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miércoles, 22 de abril de 2020

Julio César (Comentarios a la guerra civil)

En los últimos meses de su vida, Julio César se propuso narrar, como anteriormente había hecho con la conquista de las Galias, la guerra civil. Su propósito era demostrar cómo se había visto forzado por sus adversarios a recurrir a las armas, ya que, al desposeerle de todo poder, dejaban su dignidad y su vida expuestas a la venganza de los privados. La obra debía comprender también las guerras de Egipto, Asia, África y España, o sea, narrar el triunfo íntegro de César. Mas su muerte prematura dejó la obra interrumpida, y el escrito comprende sólo los sucesos de dos años, el 49 y el 48, seguramente distribuidos en dos libros; la actual distribución en tres es posterior. Es probable también que César quisiese unir esta obra con los Comentarios a la guerra de las Galias, que concluían en el año 52, llenando el vacío después de haber escrito la historia de los sucesos recientes, para él mucho más importantes.
Sin ningún tipo de preámbulo, César empieza los Comentarios sobre la guerra civil relatando la reunión del Senado que, el primero de enero del año 49, acordó dar a César la orden de licenciar a su ejército. Las negociaciones sucesivas demostraron la mala fe de sus adversarios. César, después de exhortar a los soldados a que defendieran el honor del general que les habla conducido a pacificar las Galias y la Germania, avanza sobre Rímini, dispuesto todavía a llegar a un acuerdo. Pero Pompeyo sólo procura ganar tiempo, y César prosigue sus operaciones, mientras sus fuerzas, integradas en un principio por una sola legión, se ven engrosadas por la llegada de otras legiones y por la rendición de fuerzas enemigas que tenían la misión de detener su avance.
Su benignidad para con los vencidos le atrae las simpatías de todos, soldados y paisanos: una tras otra las ciudades van pasándose sucesivamente a su bando, mientras él se dirige hacia Brindisi, donde Pompeyo ha concentrado el grueso de su ejército con la intención de pasar a Grecia. César no logra impedírselo, y la falta de naves le impide seguirle. Pero, por el momento, lo más importante para él es asegurarse el Occidente; y, después de mandar tropas a Cerdeña, Sicilia y África y de una breve estancia en Roma, parte hacia la Galia, donde deja un lugarteniente para sitiar a Marsella, y se dirige apresuradamente hacia España, a enfrentarse con los generales de Pompeyo y sus siete legiones. No es cosa fácil batir a tan gran ejército: César lo vence después de varios contratiempos, cercándolo junto a Ilerda (Lérida) al norte del Ebro (Libro I). Más tarde capitula también el último ejército pompeyano, compuesto de dos legiones. Marsella, después de heroica resistencia, se rinde. En todas partes, César se adueña, con su clemencia, del corazón de los vencidos. Finalmente puede regresar a Roma, donde asume el título de dictador para el nuevo año.
Dueño y señor de Occidente, puede ahora pensar en Pompeyo, no sin antes tener que lamentar la derrota y la muerte en África de su legado Curión frente a pompeyanos y númidas (Libro II). Infatigable, en diciembre se halla ya en Brindisi y a primeros de enero, a pesar de que sus tropas se hallan cansadas y diezmadas por las marchas sin precedentes y las batallas, y a pesar de tener una flota insuficiente, con siete legiones pasa el mar y toma por sorpresa Orico y Apolonia, pero no Dirraquión, donde Pompeyo le aguarda prevenido. Aquí, los ejércitos se enfrentan desde lejos: el enemigo, dueño del mar, rehuye el combate. Y cuando en marzo Marco Antonio logra transportar otras cinco legiones y los nuevos intentos de inducir a Pompeyo a la lucha fracasan con gran derramamiento de sangre, César se dirige hacia Oriente. Pompeyo le sigue y, por fin, acepta el combate, arrastrado por la vanidad de los nobles que le rodean: César refiere con sutil ironía cómo éstos, en lugar de pensar en el modo de vencer, discutían sobre lo que habría que hacer después de la victoria. La cual fue, por el contrario, de César: cerca de Farsalia, en Tesalia, el ejército de Pompeyo fue aniquilado.

