La civilización maya es sin duda la más fascinante de las antiguas culturas americanas. Ciertamente, en ninguna de ellas se halla un esplendor artístico e intelectual parangonable al alcanzado por la cultura maya durante el llamado «Viejo Imperio» o periodo Clásico (250-900 d.C.), resultado de un desarrollo que había empezado al menos en el siglo IV a.C. y que tuvo su principal foco de irradiación en la ciudad de Tikal, tan impresionante por sus dimensiones como por su monumental urbanismo. El sorpresivamente abrupto y enigmático final del Viejo Imperio, cuyas ciudades fueron repentinamente abandonadas y cubiertas por la selva, ha hecho correr ríos de tinta y es todavía hoy objeto de especulaciones.
Tras el colapso de su área central, el mundo maya gravitó hacia el norte: en el Yucatán, las ciudades de Chichén Itzá y Mayapán ostentaron sucesivamente la supremacía en el transcurso del «Nuevo Imperio» o periodo Posclásico (900-1500), a la vez que la cultura maya asimilaba las influencias toltecas en una época todavía brillante en realizaciones. A mediados del siglo XV, sin embargo, la caída de Mayapán dio paso a un panorama de disgregación política y decadencia irreversible que facilitaría la conquista española.
Los «griegos del Nuevo Mundo»
Enhiestas pirámides, suntuosos palacios y precisos observatorios astronómicos abandonados a la exuberancia de la vegetación selvática fueron durante siglos los mudos testimonios de la grandeza de una civilización que, tras extender su pujante poderío político y religioso, se había adentrado por los caminos de las artes y las ciencias (escritura jeroglífica, astronomía, matemáticas) hasta alcanzar aquellos niveles por los que algunos historiadores y arqueólogos describieron a los mayas como «los griegos del Nuevo Mundo». En contraste con la estupefacción de los primeros europeos que contemplaron el imponente espectáculo de sus ruinas, actualmente es posible trazar una imagen de la cultura maya relativamente fiable y comprensiva, aunque es probable que, por la magnitud de los yacimientos todavía examinados superficialmente o por descubrir, nuestros conocimientos sean inferiores a los que proporcionarán las futuras investigaciones.
El área geográfica de la civilización maya puede visualizarse como una región bien definida, la península del Yucatán, imaginariamente extendida por su base hasta la costa del Pacífico. Sus 320.000 kilómetros cuadrados abarcan territorios que hoy corresponden a Guatemala, Belice, el sur de México (estados de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas) y el oeste de Honduras y El Salvador.
Esta vasta superficie comprende áreas muy distintas en cuanto a climatología y recursos. La llanura de la costa del Pacífico, cálida y lluviosa, posee suelos muy fértiles, poblados por una flora y una fauna típicamente tropicales y surcados por numerosos y cortos ríos, que nacen en las cercanas montañas. La Tierras Altas (o Altiplano) constituyen una zona montañosa y boscosa de clima frío o templado; sus volcanes, de altitudes superiores a los cuatro mil metros, aportaron materiales básicos para el desarrollo tecnológico de las diferentes culturas mesoamericanas: la obsidiana, que se utilizaba para cortar, o la andesita, que sirvió para fabricar instrumentos de molienda.
Pero fue en las calurosas Tierras Bajas donde la civilización maya, de forma sorprendente, alcanzó su mayor esplendor. Las selváticas Tierras Bajas del Sur incluyen las cuencas de los ríos Usumacinta y Motagua y el lago Izabal, como líneas esenciales de comunicación y de relaciones comerciales, y la región de El Petén, con lagos y pequeños ríos en superficie y una abundante vegetación típica de la selva tropical lluviosa, con gran riqueza de especies vegetales y animales.
En las Tierras Bajas del Norte, área coincidente con la península de Yucatán, la escasa pluviosidad y el reducido número de corrientes de agua superficiales, sumados a suelos mayoritariamente calizos con profusión de cursos de agua subterráneos, se traducen en una flora donde domina la presencia del bosque bajo y los matorrales. Tales factores medioambientales condicionaron tanto el desarrollo como los asentamientos de los mayas, ya que sólo allí donde había cenotes (grandes pozos naturales de agua) fue posible el establecimiento y la estabilización de las poblaciones.
La presencia humana en esta región, obviamente, es muy anterior al florecimiento de la civilización maya. Los primeros vestigios datan del periodo Lítico, entre los años 12000 y 6000 a.C., y dan fe de la presencia de cazadores en el Altiplano y de asentamientos en zonas costeras. Durante el periodo Arcaico, entre los años 6000 y 2000 a.C., se inició el cultivo de plantas como el maíz, la calabaza y el frijol, que llegarían a ser básicas en la dieta de subsistencia del área mesoamericana; surgieron aldeas sedentarias sin trazas de jerarquía interna y con poca complejidad social y política que convivieron con poblaciones cazadoras y recolectoras. Es preciso subrayar que en ningún caso cabe hablar aún de características capaces de diferenciar la cultura maya de los numerosos pueblos que en ese momento habitaban en la región mesoamericana.
