve forzado a sofocar los primeros síntomas de la rebelión que ha de estallar más tarde (Libro V). Las operaciones, dirigidas con gran energía en el año siguiente (simultaneadas con una nueva expedición transrenana contra los suevos) no logran conjurar la unánime sublevación de los galos, suscitada en el 52 y dirigida por Vercingetórix, rey de los arvernos.
César, llegado rápidamente de Italia en pleno invierno, destruye Cenabum (Orléans) y Avaricum (Bourges) pero es rechazado de Gergovia, capital de Vercingetórix en las proximidades de Clermont-Ferrand. Hasta los leales eduos se sublevan y los ejércitos romanos se hallan en grave trance. Pero al fin, Vercingetórix se deja inducir a batalla en condiciones desfavorables. Derrotado, se encierra en Alesia (Alise St. Reine, en Borgoña). Después de construir excelentes fortificaciones, de las que se han conservado restos, César le asedia y le obliga a rendirse por hambre, tras de haber derrotado a un gran ejército procedente de todas las Galias (Libros VI-VIII). Las operaciones del año 51, de carácter esencialmente policiaco, no son narradas por César; la obra fue continuada por Aulo Hircio, general de César, en un octavo libro de notable valía.
Muchas personalidades de la milicia y de la política, griegos y romanos, habían escrito antes de César su propia apología en libros de memorias (que tal es el significado de la palabra comentarios), pero de esta abundante literatura sólo se han salvado los escritos de César, debido probablemente a su extraordinaria importancia. Como el título indica, César no pretendió, aparentemente, escribir una historia de sus hazañas: para los antiguos una historia de esa índole debía presentarse ataviada con las galas de la retórica. Más bien quiso proporcionar a otros el material para escribirla.
Por esto el relato de César es pobre de ornatos, fríamente objetivo, con todas las apariencias de un documento oficial. De este modo, César logra la finalidad que se propone, que es convencer al lector de su veracidad, ya que la indiferencia del historiador frente a los hechos ahuyenta la desconfianza. César habla, en efecto, de sí mismo en tercera persona, y en su desinterés parece dominar los hechos desde gran altura, dando así aquella impresión de desapasionada serenidad que tanto cautiva al lector. Mas esta aparente frialdad es fruto de un férreo dominio de sus propios sentimientos, natural en un romano y en un patricio; de esta suerte, sus frases sencillas, al parecer exentas de toda emoción, cuando ésta, en realidad, se halla soberbiamente refrenada, tienen una eficacia evocadora y emotiva muy superior a toda declamación.
César no derrocha ni una sola palabra para ensalzar la cruel grandeza de sus victorias o la importancia decisiva de un acontecimiento; con la misma imperturbable simplicidad expone las colosales cifras de enemigos muertos, menciona los actos de heroísmo de sus soldado, o habla de la rendición de Vercingetórix, que le había de dar el dominio de las Galias. Con esa misma simplicidad relatará la llegada de la noticia de la muerte de Pompeyo, que le dará el dominio del mundo, en los Comentarios sobre la guerra civil.
El estilo es perfectamente apropiado, compuesto límpido, exento de todo refinamiento o forma insólita o rebuscada, excelencia formal tanto más notable por cuanto sabemos que la obra fue escrita rápidamente, de un tirón, tomando por base recuerdos personales, apuntes y documentos oficiales. Se comprende que Cicerón reconociera en seguida que César, bajo la apariencia de ofrecer a los demás el material para escribir sus gestas, en realidad había quitado a cualquiera el deseo de medirse con él.

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