Miguel Hidalgo y Costilla, nombre corto por el cual se conoce a Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor (Hacienda de Corralejo, 8 de mayo de 1753 – Chihuahua, 30 de julio de 1811), también denominado El Cura Hidalgo. Fue un sacerdote y militar nacido en el Virreinato de Nueva España (hoy México) en el cual impulsa el movimiento independentista contra el Imperio Español mediante el denominado Grito de Dolores, siendo una figura destacada de la primera etapa de la Guerra de Independencia de México. Fue capturado y fusilado el 30 de julio de 1811 antes de ver libre su nación del yugo español, pero su pensamiento fue continuado por sus seguidores y en 1821 Agustín de Iturbide pasó a dominar todo el país y México logró su independencia de España.
Tras el establecimiento en 1823 de la República Mexicana, Miguel Hidalgo fue reconocido como Padre de la Patria. El Estado de Hidalgo lleva su nombre y la ciudad de Dolores pasó a llamarse Dolores Hidalgo en su honor. El 16 de septiembre, día en que proclamó el alzamiento, se celebra en México el Día de la Independencia. Sus restos reposan en la Columna de la Independencia, en la Ciudad de México.
En 1773 se graduó como bachiller en filosofía y teología, y obtuvo por oposición una cátedra en el mismo Colegio de San Nicolás. Allí fue catedrático de teología, filosofía y moral. Durante los años siguientes realizó una brillante carrera académica que culminaría en 1790, cuando fue nombrado rector del Colegio de San Nicolás. En aquella misma institución tendría como alumno a un joven despejado y voluntarioso, a un discípulo ejemplar que lo sucedería no tanto en sus ensueños intelectuales como en sus correrías políticas, y en particular en la epopeya de liberar a los indígenas de la secular y despótica opresión de los colonizadores: José María Morelos.
Durante su etapa como profesor se dedicó con ahínco al estudio de las teorías liberales que revolucionaron Europa. Por presiones de los altos jerarcas de la Iglesia fue removido de su cargo y enviado a los curatos de Colima, San Felipe Torres Mochas y Dolores (estos dos últimos en territorio guanajuatense)
Sacerdote
En 1778 había sido ordenado sacerdote; tras recibir las órdenes sagradas, el cura Hidalgo ejerció en varias parroquias. Ya entonces hablaba seis lenguas (español, francés, italiano, tarasco, otomí y náhuatl) y a su biblioteca empezaban a llegar las obras de autores franceses entonces considerados contrarios a la religión y a la corona española. Se movió entre amigos y ambientes en que se debatían con total libertad las ideas políticas de vanguardia, y llegó a ser denunciado a la Inquisición por expresar conceptos incompatibles con la religión, si bien no se le pudo formar juicio por falta de pruebas.
A la muerte de su hermano Joaquín (en 1803), Miguel Hidalgo lo sustituyó como cura de la población de Dolores, en el Estado de Guanajuato. Fue en Dolores donde, además de ejercer generosamente su magisterio eclesiástico, emprendió tareas de gran reformador y de prócer ilustrado, llevando a la práctica sus ideas entre sus feligreses (en su mayoría indígenas), en un intento de mejorar sus condiciones de vida. Así, el cura se ocupó de ampliar el cultivo de viñas, de plantar moreras para la cría de gusanos de seda y de fomentar la apicultura. Promovió asimismo los hornos de ladrillos y una fábrica de loza, y animó a la construcción de tinas para curtidores y otros talleres artesanos muy útiles para la prosperidad de la población, lo que le valió el apoyo incondicional de los parroquianos.
Lucha independentista
Movimiento conspirativo
En 1808, con la invasión de España por las tropas napoleónicas y la consiguiente deposición del monarca español Carlos IV y de su hijo Fernando VII, se inició una etapa convulsa tanto en España como en América. Surgieron entonces numerosos grupos de intelectuales que discutían en torno a la soberanía y las formas de gobierno de las colonias.