El periodo Formativo o Preclásico (2000 a.C. - 100 d.C.)
Tanto la mayor complejidad social como la diferenciación entre culturas empezaron a evidenciarse en el periodo Formativo o Preclásico, entre los años 2000 a.C. y 100 d.C. Para facilitar la comprensión de las significativas variaciones que presenta esta etapa, cabe dividirla en tres subperiodos: Temprano, Medio y Tardío.
El inicio del periodo Formativo Temprano se vincula a una serie de cambios fundamentales, entre los cuales destaca el paso definitivo al sedentarismo, claramente asociado al desarrollo de la agricultura. Las poblaciones que vivieron en aquel periodo ocuparon pequeños asentamientos o convivieron en aldeas compuestas por una serie de plataformas bajas sobre las que se alzaban chozas de materiales perecederos con una lumbre en su interior. Bajo los suelos de las viviendas solían realizarse enterramientos simples, con las connotaciones rituales que ello comportaba, y se elaboraba ya una cerámica rudimentaria.
Estos poblados se desarrollaron en un limitado espacio costero próximo a pantanos y esteros; las primeras evidencias de aldeas, cerámica y agricultura proceden de la costa del Pacífico y se remontan al periodo comprendido entre los años 1850 y 1650 a.C. Tales rastros de sedentarización están muy vinculados a desarrollos similares, como las culturas del istmo de Tehuantepec y los olmecas, pueblo que se asentó en el Golfo de México. En el transcurso del periodo Formativo Temprano aparecieron sociedades de carácter caciquil, con diferenciación social interna y centros jerarquizados, algunos de los cuales llegaron a tener hasta mil doscientos habitantes y contaban con estructuras de rango, como las que se aprecian en el poblado de Paso de la Amada, en Chiapas.
De las aldeas a los centros ceremoniales
La cultura maya comienza a despuntar durante el periodo Formativo Medio, entre los años 1000 y 400 a.C., cuando surgieron los primeros indicios de lo que más tarde sería una sociedad compleja: construcciones públicas y ofrendas funerarias diferenciadas. En algunas zonas, como la costa del Pacífico y lugares cercanos, la transformación pudo deberse a una fuerte relación con el mundo olmeca, que ya poseía escultura monumental e incluso escritura jeroglífica muy temprana. Esta comunicación intercultural no se limitó, con todo, a las áreas del Golfo más próximas a los olmecas, como certifica el hecho de que numerosos objetos de jade y cerámicas pertenecientes al estilo olmeca hayan aparecido diseminados por buena parte de la zona maya y, en general, por toda Mesoamérica.
De gran importancia durante este periodo fue el incipiente establecimiento de la población en las Tierras Bajas del Sur, que se inició en lugares como Tikal, Ceibal, Uaxactún, Nakbé y Copán. Sin duda, sus moradores eran originarios de las Tierras Altas mayas y exportaban a estas nuevas áreas patrones culturales tales como la dieta alimentaria, la forma de las viviendas, la utilización del espacio o los tipos de enterramiento.
Investigaciones arqueológicas como las practicadas en Nakbé y El Mirador, en Guatemala, han revolucionado el concepto que se tenía sobre los inicios de la civilización maya. Con ellas se ha documentado que el antiguo patrón de sociedades igualitarias, organizadas en torno a pequeñas aldeas campesinas, fue sustituido por el de centros de integración social, política y económica de mayor tamaño antes de lo que se creía. Entre los años 600 y 400 a.C., en diversos lugares de las Tierras Bajas centrales hubo una arquitectura pública que construyó complejas plataformas y pirámides, con funcionalidades que iban desde la meramente cultual y dedicatoria hasta la posible actividad religioso-astronómica, como en el caso de los complejos de conmemoración astronómica.
La gestación de los rasgos distintivos mayas
En el periodo Formativo Tardío, entre los años 400 a.C. y 100 d.C., se perfilaron con mayor claridad los rasgos que definirían la cultura maya clásica. La población aumentó considerablemente, se construyeron grandes templos sustentados sobre amplias plataformas (decorados con mascarones de estuco de rica iconografía, un fiel reflejo del poder adquirido por los gobernantes) y calzadas que unían los conjuntos arquitectónicos más significativos de una misma ciudad.
Las inhumaciones de la clase dominante incluían ricos ajuares funerarios en que no faltaban lujosos enseres importados; las conchas marinas, los objetos de jade, las espinas de mantarraya y la cerámica ritual se acumulaban en los enterramientos de los grandes señores. Esta práctica funeraria indica la existencia de una sociedad con un notable grado de jerarquización. También durante el periodo Formativo Tardío se desarrollaron dos aspectos especialmente característicos de la cultura maya: la escritura jeroglífica y una escultura cuyo estilo artístico anuncia el que sería propio del periodo Clásico.
