(Kilton, Illinois, 1911 - Los Ángeles, 2004) Cuadragésimo presidente de los Estados Unidos de América (1981-1989). Tras una breve experiencia en la radio, fue actor profesional de cine, interviniendo en múltiples películas de Hollywood entre 1937 y 1964. Nunca llegó a ser una gran estrella, pero adquirió cierta notoriedad como presidente del sindicato de actores en la época de la caza de brujas de Joseph McCarthy (1947-54). Su trabajo posterior como presentador de televisión le proporcionó la popularidad que le faltaba para dar el salto a la política, integrándose en el Partido Republicano y alineándose con su corriente más conservadora (1962).
Ronald Reagan
Dotado de un gran carisma para el electorado americano, Reagan fue elegido gobernador del Estado de California en 1966 (y reelegido en 1970). Con su prestigio intacto después de dos mandatos, decidió no presentarse a otra reelección para luchar por la nominación a la presidencia tras la caída de Nixon (1974). Habría de esperar para conseguirlo, pues en 1976 el partido prefirió presentar al presidente saliente (y ex vicepresidente de Nixon) Gerald Ford; Ford perdió las elecciones presidenciales frente a los demócratas, quedando abierto el camino para Reagan en la siguiente convocatoria.
Ronald Reagan ganó holgadamente las elecciones presidenciales de 1980, apelando al orgullo nacional americano después de la supuesta debilidad que se le achacaba a la administración de Jimmy Carter; se trataba de recuperar la confianza de los americanos en sus valores tradicionales, seriamente dañada por la Guerra de Vietnam (1969-74) y por el caso Watergate (1973). La capacidad de Reagan para la comunicación (relacionada con su experiencia de actor) le permitió encarnar las aspiraciones de liderazgo fuerte que albergaba el americano medio, proporcionándole una reelección sin complicaciones en 1984, a pesar de su avanzada edad.
Durante su presidencia (1981-1989) impulsó un programa de revolución conservadora que entroncaba bien con los vientos reaccionarios que alentaban el gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido y el pontificado de Juan Pablo II en la Iglesia católica. Consistía en una política económica neoliberal a ultranza, acompañada de un rearme militar y una política exterior más agresiva, que permitieran relanzar la cruzada contra el comunismo en el mundo.
Financió y armó a los grupos contrarrevolucionarios de Centroamérica hasta forzar la caída del régimen sandinista en Nicaragua. Ordenó intervenciones militares en defensa de los intereses americanos en Granada (1983) y Libia (1986). Reforzó los vínculos con los aliados de la OTAN, de los cuales obtuvo apoyo para desplegar nuevos misiles de alcance medio en Europa (los euromisiles). E impulsó un salto cualitativo en la carrera de armamentos con su Iniciativa de Defensa Estratégica (o Guerra de las Galaxias), orientada a desarrollar nuevas armas que garantizaran la superioridad tecnológica occidental en un eventual conflicto nuclear con la Unión Soviética.
Aquel programa de rearme fue el detonante del colapso de la URSS, pues su estancamiento económico le impedía seguir el ritmo impuesto por Reagan en la carrera de armamentos: obligó a la URSS a firmar acuerdos de desarme nuclear y a abandonar Afganistán (1988), lo que equivalía a renunciar a seguir desempeñando un papel de gran potencia. En consecuencia, comenzó el proceso de desintegración del régimen soviético bajo Gorbachov, que arrastró el hundimiento del comunismo a escala mundial, con lo que los más ambiciosos sueños anticomunistas de Reagan se vieron colmados.
Al lado de ese éxito, la opinión pública americana consideró menores otros fracasos, como los cosechados al intentar doblegar al régimen integrista islámico de Irán (al cual el gobierno norteamericano llegó incluso a vender armas en secreto para financiar ilegalmente a la guerrilla contrarrevolucionaria de Nicaragua, evitando el control del Congreso, donde tenía mayoría la oposición demócrata).
En política económica el balance fue menos brillante, pues si bien hubo un cierto crecimiento en los primeros años (impulsado por una política ultraliberal con altos costes sociales), el déficit presupuestario no dejó de crecer y obligó a mantener tipos de interés altos que acabaron pesando sobre la economía real. A pesar de las dificultades económicas del final de su segundo mandato, Reagan mantenía popularidad suficiente como para optar a un tercero si esa posibilidad no estuviera prohibida por la ley; el prestigio de su administración facilitó la elección de su vicepresidente, George H. Bush, en las presidenciales de 1988. Reagan se retiró de la política en 1989, manifestándose poco después sus graves problemas de salud (enfermedad de Alzheimer), que probablemente se habían iniciado ya durante el mandato presidencial.
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