Desde 1808 Miguel Domínguez, el corregidor de Querétaro, había promovido la formación de un congreso americano y era partidario de una gobernación autónoma. En 1810 se reunían en torno a él varias personas que conspiraban contra la autoridad virreinal con el pretexto de una tertulia literaria. En las reuniones de Querétaro participaban criollos importantes, entre los que se contaban el propio corregidor y su esposa, Josefa Ortiz de Domínguez; Ignacio Allende, un oficial y pequeño terrateniente; y Juan Aldama, también oficial. Miguel Hidalgo llegó a Querétaro invitado por Allende a principios de septiembre de 1810 debido a sus ideas liberales y se unió a los patriotas independentistas.
El objetivo de los conspiradores de Querétaro no era la independencia total, al menos al principio. La idea era derrocar al recién nombrado virrey español, Francisco Javier Venegas, y reunir un congreso para gobernar el Virreinato de Nueva España en nombre del rey Fernando VII, quien se encontraba prisionero de Napoleón Bonaparte. Los conjurados planeaban levantarse en armas contra el virrey Venegas el primero de octubre de 1810, pero fueron descubiertos a mediados de septiembre. Hidalgo y algunos otros conspiradores lograron ponerse a salvo gracias al aviso de Josefa Ortiz de Domínguez y se trasladaron a Dolores.
Grito de Dolores
Hidalgo, en unión de Aldama, Allende, Abasolo y otros, decidió efectuar el levantamiento en la ciudad de Dolores, y así, al amanecer del 16 de septiembre de 1810, los vecinos del pueblo de Dolores, alfareros, carpinteros, herreros y campesinos, acudieron al llamado del padre Miguel Hidalgo y Costilla para iniciar la lucha por la independencia mexicana.
En la madrugada de ese día los habitantes oyeron las campanas de la parroquia del pueblo de Dolores que llamaba a misa. Las personas se reunieron en el atrio de la iglesia. Bajo los gritos de ¡Viva México!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los Gachupines!, la población fue convocada a luchar para cambiar el gobierno, obtener la libertad de los habitantes de la Nueva España y se unió al movimiento que organizaba Miguel Hidalgo.
El grupo de hombres se dirigió al santuario de Atotonilco, en ese lugar, don Miguel Hidalgo tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe como bandera del ejército insurgente. En el estandarte revolucionario se podía leer:
Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno.
El ejército independentista se fortaleció con el arribo a sus filas de soldados profesionales. En San Miguel el Grande se les unió el regimiento de la reina, que comandaba Ignacio Allende, y una gran cantidad de artesanos, obrajeros y campesinos. Junto con Allende, Hidalgo consiguió reunir un ejército formado por más de 40.000 hombres.
En poco menos de dos semanas, el ejército insurgente obtuvo una serie de rápidos y fáciles triunfos. De Dolores pasaron a Atotonilco, San Miguel el Grande (hoy Allende) y Chamucuero. El 21 de septiembre, con un numeroso, indisciplinado y turbulento batallón, Miguel Hidalgo ocupó la ciudad de Celaya, donde se repartieron los grados entre los líderes de la insurrección: el honor de ser teniente general recayó en Ignacio Allende; el sacerdote Miguel Hidalgo fue proclamado sin discusión capitán general. El ejército libertador prosiguió su avance y tomó seguidamente las ciudades de Salamanca, Irapuato y Silao, hasta llegar a Guanajuato.
El siguiente punto del recorrido fue la rica ciudad de Guanajuato, en la que continuaron uniéndose al movimiento trabajadores, campesinos, indígenas y la plebe en general. Hidalgo escribió al intendente Riaño para que le entregaba la ciudad a cambio de perdonarle la vida a el y sus hombres, pero este se negó y organizó a sus habitantes para defenderla, al no contaba con medios suficientes para defenderla, y decidió refugiarse con la gente adinerada en la alhóndiga de Granaditas, convirtiéndola en cuartel y depósito de los bienes de algunos españoles.