A pesar del progresivo engrandecimiento de ciertos lugares como Tikal, El Mirador, Cerros y Lamanai en las Tierras Bajas, donde se construyeron algunas de las pirámides más espectaculares de toda la historia maya, la mayor concentración de poder político y económico no se localizó en aquel momento en esta región, sino más al sur, en lugares como Kaminaljuyú (Guatemala), Izapa y Chiapa de Corzo (Chiapas), Abaj Takalik (Guatemala) y Chalchuapa (El Salvador), todos ellos en la franja meridional del área maya.
El periodo Protoclásico maya (100 d.C. - 250 d.C.)
El periodo Protoclásico, cuya duración abarca desde el año 100 hasta el 250, es un momento no bien definido en la historia de los mayas en que se produjo un repentino declive de los principales centros del periodo anterior, que afectó a los núcleos rectores del área sur y a algunos otros situados en las Tierras Bajas como El Mirador y Cerros. Otros lugares, en cambio, como Holmul, Barton Ramie y Nohmul (situados en el actual Belice), aumentaron notablemente su población. Durante esta etapa de transición hacia el cenit cultural, la cerámica adoptó una serie de rasgos característicos, como, por ejemplo, los soportes mamiformes en cuencos y fuentes, así como la policromía. Los objetos cerámicos de este tipo se encontraron especialmente en contextos funerarios que se hallan distribuidos a lo largo de buena parte del área ocupada por la cultura maya.
La cultura maya clásica (250 d.C. - 900 d.C.)
Durante el periodo Clásico, comprendido entre los años 250 y 900, la civilización maya alcanzó su máximo nivel tanto en sus realizaciones artísticas, científicas y técnicas como en lo que respecta a su complejidad social y política. Hubo un fuerte aumento de población dentro de los núcleos cívico-ceremoniales y en torno a ellos, centros que en su mayor parte ya habían empezado a ser construidos en el periodo Formativo. Tales ciudades estaban en gran medida ocupadas por las élites que dirigían la vida de los mayas.
En ocasiones se designa la época clásica como la del «Viejo Imperio», denominación cuanto menos equívoca, pues el mundo maya nunca llegó a constituir una unidad político-administrativa centralizada. En realidad, casi todos los autores coinciden en describir la organización política maya de las Tierras Bajas como un conjunto de ciudades-estado o pequeños reinos; ello implica únicamente la existencia de una sociedad jerárquicamente estratificada, con concentración de poder y control sobre la fuerza de trabajo consiguientes. Con el avance de las técnicas agrícolas, aumentó la producción y surgieron oficios especializados, como los artesanos que fabricaban objetos destinados a clase dominante. Cabe suponer que en la integración social de la población desempeñó un papel importante la religión maya, desarrollada paralelamente a las nuevas formas políticas surgidas de la evolución socioeconómica.
Estela maya en Copán
El desarrollo más espectacular del periodo Clásico se localizó en la población maya asentada en las Tierras Bajas, aunque alcanzaría su culminación durante el periodo Clásico Tardío. Los asentamientos fundados en etapas precedentes crecieron de manera considerable, los templos sobresalieron de entre la vegetación que los rodeaba, se construyeron palacios y juegos de pelota y se erigieron altares y estelas que sancionaban desde su monumentalidad los distintos linajes reales de las diferentes ciudades mayas.
Las tumbas presentaban ya ajuares más ricos, el comercio y las relaciones a larga distancia proliferaron, e incluso los diferentes señoríos que componían el mosaico maya empezaron a competir entre sí, hecho que dio lugar a la variación de fronteras y dinastías. No obstante, los mayas fueron capaces de construir un modelo de civilización que extendieron siguiendo el flujo de sus relaciones comerciales. Y aquel engranaje consiguió funcionar, al menos, durante siete siglos.
La hegemonía de Tikal
Al igual que el periodo Formativo, el Clásico se divide en subperiodos: Temprano, Tardío y Terminal. El periodo Clásico Temprano, que se extiende desde el año 250 hasta el 600, coincidió con la merma de población en algunos asentamientos, como El Mirador o Cerros, que incluso llegaron a desaparecer, mientras que otros iniciaron un ascenso en todos los aspectos, como es el caso de Tikal, Yaxchilán, Uaxactún, Becán, Calakmul y Caracol en las Tierras Bajas, de Kaminaljuyú en las Tierras Altas (cerca de la actual capital de Guatemala) y de otros núcleos de la costa sur.
Uno de los fenómenos que mayor interés reviste en este periodo es la existencia de ciudades hegemónicas gobernadas por líneas dinásticas plenamente constituidas, que hoy se conocen en parte a través de textos glíficos y de los enterramientos. En las Tierras Bajas del Sur, es posible que Tikal aprovechase la debilidad de otros centros hacia finales del periodo Formativo y se transformara en la principal ciudad de la región durante más de dos siglos, como reino independiente al menos desde el siglo III, y que (según muestra la Estela 29 de Tikal, que data del año 292) sus dominios incluyeran otros lugares próximos como Uaxactún y Río Azul. Esta formación de carácter estatal no fue única, ya que surgieron otras igualmente importantes: Calakmul, Yaxhá o Nakum.