César, Marco Antonio y Calpurnia en la magistral
película de Joseph L. Mankiewicz (1953)
La descripción de la gran batalla, de extraordinario realismo, está entreverada de consideraciones y juicios sobre la táctica de Pompeyo, de inestimable valor bajo el punto de vista militar. Pero si César no ahorra sus críticas al general, tampoco escatima sus elogios a los soldados, cuyo inútil sacrificio aparece más conmovedor cuando refiere las mañas con que los oficiales habían procurado hacer cómoda su vida de campaña. Y la crítica de César se agudiza al hablar de estos cobardes que habían provocado la guerra y rehuían los sufrimientos que acarreaba.
Después de la victoria, César se lanza en persecución de Pompeyo, que se había refugiado en Chipre y luego en Egipto, donde esperaba encontrar protección del rey Ptolomeo Aulete. Pero éste se halla en guerra con su hermana Cleopatra y prefiere granjearse el favor de César vencedor: con traidora perfidia, manda asesinar a Pompeyo. Pero César, a pesar de las escasas huestes con que había llegado y de la hostilidad con que le recibió la población, no duda en imponer a ambos soberanos el cese de las hostilidades y en obligarlos a que sometan a él toda controversia. La insubordinación de los generales egipcios origina la llamada guerra alejandrina (Libro III).
La continuación de las operaciones fue narrada por continuadores de César. A Aulo Hircio, general de César, se le atribuye con cierta base la Guerra Alejandrina, que contiene, además del fin de la guerra con Aulete (el rey fue muerto y sustituido en el trono por su hermano menor y por la célebre Cleopatra), la campaña asiática contra Farnaces, rey del Ponto, arrollado en Zela después de sólo cinco días de operaciones: de aquí envió César a Roma el célebre mensaje: "Veni, vidi, vici". El estilo y la información de Hircio son buenos. Estimable es también la Guerra Africana, sobre la guerra africana del año 46, que terminó con la victoria de Thapso: el autor, desconocido, pudo haber sido un oficial cesariano. La última victoria de César, habida en Munda el año 45 contra los hijos de Pompeyo refugiados en España, está narrada en De la Guerra Española, también anónimo. La obrita, incompleta, está escrita en un estilo mediocre y confuso, y su información es muy deficiente.
Asinio Polión decía acerca de los Comentarios de César que estaban escritos con poco amor a la verdad: probablemente el juicio se refería a los Comentarios sobre la guerra civil. Pero este aserto ha parecido infundado hasta a la crítica más severa. En el mismo estilo adoptado para la narración de la guerra de las Galias, César, que habla de sí mismo en tercera persona, pone al lector ante los hechos, dejando que éstos hablen por sí mismos. Naturalmente, no deja escapar la ocasión, al exponer los motivos de la guerra, de poner de relieve la ilegalidad de los manejos de sus adversarios. Pero el examen de los precedentes históricos y el análisis de las intenciones de Pompeyo son tan justos y libres de todo tono apologético, que no podemos dejar de aceptarlos.
En cuanto a los hechos, si bien las fuentes paralelas son abundantes, no se ha logrado descubrir que César los hubiera alterado de ninguna manera. En realidad, él no había querido la guerra: este genio militar fue uno de los pocos conquistadores que empuñaron las armas sólo por necesidad. Lo demuestran, en esta misma obra, no tanto la narración de los antecedentes inmediatos a la guerra como sus sentimientos para con los inocentes que se veían envueltos en el torbellino de las armas. Para sus soldados, rendidos por las fatigas de marchas increíbles, diezmados por los combates, faltos de todo, César expresa a menudo, en breves anotaciones, su conmovida simpatía. Pero ésta se dirige también hacia sus vencidos adversarios, cuyo trágico valor reconoce. Nadie más que César podía revelar con tanta simplicidad este aspecto de la grandeza cesárea: en este punto, ni la crítica más maliciosa ha podido manchar el valor del testimonio de los Comentarios.

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