El 28 de septiembre Miguel Hidalgo ordenó incendiar la puerta de la alhóndiga como única forma de entrar. Para hacerlo, varios hombres se ofrecieron y entre ellos uno, Juan José Martínez, al que le decían el Pipila, se dirigió a la puerta protegido por una pesada loza, y con una antorcha y brea. Una vez quemada la puerta, la mayoría de los hombres que la defendían murieron, junto con el intendente. El asalto de la alhóndiga fue de una violencia extrema, se cometieron muchos crímenes y atropellos, incluso después de haber ocupado el edificio. Este episodio ocasionó que algunos criollos retiraran su apoyo al movimiento.
Mientras tanto, las autoridades eclesiásticas condenaron con energía a los insurrectos, en especial a su más visible cabecilla, a quien acusaron de embaucador, hereje y enemigo de la propiedad privada, cargos por los que fue excomulgado. De hecho, Hidalgo había afirmado para entonces que debían devolverse las tierras a los indígenas, ganándose con ello su adhesión, pero lo que todavía no había defendido (y la actitud de los obispos no hizo sino acelerar su decisión) era la necesidad de alcanzar la total independencia del país.
Establecer tal objetivo fue la profética respuesta que recibieron sus enemigos, y cuando dos meses después formase en Guadalajara un gobierno provisional, su desafío llegaría hasta el punto de decretar que debía entregarse a los naturales la tierra de cultivo, así como el disfrute en exclusiva de las tierras comunales. Por otra parte, la aristocracia criolla, temerosa de perder las prebendas que le otorgaba el régimen latifundista, tampoco acogería de buen grado que aquel gobierno provisional aboliese la esclavitud y los tributos con que se gravaba a indios y a mestizos, ni tampoco el ulterior decreto que amenazaba con la confiscación de los bienes de los europeos, de modo que se unió a las fuerzas del virrey y de las jerarquías eclesiásticas.
Pero tal pérdida de apoyos no se reflejaría, por el momento, en los campos de batalla, en los que Hidalgo continuó cosechando victorias hasta que, quizá por un exceso de grandeza ética, cometió un fatal error estratégico. De Guanajuato, don Miguel Hidalgo se dirigió a Valladolid, ciudad que fue tomada por los insurgentes el 17 de octubre de 1810 con siete mil hombres de caballería y doscientos cuarenta infantes, todos ellos mal armados, sin que sus defensores opusieran resistencia. En ese lugar permaneció varios días organizando su tropa para salir a tomar la capital del virreinato: la Ciudad de México. El 25 de octubre ocupó Toluca. Ese mismo mes se unió a Hidalgo su viejo alumno José María Morelos, que fue inmediatamente comisionado para llevar la insurrección al sur del país.
Cuando ya el siguiente objetivo era la Ciudad de México, Hidalgo obtuvo una importantísima victoria sobre el Coronel Realista Torcuato Trujillo, enviado por el virrey Francisco Javier Venegas para interceptar a los rebeldes. El encuentro tuvo lugar en el Monte de las Cruces el 30 de octubre de 1810: las tropas del Coronel Trujillo fueron derrotadas y, después de la sangrienta batalla, el ejército realista huyó a la capital mexicana, posiblemente a esperar el asalto final. Hidalgo desaprovechó lamentablemente esta victoria, pues en lugar de lanzar sus tropas sobre la ciudad de México para apoderarse de ella, aprovechando el desconcierto que su victoria había ocasionado en las filas españolas, ordenó la retirada de sus tropas hacia Ixtlahuaca, por el camino de Toluca.
Después de la victoria del Monte de las Cruces, Ignacio Allende recomendó que se atacase la capital, pero el cura Hidalgo, desoyendo el excelente consejo compartido por los restantes jefes militares, no quiso avanzar hacia la ciudad de México. Con la carga a sus espaldas de lo ocurrido en Guanajuato, y para evitar que sus propias tropas saquearan la capital, o bien ante la amenaza de un ataque por parte del mariscal Félix María Calleja, ordenó la retirada.