Tikal
A estos fenómenos culturales internos se debe añadir una compleja red de relaciones con otros lugares de Mesoamérica, como las que mantuvieron Kaminaljuyú y Tikal con la lejana Teotihuacán, en el centro de México. Estas relaciones han quedado atestiguadas en el registro arqueológico por la presencia de rasgos teotihuacanos o teotihuacanoides en la cultura material de diversos lugares del área.
En este periodo comienzan a detectarse también algunos sucesos inherentes a los procesos de civilización, como por ejemplo las tensiones entre los diferentes núcleos urbanos para hacerse con la hegemonía de amplias extensiones territoriales. A modo de ejemplo, los textos epigráficos grabados en monumentos de piedra hablan de una guerra que, en el año 562, sostuvo y ganó la ciudad de Caracol (en el actual Belice) contra Tikal, victoria que le permitió aumentar su población y lograr una supremacía temporal.
Algunos investigadores sostienen que, a mediados del siglo VI, diversos centros importantes entraron en decadencia. En estos lugares se dejaron de erigir monumentos grabados, la actividad constructiva disminuyó y se empobrecieron los ajuares funerarios de las tumbas de los jerarcas, pero no fue un fenómeno generalizable a toda el área maya.
La proliferación de centros regionales
La ciudades que habían sufrido un declive en el Clásico Temprano comenzaron a recuperarse un siglo después. Durante el periodo Clásico Tardío, entre los años 600 y 800, no hubo ya una ciudad hegemónica, sino que surgieron multitud de capitales regionales, algunas de los cuales se mantuvieron completamente independientes, mientras que otras se aliaron entre sí y dieron origen a entidades políticas más prósperas y fuertes, que estaban sometidas a continuos cambios y seguían un proceso de segmentación e integración muy característico de los antiguos estados.
De este modo, el control del territorio se repartió entre los diversos centros regionales: Tikal controlaba sólo una porción de El Petén; Yaxchilán, parte del río Usumacinta; Calakmul, el norte de El Petén; Copán, el sudeste. En Yucatán, la región de Chenes-Río Bec alcanzó su apogeo y surgieron, con personalidad propia, ciudades como Uxmal, Kabáh, Labná y Sayil; lugares como Dzibilchaltún, Cobá y Edzná acogieron asentamientos que serían importantes en etapas posteriores. La independencia de estos grandes núcleos se reflejó claramente en los estilos regionales que surgieron en la arquitectura, la escultura, la pintura y demás manifestaciones del arte maya.
Relive maya en Yaxchilán
La población alcanzó su densidad demográfica más elevada, y la construcción, tanto de edificios religiosos y administrativos como de plataformas de tipo habitacional, cubrió amplias extensiones. Ciudades como Tikal, Calakmul, Caracol, Palenque, Copán, Quiriguá, Yaxchilán, Ixkún, Uaxactún, Ceibal, Piedras Negras o Toniná, por citar sólo algunas de entre las decenas de mayor rango, alcanzaron el momento de máximo esplendor en su desarrollo. Los establecimientos antes citados destacan a simple vista por la grandiosidad de sus edificaciones, hecho que contrasta, por lo general, con la menor elevación de las estructuras ceremoniales halladas en las regiones del Altiplano y la costa del área maya. Lo cierto es que estas zonas permanecieron en unos niveles provinciales de desarrollo, sin grandes alardes estructurales, pero con unos grados de integración muy armónicos.
El colapso de la civilización maya
En el periodo Clásico Terminal, entre los años 800 y 900, se sitúa uno de los acontecimientos más mitificados de toda la historia de la América prehispánica: el colapso de la civilización maya. Desde luego, en los centros de mayor importancia de las regiones central y sur de las Tierras Bajas dejaron de construirse estructuras ceremoniales, residenciales y administrativas, decayeron la manufactura y la distribución de los bienes de lujo y de rango y se dejaron de erigir monumentos grabados coincidiendo aproximadamente con el año 790 de nuestra era. Algunas ciudades de menor rango o periféricas siguieron grabando algunos; el último que se conoce data del año 909 y fue hallado en el sitio de Toniná (Chiapas).
Debe señalarse que esta repentina crisis pareció cebarse solamente en la parte central y más desarrollada del mundo maya, es decir, en las Tierras Bajas del Sur. Numerosos centros mayas de esta área fueron abandonados, y, salvo excepciones como Ceibal y Caracol, la inmensa mayoría de las ciudades de esta área experimentaron un drástico descenso demográfico; en Tikal, la población se redujo hasta un diez por ciento de la que había tenido. Pero las Tierras Bajas del Norte, y especialmente las ciudades del extremo norte de la península del Yucatán (Uxmal, Sayil, Edzná, Oxkintok, Labná y Kabáh), mantuvieron su prosperidad y desarrollaron el estilo Puuc en nuevas e imponentes construcciones arquitectónicas.
El dramático declive y caída de la civilización maya clásica es uno de los temas arqueológicos más intrigantes y de mayor debate entre los especialistas. Según la tesis más extendida, al final del periodo Clásico los métodos de subsistencia utilizados por los mayas rebasaron sus límites, ya que la sobrepoblación había llevado a una intensificación excesiva de la agricultura. Esto trajo como consecuencia el agotamiento de la productividad de los terrenos de cultivo y de los recursos faunísticos, así como la tala y destrucción de extensos sectores de bosque y selva, el descenso de la precipitación pluvial y la propagación de pestes. De este modo, el mismo desastre ecológico ocasionado por el crecimiento demográfico y la sobreexplotación condujo al despoblamiento casi total de la región central de las Tierras Bajas del Sur, el corazón de la cultura maya clásica; los que no perecieron partieron en busca de nuevos horizontes hacia las Tierras Bajas del Norte, y también hacia el Altiplano, en sucesivas oleadas migratorias.
Pirámide del adivino (Uxmal)
Otra hipótesis propone que catástrofes naturales como terremotos, huracanes y enfermedades epidémicas (fiebre amarilla, mal de Chagas, etcétera) cayeron sobre el territorio, provocando innumerables decesos. Grietas y escombros en algunas estructuras de Xunatunich, en Belice, sugieren que hubo un terremoto de considerable intensidad. Según algunos estudios, un huracán tropical introdujo un virus procedente del Caribe que dañó el maíz y que ocasionó malas cosechas consecutivas, causando grandes hambrunas entre la población maya.
Para otros investigadores, la imposición por parte de nobles y sacerdotes de fuertes cargas tributarias en trabajo y especie, así como la creciente demanda por parte de la clase dominante de servicios, bienes suntuarios, construcción y alimentos, acabó por generar una sublevación del campesinado y la aniquilación de la clase dominante. El exterminio de la élite ocasionaría que la sociedad maya se derrumbara al quedar acéfala, ya que el liderazgo político y las diferentes ramas del conocimiento especializado eran detentadas por este estamento social.
También se ha planteado que el colapso fue producto de la llegada de grupos de invasores putunes, procedentes de la Chontalpa, en Tabasco, México. Según esta interpretación, durante el siglo IX, estos grupos mayas mexicanizados invadieron las Tierras Bajas por su límite oeste, a través de los ríos Usumacinta y de La Pasión, conquistando Ceibal y Altar de Sacrificios. Una vez consolidada su posición en la zona sur, y utilizando Ceibal como base, los invasores se expandieron hacia el área central de las Tierras Bajas, donde provocaron el colapso de los centros mayores al destruir las bases económicas o sociales de la civilización maya.
La evidencia de la invasión se basa en estelas que muestran glifos "mexicanos" y personajes con rasgos distintos a los mayas clásicos, así como en la adopción de modos arquitectónicos foráneos y en la introducción de cerámica relacionada con una tradición alfarera diferente. Recientemente se ha propuesto, con base en evidencia epigráfica, que la intrusión que aconteció en Ceibal no fue putún, sino itzá. De acuerdo con esta interpretación, los últimos gobernantes de Ceibal eran itzaes que llegaron procedentes de Ucanal, en el nordeste de Petén.
Pintura mural en Bonampak (Chiapas)
Una hipótesis más sugiere que fueron las transformaciones en la naturaleza de la guerra las que provocaron el colapso. En un principio, los mayas limitaban el efecto destructivo y desestabilizador de la guerra a través de un extenso código ético de reglas de conducta. Mientras imperó este código, el objetivo de la guerra fue la captura y sacrificio de prisioneros de alto rango social, actividad que proporcionaba un elevado prestigio a los gobernantes victoriosos.
Este sistema empezó a decaer a mediados del siglo VIII, ya que, al intensificarse la competencia interdinástica, la guerra entre las ciudades fue cada vez más frecuente y menos ritualizada. Los gobernantes de centros mayores (como Tikal y Dos Pilas en Guatemala, Calakmul en México y Caracol en Belice) iniciaron una serie de conquistas territoriales a fin de incrementar la recaudación de tributos, obtener mano de obra y lograr el control de las rutas de intercambio de bienes suntuarios. Tales conflagraciones alteraron el equilibrio de la sociedad maya, obligando a un sector considerable de la población a abandonar las labores agrícolas para involucrarse en la construcción de sistemas defensivos o en el ataque contra comunidades rivales. Al final, el permanente belicismo habría debilitado los sistemas socioeconómicos hasta ocasionar la desintegración política de los estados mayas.