Tal equivocación marcó el principio del fin. Pocos días después, el 7 de noviembre, Félix Calleja lo derrotó en la batalla de Aculco; Hidalgo regresó a Valladolid y de allí partió a Guadalajara. Ya en Guadalajara (22 de noviembre), Miguel Hidalgo expidió una declaración de independencia y formó un gobierno provisional; decretó además la abolición de la esclavitud, la supresión de los tributos pagados por los indígenas a la Corona y la restitución de las tierras usurpadas por las haciendas. Pero tales y tan excelentes decretos administrativos y tributarios eran papel mojado sin el auxilio de la fuerza. A finales de año había perdido ya Guanajuato y Valladolid.
Captura y fusilamiento
El 17 de enero de 1811, las tropas de Hidalgo fueron derrotadas en la Batalla de Puente de Calderón por un contingente de soldados realistas al mando del General Félix Calleja, en una batalla, que resultó ser desastrosa para Hidalgo y su gente, obligándolo a replegarse hacia el norte. Depuesto del mando por sus compañeros de lucha, Hidalgo partió hacia Aguascalientes y Zacatecas, con la intención de llegar a Estados Unidos para buscar apoyos a su causa, pero fue traicionado por Ignacio Elizondo y capturado en las Norias de Acatita de Baján el 21 de mayo de 1811. Junto a el también fueron capturados Allende y 27 compañeros más.
En Chihuahua, después de ser sometido a un doble proceso eclesiástico y civil, Hidalgo fue expulsado del sacerdocio y condenado a muerte. Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados el 16 de junio de 1811 y un mes después, el 30 de julio de ese mismo año, Hidalgo fue fusilado también. Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y otros insurgentes se exhibieron como escarmiento colocadas en jaulas en la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. Ahí permanecieron durante varios años. No obstante, aún le quedaban energías y caudillos a la revolución, avivada aún más por el ejemplo del cura Hidalgo, cuya entereza, mantenida hasta el último momento, ganó la admiración incluso del pelotón de sus ejecutores.
El cuerpo de Miguel Hidalgo y Costilla fue exhumado de Chihuahua en 1821 y fue enterrado de nuevo en el Altar de los Reyes de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Desde 1925, reposa en el Ángel de la Independencia, en la capital del país.
Triunfo de sus ideas
El gobierno virreinal estaba convencido de que con la muerte de los caudillos, fusilados en Chihuahua, acabaría el movimiento insurgente, pero no fue así. Ignacio López Rayón, lugarteniente de Hidalgo, le sucedió al frente del levantamiento y retomó la lucha desde su refugio en Saltillo, al tiempo que se iniciaban las campañas de aquel antiguo discípulo de Hidalgo, José María Morelos, a quien el cura había encargado la formación de un ejército en el sur del país. Morelos estaba apoyad en sus campañas victoriosas por los Galeana, los Bravos, Mariano Matamoros y otros muchos.
Con la ejecución de Morelos en 1815, la rebelión pareció definitivamente aplastada, pero el ideario del cura de Dolores había calado en amplias capas de la sociedad mexicana, y el proceso iniciado ya no tenía marcha atrás. Para 1821, el ideal por el que había luchado Miguel Hidalgo y Costilla y tantos otros mexicanos a lo largo de once años, al fin se había logrado: la patria era libre e independiente. El frente de su Ejército Trigarante, que sustentaba las tres garantías del Plan de Iguala, Agustín de Iturbide pasó a dominar todo el país y México logró su independencia de España.
Tras el establecimiento en 1823 de la República Mexicana, Miguel Hidalgo fue reconocido como padre de la patria. En 1868, el gobierno decidió erigir el Estado de Hidalgo en su honor, mientras que la ciudad de Dolores pasó a llamarse Dolores Hidalgo en su honor. El 16 de septiembre, día en que proclamó el alzamiento, se celebra en México el Día de la Independencia.
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