Entre los factores externos, se ha apuntado también la posibilidad de una crisis en las redes de intercambios comerciales (tal vez originada en la decadencia, a partir del 700, de Teotihuacán) que llevó al empobrecimiento y pérdida de poder y prestigio de la clase dirigente. Últimamente ha merecido una atención especial, como posible influjo en la parálisis de la civilización, el examen del singular fatalismo inherente a la mentalidad de los mayas, cuya concepción cíclica del tiempo se extendía a la visión de su propia historia.
El periodo Posclásico maya (900 - 1500)
Durante el periodo Posclásico, que abarca desde el año 900 al 1500, los cambios con respecto a la etapa precedente fueron considerables. Fundamentalmente, y como consecuencia del colapso del «Viejo Imperio» en el área central, el mundo maya gravitó hacía su extremo norte hasta originar un «Nuevo Imperio» cuya hegemonía ostentaron las ciudades de Chichén Itzá y Mayapán. A la llegada de los españoles, sin embargo, tal imperio se encontraba ya en avanzada fase de disolución.
Glifos mayas (Museo de Palenque, Chiapas)
Las ciudades de la península de Yucatán, una región con un régimen de lluvias bajo y suelos menos fértiles, y por tanto con un potencial agrícola más limitado, habían cimentado su prosperidad en otros recursos locales, especialmente marinos (pescado y sal), y también en la confección de fibras (algodón y sisal), junto a otros productos agrícolas especializados. Habiendo eludido la crisis que derrumbó la cultura maya clásica, tales ciudades acogieron las sucesivas oleadas migratorias ocasionadas por la misma.
En general, los diferentes especialistas coinciden en que ésta fue una etapa de militarismo creciente, similar a la del resto de Mesoamérica. El conocimiento de la parte final de este periodo (que se suele subdividir en Temprano y Tardío) tiene como fuente adicional la documentación que ha llegado hasta la actualidad y que fue escrita tanto en las lenguas nativas (utilizando la grafía castellana) como directamente en español.
El poderío de Chichén Itzá
Durante el periodo Posclásico Temprano, que comprende del año 900 al 1194, las Tierras Bajas del Norte gozaron de una primacía que jamás antes había alcanzado, y aunque algunas áreas de Belice y El Petén siguieron pobladas, la mayor complejidad cultural se desplazó al norte de la península de Yucatán. La ciudad de Chichén Itzá, controlada por grupos maya putún o chontal en unión de gentes itzá, acabaría por dominar durante dos siglos todo el Yucatán, tanto desde el punto de vista militar como en lo comercial.
Según la tradición, una rama de los mayas, los itzaes, y un grupo de toltecas ocuparon Chichén Itzá y formaron un señorío. Los itzaes de Chichén Itzá y otros dos grupos mayas, los cocomes de Mayapán y los xiues de Uxmal, organizaron hacia el año 1000 una federación, la Liga de Mayapán, así llamada pese a la preponderancia de Chichén Itzá en el seno de la misma. La paz dio lugar a la prosperidad y se construyeron grandes palacios, templos y pirámides. Es el auge de la arquitectura Puuc, caracterizada por el uso de columnas y la elaborada decoración escultórica.
Pirámide de Kukulkán (Chichén Itzá)
Tal como demuestra la iconografía de los murales y las esculturas distribuidas por la ciudad, este control no fue pacífico, y aunque algunas ciudades se resistieron, al final todas cayeron bajo el dominio de Chichén Itzá. Sin duda, el éxito de esta ciudad se debió a una combinación de factores: el control del comercio costero a larga distancia, su poderío militar, un sistema de creencias que le permitió convertirse en un centro de peregrinaje como mínimo regional, y, en especial, una innovadora, flexible y a la vez estable forma de gobierno que demostró tener mucho más éxito a la hora de administrar un reino abocado a las empresas de conquista que la arcaica organización política de los grandes núcleos urbanos del periodo Clásico.
Alejados de su foco más emprendedor, los restantes territorios mayas siguieron su propio ritmo. En el Altiplano, las realizaciones arquitectónicas y artísticas carecieron de espectacularidad, tónica que ya era característica de periodos anteriores, aunque cabe afirmar que se trató de una etapa marcada por influencias de tipo mexicano. En la región de El Petén, núcleo del antiguo esplendor del periodo maya clásico, una lenta recuperación sucedió al colapso. Los nuevos asentamientos tendieron a situarse en torno a zonas lacustres como el lago Petén Itzá y la laguna Yaxhá; entre ellos destacan Tayasal, Paxcamá, Macanché y Topoxté, que permanecieron relativamente aislados del resto del mundo maya.
El ascenso de Mayapán
El periodo Posclásico Tardío, entre los años 1194 y 1500, se inició con la caída de Chichén Itzá (hacia 1194) y la ascensión de la cercana ciudad de Mayapán. Según las crónicas, este cambio en la hegemonía se originó en disensiones e intrigas políticas. A finales del siglo XII, un líder de los cocomes y gobernante de Mayapán, Hunac Ceel, rompió con la Liga, saqueó Chichén Itzá y destruyó sus templos. De este modo, el grupo de los cocomes introdujo un nuevo orden en Yucatán, además de un poder territorial que, pese a ser más reducido (abarcaba una docena de ciudades), consiguió mantenerse durante dos siglos y medio.
Durante este periodo se potenciaron los centros de la costa oriental de la península yucateca (Tulum, Isla Mujeres, Cozumel, Lamanai y Santa Rita Corozal), que mediante el comercio con otras comunidades alcanzaron progresivamente una gran prosperidad e integraron en sus manifestaciones artísticas elementos propios del centro de México, como los murales y las cerámicas de influencia mixteca-puebla, desarrollados en Oaxaca.
Mayapán
Las crónicas también refieren que Ah Xupan Xiu, un señor noble de los xiues de Uxmal, organizó con éxito una revuelta (hacia 1441) contra la dinastía de los cocomes, masacrando a todos los miembros de la familia real. Mayapán fue saqueada y abandonada, al tiempo que las ciudades más importantes de la región empezaban a declinar. La subsiguiente fragmentación política dio lugar a un debilitado mosaico constituido por unos dieciséis cacicazgos o provincias autónomas, cuyos gobernantes, herederos de las rivalidades entre los xiues y los cocomes, se enzarzaron en guerras constantes.
Entretanto, las Tierras Altas y la costa del pacífico estaban inmersas en un proceso de mexicanización. Muchos centros de la llanura costera del Pacífico, como Cotzumalhuapa, fueron ocupados por emigrantes de habla náhuatl procedentes del área central de México. La aparición de estados independientes se produjo a partir del año 1250. Los estados que entonces surgieron lo hicieron con un alto grado de integración política, así como con un patrón de asentamiento que los llevó, en buena parte de los centros habitados, a situar su emplazamiento en lugares altos y bien protegidos, e incluso a añadir refuerzos suplementarios, tal vez como consecuencia última de la militarización a que se vieron sometidos.
Ciudades como Utatlán, Iximché, Zaculeu, Chuitinamit, Mixco Viejo y Chinautla, cabezas de una serie de señoríos con fronteras delimitadas (quichés, como grupo preponderante, aunque también cakchiqueles, mames y tzutuhiles, entre otros), se disputaron la hegemonía de las Tierras Altas. De este modo, cuando llegaron los españoles, la totalidad del mundo maya había entrado desde muchos años antes en una fase de disgregación y rivalidades políticas que los conquistadores supieron aprovechar.
El área maya tras la conquista española
Para los mayas, al igual que para una abrumadora mayoría de los pueblos americanos, la llegada de los españoles supuso un auténtico cataclismo, tanto en el aspecto biológico como en el cultural. Las causas del dramático descenso de población son bien conocidas y se inician con la propia guerra de conquista. Las nuevas enfermedades, frente a las cuales los indígenas carecían de defensas, y la dura explotación a que fueron sometidos en los siglos del avance de la colonización llevaron a la extinción de numerosos grupos étnicos y a la desestructuración cultural de los que sobrevivieron.
Los primeros contactos entre mayas y españoles se remontan a pocos años después del descubrimiento de América. En 1502, en el transcurso en su cuarto viaje, las naves de Cristóbal Colón se encontraron con una embarcación de comerciantes mayas en el golfo de Honduras. Años más tarde, en 1511, una veintena de náufragos de la nave de Juan de Valdivia llegó a la costa oriental de Yucatán, donde fueron capturados y algunos de ellos sacrificados. Uno de los dos supervivientes, Jerónimo de Aguilar, estableció contacto con Hernán Cortés cuando éste realizó su primera expedición a la zona en 1519; la costa del Yucatán había sido previamente explorada por Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518).
El cacique maya Tabscoob recibe a Juan de Grijalva en Potonchán (1518)
Por aquella época los tempranos contactos con los españoles ya habían afectado a los mayas yucatecos, que sufrieron la primera gran epidemia, quizá de viruela, entre 1515 y 1516. Pronto el resto del mundo maya tuvo conocimiento de la existencia de los españoles y de su afán conquistador. En efecto, una delegación de sus principales grupos había estado presente en Tenochtitlán, la capital de los aztecas, antes de su caída en 1521 en manos de los españoles, pero ni siquiera este conocimiento los movió a establecer alianzas frente al nuevo invasor o a organizar la defensa; otros grupos quedaron simplemente a la espera de acontecimientos.
Conquista y colonización
Cuando Pedro de Alvarado llegó a Guatemala en 1523, encontró fuerte resistencia en las poblaciones de indios chiapas y quichés, mientras que zoques, tzotziles y cakchiqueles se convirtieron en sus aliados. Mucho se ha escrito acerca de cómo un puñado de españoles logró someter a una población tan numerosa como la americana. La respuesta hay que buscarla, pues no existe un único factor, en una mezcla de circunstancias tales como un descenso previo de la población causado por las epidemias, que en México ya precedieron a los conquistadores y, junto a ellas, las hambrunas provocadas por las malas cosechas.
Sin duda, la tan invocada superioridad técnica de los españoles, con sus caballos, perros y armas de fuego, ayudó enormemente, pero también hay que reconocer a los recién llegados el oportunismo de haber aprovechado a la perfección las constantes luchas internas entre los diferentes grupos indígenas. Con la excepción de Tayasal (la capital de los itzaes, último e inexpugnable reducto de resistencia maya durante más de siglo y medio, hasta su caída hasta 1697), la conquista de los Altos de Chiapas y Guatemala se dio por finalizada en torno a 1528, y la de Yucatán, en 1546.
Las instituciones de la sociedad maya fueron desarticuladas y reemplazadas por la administración civil y religiosa impuesta por el imperio español durante la época colonial. Aunque las autoridades españolas elaboraron no pocas leyes para regir las tierras americanas y muchas de ellas tenían por meta proteger al indígena de los abusos españoles, por desgracia los preceptos legales se cumplieron de una forma muy irregular; raramente los nativos obtuvieron un trato justo cuando apelaron a ellos. La explotación institucionalizada generó grandes tensiones que empujaron a los mayas a adoptar diversas formas de resistencia, desde la huida a los montes, con el consiguiente abandono de los pueblos en que había sido recluido forzosamente, hasta el recurso a las armas como solución desesperada.
A pesar de los esfuerzos uniformizadores de funcionarios, frailes y hacendados a lo largo del periodo colonial, las comunidades mayas lograron subsistir como cultura y mantener elementos diferenciadores no sólo en lo material (casas, comida, bebidas, implementos, indumentaria), sino también en lo que respecta a lenguas, rituales del ciclo de vida, formas de parentesco, patrones de asentamiento y temas religiosos, entre otros aspectos. Y así, los diferentes grupos mayas que actualmente se conocen son el resultado de la mezcla de rasgos originarios con rasgos españoles incorporados entre los siglos XVI y XIX.
A partir de los primeros años del siglo XIX comenzaron los movimientos de independencia dirigidos por los criollos (descendientes de españoles nacidos en América) con el apoyo de los mestizos, pero sin apenas intervención de los indígenas. La llegada de las nuevas repúblicas no supuso cambios en la estructura colonial de explotación del indígena. Abolidas las "paternalistas" leyes españolas, lo que el indígena ganó en igualdad de ciudadanía lo perdió al caer en una explotación aún mayor, dado que las leyes liberales expoliaron gran parte de las tierras que las comunidades habían logrado mantener como suyas durante la época colonial, con lo que condenaron a miles de mayas a ser meros peones en las inmensas haciendas alzadas sobre las tierras que antaño fueron suyas y de sus antepasados. Al igual que en la etapa colonial, la explotación continuó generando graves tensiones, a las que los mayas, eternos vencidos, buscaron diversas respuestas, desde la inútil resistencia abierta a la más sutil y velada, con la que mantuvieron las bases de su identidad.
Los mayas, presente y futuro
Si la Revolución mexicana de 1910 vino a contrarrestar, en alguna medida, la injusta situación en que se hallaban los indígenas, el levantamiento de Chiapas en la década de 1990 demuestra que, transcurridos cinco siglos, las heridas coloniales no están en absoluto cicatrizadas. Tampoco es mejor la situación de los grupos mayas de Guatemala, afectados de forma directa y brutal por una de las guerras civiles más crueles y genocidas de finales de siglo XX.
A partir de la década de 1930 comenzó a verificarse una aceptación oficial del pasado cultural indígena, al tiempo que se utilizó como parte de las nuevas ideologías nacionalistas encaminadas a la búsqueda de una identidad propia en países con poblaciones muy heterogéneas. En México, y en menor medida en Guatemala, las mejoras en el campo de la educación y la sanidad, por citar sólo algunos ámbitos, siempre se han producido en el marco de una política integracionista, que busca la incorporación del indígena a la economía capitalista. Los graves perjuicios que estos cambios causan en las culturas autóctonas (al no calibrar los efectos que tendrán en las formas culturales básicas de unas comunidades) han hecho que a veces la comunidad maya se haya opuesto radicalmente.
Ello no supone que los mayas no deseen asumir las supuestas vías de progreso y futuro que se les ofrecen, sino que no quieren hacerlo a cualquier precio, pues muchos de ellos ven en su indumentaria, su lengua, su vivienda, sus costumbres o su estructura comunal los símbolos de una identidad que han sido capaces de mantener a lo largo de siglos de dominación por una cultura extraña, ajena a su manera de ver la vida y a su forma de sentir. Entre los numerosos problemas que hoy aquejan a los mayas, el de la falta de tierra no sólo sigue presente, sino que es el principal, ya que el incremento de la población y el progresivo agotamiento de los suelos condena a las poblaciones a tener que emigrar de sus comunidades, de forma temporal o definitiva, para entrar como peones en las grandes fincas o para engrosar la población de los cinturones de miseria que rodean a las ciudades, con el desarraigo cultural que ello supone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario